Ningún partido reconoce haber perdido. Sin embargo, como señalan Rafael Mayoral y Juan Ortega Casas, los resultados electorales del 23 de Julio tienen diversos flecos. Uno de los más relevantes, la incapacidad de este régimen, articulado en torno a la figura monárquica impuesta por el dictador Franco, para representar política e institucionalmente los intereses y demandas de la población trabajadora y de los pueblos del estado.
El pasado 23 de julio vivimos unas elecciones generales con un resultado de infarto. La ofensiva de la opinión publicada buscaba imponer un resultado electoral que permitiera el inicio de un periodo reaccionario desde el eje PP-Vox y poniendo fin así al Gobierno de coalición progresista, ahora en funciones, calificado como ilegítimo —recordemos— desde el mismo día de su conformación, allá por enero de 2020. El conato duró hasta las diversas encuestas de la misma noche electoral. Sin embargo, desde que el recuento dijo otra cosa y no dio esa suma, desde que dicha nueva mayoría reaccionaria se quedó en una quimera, estamos presenciando auténticos ríos de lágrimas de facha para satisfacción de la plebe díscola.
Desde 2015 Podemos defiende que, en España, para detener la ola reaccionaria y desalojar al PP de las instituciones del Estado, era necesaria una mayoría plurinacional. Desde entonces hasta que se formó el primer Gobierno de coalición de la democracia tuvieron que repetirse hasta cuatro veces las elecciones y ahora, en 2023, se ha vuelto a demostrar que esta tesis es la correcta. Pablo Iglesias, de hecho, fue atacado públicamente entonces por sectores del PSOE por defender lo que ellos denominaron, despectivamente, ‘gobiernos Frankenstein’; y mientras, algunos decían que Catalunya les pillaba lejos.
Cuando el pasado domingo llegó la hora de los resultados, eso sí, nadie había perdido. El PP subió en votos, pero cualquier salida de la derecha pasa por un calvario con Vox que además se antoja imposible ya que ambos solos no suman; a pesar de esto Feijóo subió al escenario y dijo que había ganado las elecciones y que le dejaran formar Gobierno. Vox perdió claramente, pero sus seguidores se ven tentados a caer en la conspiranoia y su partido está pidiendo las actas de escrutinio. Sánchez también salió diciendo que había ganado. Yolanda, a pesar de que su espacio perdió 700.000 votos desde las últimas generales, también dice que ganó. Puigdemont ya ni hablamos…
Entonces, ¿quién perdió? Más allá de las coyunturas y de los relatos del corto plazo estaría bien no olvidar que los resultados electorales siguen poniendo de manifiesto una profunda crisis del régimen. La mayoría progresista y plurinacional que permitió parar la maniobra reaccionaria que se cernía sobre el gobierno del Estado tiene un común denominador que hoy está fuera de la agenda política pero que cada vez es una realidad más incontestable: la Corona y su rey han perdido el amor de su pueblo y estas elecciones han vuelto a demostrarlo.
Que el PSOE y otros sectores moderados de la izquierda no quieren hablar de esto es evidente; ahora bien: cuando en la puerta de Ferraz se grita el “¡No pasarán!” incluso los socialistas no pueden evitar que se escape ahí un ribete morado. Para los demócratas la monarquía es incomprensible, una contradicción in terminis. Que no se abra el debate acerca de la monarquía no significa que no se vea a los ojos de todos que la Corona no goza de la simpatía popular.
Este año, además, no es un año cualquiera para la institución borbónica: Leonor, la heredera al trono, cumple 18 años y deberá jurar la Constitución ante las Cortes. Un acto solemne que viene precedido de su incorporación a la Academia General Militar de Zaragoza. Además, en junio de 2024 se cumplirán 10 años del reinado de Felipe VI, una onomástica para la cual parece fácil imaginar que el propio monarca que decoró los carteles electorales del PP hubiese preferido una mayoría diferente.
Felipe VI será siempre el rey de bastos, el hombre que el 3 de octubre de 2017 se dirigió a la población ante una supuesta actitud timorata del presidente Rajoy. Quién le iba a decir entonces al monarca que la mayoría parlamentaria de 2023 tendría un innegable sabor republicano y que podría llegar a colaborar con ella incluso el partido de Puigdemont…
En España hay una mayoría democrática que no apoya la monarquía, pero hoy aún no se ha puesto encima de la mesa que en la agenda democratizadora del Estado se incluya la supresión de la Corona. La superación del modelo neoliberal y la articulación de la plurinacionalidad del Estado tienen en la democratización de la Jefatura del Estado un elemento de mucha más importancia de lo que pudiera parecer.
La monarquía sigue siendo el freno de mano de la oligarquía ante cualquier avance democrático. El rey es el representante de los que mandan sin presentarse a las elecciones, pasaba con el anterior, el campechano, y sigue pasando con el actual, el marcial. No será hoy cuando hablemos de ello, pero el rey ha perdido las elecciones. El rey nunca ha tenido el amor de su pueblo.
Para concluir, no olvidéis nunca las palabras de Saint-Just: “No se puede reinar inocentemente. Todo rey es un rebelde y un usurpador”.