Las fracturas imperialistas y la generalización de la economía de guerra

Dibujo capitalismo es crisis

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Como venimos afirmando, el mundo se encuentra en una encrucijada. La punta del iceberg es la situación en el frente de guerra ucraniano. Ni los esfuerzos rusos en primavera, ni la tan cacareada contraofensiva ucraniana, están consiguiendo romper una situación, que a todas luces, es de empate técnico. Un empate inducido por la ayuda «occidental» a Ucrania, que a todas luces, ha dejado de existir como estado independiente, y solo se mantiene como proxi de una guerra de EE.UU. en la que Rusia se presenta como rival directo, pero cuyo objetivo, es desgastar a Europa, y cortar las alas de su intento de independencia estratégica. Obligando a los estados europeos, y sobre todo a Alemania, a prescindir del gas y de otros suministros que provenían de Rusia (aunque fuera como simple territorio de paso), Estados Unidos está sumiendo a Europa en la más absoluta dependencia económica y estratégica. La capacidad para alinear los distintos intereses imperialistas dentro la UE parece haber echo aguas.

La guerra en Ucrania

Durante el invierno y gran parte de la primavera de este año, la ofensiva rusa se ha venido centrando en la ciudad de Bajmut, la cual se ha convertido en una matanza diaria, devolviéndonos a las sangrientas batallas urbanas de la Segunda Guerra Mundial. Ambas partes venían defendiendo esta ofensiva como una masacre necesaria para debilitar al enemigo. Por la parte rusa, esta batalla ha supuesto el protagonismo único de un ejército mercenario, como el de Wagner PMC y su propietario, Prigodzhin, quien formaba parte del círculo de oligarcas de confianza de Putin.

Nuevamente saltaba como protagonista en la guerra un ejército mercenario, que si bien siempre ha estado estrechamente vinculado al Estado ruso y a sus operaciones militares internacionales, en esta ocasión se presentó cada vez más como una voz discordante dentro de la clase dirigente rusa. Porque lo cierto es que el desarrollo de esta batalla ha abierto un nuevo panorama de choques y enfrentamiento internos como no se había visto hasta ahora. Con el paso de los meses y la evidencia de una batalla calificada como «picadora de carne» por la propia propaganda de guerra, Prigodzhin se ha elevado como una voz crítica con la dirección militar rusa. La crítica llegaba al punto de señalar a Shoigu y Gerasimov, cabezas del alto mando ruso, como traidores que boicoteaban la ofensiva e impedían la llegada de suministros a las tropas de Wagner PMC.

Se especulaba entonces que Prigodzhin se alineaba así con la supuesta facción más belicista, crítica con el desarrollo de la guerra. A su vez, esto hacía pensar a diversos analistas que la crítica abierta por parte de Wagner al ejército ruso era una crítica alentada por parte de Putin, con el fin de que el alto mando tuviera ante sí un cuerpo crítico ante el que plantear cambios en el desarrollo de la guerra.

Ya antes de la caída de Bajmut a manos rusas, Zelenski y el alto mando ucraniano anunciaron una ofensiva militar que derrotaría completamente al ejército ruso. Una ofensiva apoyada por el importante suministro de armas occidental, incluidos tanques pesados como los Leopard alemanes o los Bradley británicos. La promesa ucraniana con estos paquetes de suministros era que para este verano se reconquistaría Crimea, al mismo tiempo que se comprometía con no atacar territorio ruso con armamento occidental. La realidad se evidenciaría muy otra.

Previamente al anuncio de la «prometedora» ofensiva, Ucrania lanzaba asaltos a territorio ruso protagonizados por bandas nazis equipadas con armas OTAN. El autodenominado ejército libre ruso entraba en las aldeas rusas fronterizas en dirección hacia Bélgorod. Veíamos así la puerta abierta a una extensión de la guerra no solamente a Rusia, sino a Bielorrusia, como planteaban las unidades bielorrusas del ejército ucraniano. El Afganistán europeo que deseaba la mente genocida de Hillary Clinton parece cada vez más posible.

A principios de junio comenzaba la ofensiva ucraniana en dirección a Crimea. Por primera vez hacían aparición en combate los tanques alemanes Leopard. Las primeras semanas de ofensiva demostrarían que esta no sería tan veloz como la ofensiva sobre Jarkov del año pasado sobre un frente ruso que colapsaba. En esta nueva dirección, el ejército ruso había tenido meses para fortalecer Zaporiya, mientras la lucha se centraba en Bajmut.

La aparición de los blindados alemanes, franceses y británicos no supuso el vuelco que esperaban. Las fuerzas rusas destruían las columnas blindadas antes incluso de alcanzar las primeras líneas de defensa rusas. Estos primeros movimientos demostrarían que el frente ruso no se resquebrajaría y que se iniciaba una sangrienta ofensiva, tal vez la más destructiva de las que veremos en esta guerra.

Los cientos de miles de muertos en esta guerra son una sangría espoleada por los Estados participantes. La matanza parece no tener fin, puesto que las clases dirigentes creen aún posible seguir destruyendo vidas en pos de sus intereses. En ambos bandos, el relato de la «victoria» es una gran mentira levantada sobre cientos de miles de cadáveres. Desde los medios propagandísticos occidentales se nos dice que hay que apoyar a Ucrania hasta la rendición del adversario, pero se apuesta ahora por la supuesta inestabilidad del lado ruso, ya que la derrota militar se ve cada vez más difícil.

Sin embargo, la inestabilidad rusa no supone que se abra la perspectiva del fin de la guerra, sino la de una escalada hasta niveles mucho más destructivos. El episodio del pronunciamiento de Wagner PMC es una muestra de ello.

El pronunciamiento de Prigodzhin

La mañana del 24 de junio, las fuerzas de la compañía mercenaria Wagner salían de sus acuartelamientos en territorio ucraniano en dirección a Rostov. Sin un solo disparo, las tropas mercenaria tomaban el centro de la ciudad y cercaban la sede del alto mando militar de la región que supervisa las operaciones militares en Ucrania.

Nuevamente, Prigodzhin hacía uso de las redes sociales en las que había venido siendo una de las caras más visibles de esta guerra en el bando ruso. En esta ocasión aparecía en video ingresando en la sede del alto mando y lanzando un mensaje desafiante contra la cúpula militar e indirectamente contra el Gobierno de Putin. Según Prigodzhin, comenzaba así una «Marcha por la justicia» contra los corruptos y la burocracia que dirigían la guerra y que mentían a la población sobre su desarrollo.

Era un claro desafío contra el Estado que hacía visible las fracturas dentro del mando militar. Se evidenciaba también que Wagner PMC no era el ejército privado de Putin. El 24 de junio mostró la pugna entre las diversas facciones de la clase dirigente rusa. Una pugna faccional en la que Putin ha intentado mantenerse como equilibrista. Con el desarrollo de la guerra, Prigodzhin se había señalado como portavoz reconocido del cuestionamiento del ejército ruso, alineándose con la facción más belicista entre los que se ha señalado también a Kadyrov, Surovikin e incluso a Medvedev.

Los intereses de Prigodzhin no eran únicamente militares, sino económicos. No hay que olvidar que Prigodzhin es un oligarca de San Petersburgo, enriquecido por los favores de Putin, a quien conocía desde sus años de alcalde. Prigodzhin es un claro ejemplo del lumpen aupado al poder de la mano de la vieja burocracia estalinista que conformaría la oligarquía gobernante de la Rusia actual. Pero a diferencia de otros, Prigodzhin había construido un ejército propio: Wagner PMC, un brazo armado dependiente del Estado, pero gestionado autónomamente por una facción burguesa.

Con la «Marcha por la justicia» en dirección a Moscú, el desafío se tornaba vital para el Estado ruso. Desde los medios estadounidenses se empezaba a hablar de guerra civil, esperanza de los peores belicistas occidentales. Pero la realidad se iba esclareciendo con la progresiva suma de apoyos entre los principales políticos y generales del país. Kadyrov ofrecía a sus tropas de choque para arrasar con las posiciones de Wagner en Rostov, mientras la columna de la compañía de Prigodzhin continuaba sin grandes problemas en dirección hacia Moscú. Por la tarde del mismo día, la negociación se imponía, frenando los posibles combates que podían haberse generalizado en cuestión de horas.

Los términos de la negociación se desconocen. Condenado el pronunciamiento militar a la derrota, tanto Prigodzhin como la tropa wagnerita eran perdonados. Al general-oligarca se le ofrecía el exilio en Bielorrusia, aparentemente en buenas condiciones. Pero la pregunta que se sigue planteando es cuales fueron las condiciones establecidas por parte de Prigodzhin. Con el tiempo se demostrará si finalmente pudo arrancar los cambios en el alto mando que venía exigiendo la facción dura de la burocracia y la burguesía de Estado o si Prigodzhin se conformó con el exilio y el perdón de los wagneritas.

Lo que se puede apuntar a día de hoy es que el liderazgo de Putin se ha fortalecido al constatar los apoyos internos. No es menor tampoco la oportunidad de reprimir a las voces más dubitativas y aquellos elementos más belicistas que coquetearon con apoyar el pronunciamiento de Prigodzhin. Los analístas euroestadounidenses, más propagandistas que otra cosa, señalan que estas son las horas más débiles de Putin. Nuevamente confunden el deseo con la realidad. Una vez doblegado el pronunciamiento, la dirección de Putin se presenta como un elemento estabilizador clave para la burguesía rusa.

Balance y perspectiva de la guerra

Resumiendo: A Rusia le está costando trabajo mantener su all-in en Ucrania, provocando una fractura con el grupo que ha sido su avanzadilla imperialista en todos los tableros geoestratégicos en los que Rusia ha puesto sus ojos en los últimos años, el Grupo Wagner, la organización paramilitar mercenaria, que estaba protagonizando los esfuerzos de guerra en los enclaves más disputados de Ucrania. Su líder llevaba un tiempo lanzando exabruptos contra los que lideran el ministerio de defensa ruso, acusándoles de abandonar a su suerte a sus tropas. Finalmente, hace unas semanas, protagonizó un exuberante, a la par que inconducente, pronunciamiento, con el que pretendía hacer caer al ministro de defensa ruso. Sus tropas incluso tomaron las vías de comunicación y, marcharon hacia Moscú.

Sin embargo, lo que podía haber sido una fractura de la clase dirigente rusa, en su relación con la guerra ucraniana, ha quedado en nada, con el grueso del estado y de la burguesía cerrando filas en torno a Putin, que guarda bajo la manga respuestas al desafío: no sería de extrañar que cuando se calmen las aguas, en la jerarquía estatal rueden las cabezas necesarias para poder seguir manteniendo el esfuerzo de guerra, reforzar el equilibrio entre facciones y contentar a los dos principales sectores en que la guerra divide a la burguesía rusa (los que piden una negociación exprés que ponga fin a la guerra, y los duros con su proyecto nacionalista panruso).

Mientras tanto, el líder del grupo Wagner sigue pertrechando tropas en Bielorrusia, lanzando mensajes confusos sobre su utilización en suelo africano, mientras Ucrania tiene que volver a bunkerizar los alrededores de Kiev, previendo un posible ataque desde su vecino del norte.

Llegados a este punto, y con el tablero empatado, las potencias en liza, EE.UU. y Rusia, están empezando a hablar abiertamente de guerra nuclear, lo que supondría un cambio cualitativo en el conflicto, y la materialización de los miedos que durante la Guerra Fría mantuvieron al mundo en vilo, a la vez que permitían que la guerra entre los imperialismos ruso y estadounidense nunca llegara a ser «caliente».

Rusia lleva alardeando de su arsenal nuclear durante todo el conflicto, y ya ha activado algunas cláusulas que le permitirían usarlo sin exigir un estrangulamiento de su regulación interna. Los pretextos están creados, solo falta el momento en el que Rusia «apriete el botón». La movilización de armamento nuclear, y de dispositivos militares capaces de almacenarlo, y ponerlo en funcionamiento va a todo trapo en los últimos meses, semanas y días.

Europa, vanguardia de la decadencia capitalista

Mientras tanto, la estrategia estadounidense, usando la pinza militar, por un lado, la guerra de patentes e insuflando potencia a sus industrias punteras, tanto en tecnología, como en capitalización, está consiguiendo que Europa se convierta en un erial desindustrializado. Último ejemplo: Gran Bretaña, que está perdiendo irremisiblemente su preponderancia en la industria siderúrgica.

Las potencias europeas están dejando que EE.UU les marque el ritmo en un conflicto que solo puede estrangular su acumulación, a la vez que ve como su industria informática queda a los pies de los caballos por la falta de chips creada por su «mejor aliado». Chips que son desviados por EEUU hacia sus propias empresas de hardware, mientras los intentos de independencia estratégica europea en una industria fundamental para el futuro de la acumulación y el militarismo, caen, de nuevo, en saco roto.

Tampoco podemos olvidarnos del Pacto Verde como elemento catalizador de una succión de rentas masiva del trabajo por el capital y que como todo parece indicar, tal y como fue diseñado, no va a servir para enfrentar el cambio climático. Podemos ver noticias, una tras otra, en las que la UE cambia objetivos relacionados con su Pacto Verde, para adecuarlos a las necesidades de la industria que requiera su auxilio, o incluso como se alardea de que los objetivos climáticos deben quedar supeditados al objetivo real del plan climático.

Para ello, es mucho más importante el relato y el discurso, que los objetivos de emisiones se vayan cumpliendo. Como no nos cansaremos de recordar, el cambio climático existe, lo ha generado el capitalismo, y difícilmente se va a solucionar si el capitalismo sigue siendo el sistema económico vigente. Por eso la realidad del Pacto Verde es una succión de rentas del trabajo sostenida, no una reducción de emisiones que, una vez más, alcanzaron un máximo histórico. Las economías europeas, y en particular las de la UE están convirtiéndose en una maquinaria adaptada y supedidata a una era de militarismo, es decir, en economías de guerra sincronizadas entre sí por el ritmo de la matanza presente y las venideras.

En ese marco y puestos a la cabeza del conflicto imperialista global, los estados y capitales europeos destilan decadencia por todos sus poros. La destrucción de la principal fuerza productiva, los trabajadores, no se limita a la carnicería ucraniana, por eso vemos el desarrollo galopante de la pobreza laboral y la dependencia de cada vez más trabajadores de la caridad pública para poder comer, la caída de la tasa de natalidad o la universalización de la sensación de que el trabajo destruye la vida en vez de fundarla.

El antagonismo creciente entre la Humanidad y el capitalismo conduce a un genocidio no a un colapso a partir del que se pueda construir nada

Los comportamientos cada vez más grotescos de la clase dirigente, construyendo para sí refugios y búnkeres para protegerse del futuro siniestro hacia el que pilotan la sociedad o proclamando fantasías distópicas sobre su propia inmortalidad -con el parejo e inevitable auge de las pseudociencias y la superstición-, pueden resultarnos ridículos, pero son significativos de hasta qué punto el sistema está en una decadencia profunda, peligrosa e irremediable.

Todos los grandes fenómenos globales de estos años, desde la guerra a la eclosión de la IA pasando por el cambio climático, las contradicciones de las viejas formas de propiedad y las nuevas pandemias, apuntan hacia el mismo lugar: la crisis de la civilización capitalista está derivando en un antagonismo acuciante entre capitalismo y Humanidad -o lo que es lo mismo, entre burguesía y proletariado- que hoy por hoy está alcanzando un nivel pavoroso.

Muchos, incluida una parte de la propia burguesía, fantasean con un colapso para el que cabría prepararse y a partir del cuál emergería un nuevo mundo. Pero lo que se dibuja con claridad en el horizonte no es un colapso doloroso pero salvífico, sino una serie sin fin de genocidios bélicos y hambrunas de dimensiones continentales. El sistema no va a caer. Debe ser derrocado y superado de forma consciente. Y eso es algo inimaginable sin la organización, la lucha y la emancipación de los trabajadores. Esa es la única esperanza de la Humanidad.

Y no cabe esperar a que llegue. Hay que trabajar por ella, de manera tangible y material, no sólo discursivamente, en las condiciones que tenemos, desde lo más modesto y pequeño. Contamos contigo.

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