Isidro Esnaola. Naiz.eus
La guerra se ha convertido en un próspero negocio para la industria armamentística. Y los gobiernos occidentales parecen dispuestos a seguir cebándolo para revitalizar una economía en decadencia. Pero las armas no suelen servir a la disuasión y suelen terminar destruidas en guerras interminables.
Tras dos años de guerra abierta en Europa, lo único que ha prosperado ha sido la industria militar. Así lo refleja, por ejemplo, el selectivo índice MSCI World Aerospace & Defense que subió un 13% en 2022, mientras que el índice general cayó un 18%. En 2023, el índice general subió un 23% diluyendo las pérdidas del año anterior, pero el de la industria defensa creció otro 15,5% más.
Especialmente significativos son los datos de las mayores industrias de la guerra. La cotización de Lockheed Martin, el mayor contratista estadounidense, ha subido un 22% desde enero de 2022. Northrop, quinto fabricante mundial de armas, un 13%, General Dinamics un 28%. Si de promedio las estadounidenses han crecido un 25%, las europeas lo han hecho más rápido y han subido hasta un 75%, impulsadas por el aumento de pedidos de los gobiernos europeos. Entre las más grandes destacan las acciones de las alemanas Rheinmetall, cuya cotización ha pasado de 300 euros por acción en enero a 400 el 20 de febrero (un 33% en dos meses) y Hensoldt que ha subido de 25 a 34 euros en el mismo periodo (un 36%).
En sus previsiones para este sector, Goldman Sachs apunta que el sistema estadounidense de contratos a precio fijo, que obliga a las compañías a asumir pérdidas en caso de que haya imprevistos, limita las opciones de beneficio del sector. Boeing, por ejemplo, ha informado de que el año pasado perdió 139 millones de dólares solo en tres de sus programas con precio fijo y alrededor de 1.800 millones en su negocio de armamento. ‘Defense News’ se ha hecho eco de malestar e informa de que otras grandes multinacionales como Northrop Grumman, Lockheed Martin y RTX han logrado un récord de pedidos, pero están traspasando algunos acuerdos importantes a otros contratistas para evitar la pinza de los precios fijos.
Ante esta situación, el Pentágono decidió presentar en febrero la primera Estrategia Industrial de Defensa Nacional del país. El documento dibuja el camino hacia un ecosistema industrial de defensa modernizado, más robusto, resiliente y dinámico. Presentado como un documento destinado a alinear los intereses de la industria y el Gobierno, en la práctica reduce los controles «superfluos», subraya la importancia de los planes a largo plazo y, lo más importante, apunta que la relación entre los contratistas y el Pentágono debería ser «más predecible y flexible», lo que significa que la rigidez de los pedidos cerrados a precio fijo parece que tiene los días contados. Sin embargo, Andrew Hunter, subsecretario de adquisiciones, tecnología y logística de la Fuerza Aérea, negó durante un debate organizado por Atlantic Council que vayan a desaparecer.
En cualquier caso, como ha ocurrido con la industria de los semiconductores o los coches eléctricos, consideradas estratégicas, donde el Estado está asumiendo el riesgo de las nuevas inversiones, lo más probable es que las pérdidas de la industria militar también terminen siendo asumidas por el Estado y el freno del precio fijo a los abusos del complejo militar industrial termine pronto.
Un cambio especialmente importante en EEUU que concentra nada menos que el 40% del gasto militar mundial, más que los siguientes 10 países juntos. El Gobierno estadounidense prevé gastar 842.000 millones de dólares en 2024. Un enorme negocio que tiene un importante impacto en la economía del país. El jefe del Pentágono, Lloyd Austin, señaló hace poco que «el dinero fluirá a través de nuestra industria, creando empleos estadounidenses en más de 30 estados».
Efecto del gasto militar sobre la economía
En 2023 las ventas de armas estadounidenses al extranjero crecieron alrededor de un 50%, muchas ventas compensaron el envío de antiguo armamento a Ucrania. Como dijo el secretario de Estado, Anthony Blinken: «Si nos fijamos en las inversiones que hicimos en la defensa de Ucrania […] el 90% de la asistencia que hemos proporcionado, en realidad se ha gastado aquí, en EEUU, en nuestras manufacturas, en nuestra producción». Solo entre enero y lo que llevamos de febrero el Gobierno estadounidense ha aprobado 13 grandes contratos de venta que suman 38.000 millones y que incluye cosas tan dispares como un sistema aerostático de radar para Polonia (1.200 millones), 40 aviones F-35 a Grecia (8.600 millones), drones de vigilancia a la India (3.990 millones), 40 aviones F-16 a Turquía y la modernización de otros 79 (23.000 millones), 8 helicópteros Black Hawk a Croacia (500 millones) y otros contratos más pequeños que comprenden desde misiles aire-aire a Italia, Javelines a Kosovo o lanchas patrulleras a Egipto.
La exportación de armamento se ha convertido en una forma de equilibrar la deficitaria balanza comercial de EEUU con el resto del mundo. La exportación de armamento, como señalan Austin, Blinken y alguna vez ha apuntado también Jens Stoltenberg, crea empleos en EEUU, con lo que el resto del mundo en realidad está financiando la recuperación de la economía estadounidense.
Además, las compras hay que pagarlas con dólares, lo que permite a EEUU reducir la cantidad de dólares en manos extranjeras. Una cuestión cada vez más importante tras la confiscación de los activos rusos que puso en cuestión la fiabilidad del dólar. De hecho, muchos países se están deshaciéndose de la deuda pública norteamericana. Los dos principales tenedores, Japón y China, se han desprendido de casi 350.000 millones de deuda en dos años, aunque todavía mantienen una importante proporción.
El programa de submarinos nucleares
La alianza Aukus entre EEUU, Gran Bretaña y Australia es un buen ejemplo del uso del armamento para desarrollar la propia industria. Según “The Guardian”, el programa costará entre un mínimo de 116.000 millones de dólares (todo el gasto militar ruso en 2024 rondará los 100.000 millones) y un máximo de 368.000 millones durante los próximos 30 años. Los primeros años Australia invertirá cerca de 3.000 millones anuales.
Contempla la construcción de submarinos nucleares de propulsión nuclear de diseño británico, que «incorporará tecnología estadounidense, como sistemas y componentes de propulsión, un sistema de lanzamiento vertical común y armas». De este modo, el proyecto dará un importante impulso a la industria británica –especialmente interesante ahora que está en recesión– y estadounidense, que los australianos financiarán.
El acuerdo incluiría, según Reuters, la retirada de los submarinos convencionales que utiliza Australia y la compra de tres submarinos de propulsión nuclear de clase Virginia a EEUU en la década de 2030 (con la opción de comprar dos más). De este modo. EEUU no solo se asegura la compatibilidad de los nuevos submarinos australianos con los suyos, sino una amplia cartera de pedidos para su industria. Más recursos australianos para crear puestos de trabajo estadounidenses.
Los expertos señalan que no tiene mucho sentido el uso de este tipo de submarinos si no va a llevar armas nucleares. Pese a la tajante negativa al respecto, todo el mundo entiende que en una situación de necesidad los yanquis tendrán submarinos apropiados para sus misiles nucleares; eso sí, pagados por los australianos. Un negocio redondo.
Europa también apuesta por las armas
Los líderes europeos también han visto en la industria del armamento la salida a una situación económica delicada. El canciller alemán, Olaf Scholz, dijo durante la ceremonia de inicio de obras de una nueva planta de producción de munición del fabricante de armamento Rheinmetall en Unterlüß que «debemos pasar de la fabricación a la producción en masa de armamentos». De sus palabras se desprende que el Gobierno alemán fía la recuperación de la economía germana a la industria militar. Una apuesta muy peligrosa que Scholz justificó con una afirmación falsa: «Aquellos que quieren la paz deben poder disuadir con éxito a los agresores». Las armas nunca sirven para disuadir; por el contrario, multiplican las posibilidades de confrontación armada.
El presidente francés, Emmanuel Macron, apuesta también por ese camino. Durante una visita a la base naval de Cherburgo volvió a decir que la industria de defensa debe pasar al «modo de economía de guerra». Otro llamamiento a revitalizar la actividad económica fabricando armamento. Parece que ningún dirigente europeo ha aprendido nada de la experiencia histórica.
Con la industria militar el mundo pierde no una, sino dos veces: una cuando deja de fabricar productos útiles para construir armas y otra cuando invierte recursos en la compra de armas que solamente tienen un destino: ser destruidas en una guerra.