Contrapunto: ¿hay una solución nacional para Israel y Palestina?

Cartel de solidaridad con el pueblo palestino

Aunque no se compartan las formulaciones de los autores, este escrito aporta una visión marxista del conflicto Palestino e Israelí que puede resultar interesante, amén de instructivo. Análisis que en lo concreto no se contradice con la exigencia de una mediación internacional urgente para el cese de la escalada militar israelí sobre la población palestina.

Redacción. Comunia.blog

Empeñados en contarnos el «conflicto» en términos y con sujetos nacionales los medios ni siquiera caen en lo absurdo que resulta que un país amenace al vecino con una huelga general propia como represalia. Y sin embargo es lo más revelador de cuanto está pasando estos días. Revelador porque la amenaza es real para Israel y porque los trabajadores palestinos tampoco la han acogido precisamente con entusiasmo. Para entender Israel/Palestina hagamos un poco de historia y por una vez, desde la perspectiva de los trabajadores.

El sionismo

1.- A finales del XIX los judíos europeos eran una minoría cultural-religiosa, no un grupo susceptible de desarrollar una burguesía nacional en un territorio. Solo las políticas antisemitas zaristas habían creado una «región de confinamiento» en la frontera con Europa donde podía hablarse de mayorías judías. Pero esas mismas políticas, que prohibían los estudios universitarios, las actividades profesionales y el desarrollo de capitales productivos, evitaban el nacimiento de una burguesía nacional judía en lo que hoy es parte de Rusia, Polonia, Bielorrusia y Ucrania. El desarrollo industrial del imperio ruso en la línea Polonia-Donetsk-Petrogrado-Urales creó, eso si, una masa de proletarios judíos que se unirían en su mayoría a la socialdemocracia primero y a la Revolución después. El fenómeno será común en toda Europa y especialmente visible en los primeros partidos comunistas (los bolcheviques, los alemanes, los húngaros, etc.). De ahí viene la asociación bolchevismo-judaismo por la propaganda feudal zarista que luego hará suya la reacción fascista.

Como ya se ha dicho, no hay que imaginar la emigración de los judíos en forma repentina. Será gradual y durará varios decenios. En primer lugar, irán los pobres y harán cultivable la tierra; construirán carreteras, puentes, ferrocarriles, erigirán telégrafos, regularán el curso de los ríos y se construirán, ellos mismos, sus viviendas de acuerdo con un plan preestablecido. Su trabajo hará surgir el comercio; el comercio los mercados; los mercados atraerán a nuevos colonos, puesto que todos vendrán espontáneamente, por propia cuenta y riesgo. El trabajo que invertimos en la tierra hará subir su valor. Los judíos advertirán, rápidamente, que se ha abierto ante ellos un nuevo y duradero campo, donde podrán desplegar su espíritu emprendedor que, hasta entonces, había sido odiado y despreciado.

2.- En ese marco el sionismo será la expresión de capas pequeño-burguesas de zonas atrasadas, temerosas al mismo tiempo de la lucha de clases y de la opresión zarista. Incapaces de constituirse como burguesía en su propio suelo soñarán un «país sin pueblo» en el que poder construir un estado a su medida.

En el documento fundacional del sionismo moderno, «El Estado Judío» de Teodoro Herzl, no se engañaban en absoluto sobre el papel que reservaban a los trabajadores judíos en la revalorización y puesta en producción de los eriales palestinos: explotación, sacrificio y penuria para crear una acumulación originaria de capital al servicio de una burguesía judía que solo llegaría cuando se le aseguraran las condiciones de rentabilidad.

3.- Este enfoque descarnado pero sincero no hizo al sionismo precisamente popular entre los trabajadores de origen judío por mucho que sufrieran opresión, antisemitismo y barbaridades de todo tipo. Sin embargo permitió al sionismo una «presentabilidad» burguesa, a medida de su «idealismo», que al final consiguió dos éxitos fundamentales:

  1. Que familias de la alta burguesía de origen judío, en especial los Rotschild, donaran las cantidades suficientes como para comprar terrenos e iniciar una serie de asentamientos en régimen de pequeña propiedad.
  2. Con la «garantía» de tan poderosos donantes, los fondos caritativos que ayudaban a los supervivientes de los pogromos a ubicarse en Canadá o Argentina, aceptaron dirigirse en parte a las nuevas explotaciones agrarias en Palestina. Más adelante, de la fusión de unos fondos y otros nacerá el «Keren Kayemet Leyisrael», conocido como «Fondo nacional Judío» (FNJ) que comprará las tierras de colonización a los señores feudales locales.

4.- A diferencia de lo que esperaba Herzl, los «pobres» que llegaron a esa primera oleada migratoria (la primera aliyá) no eran obreros, sino pequeños campesinos perseguidos o desposeídos de sus tierras en Rusia. Cuando vieron la oportunidad de establecerse no pensaron en volver a la economía de subsistencia, sino que se orientaron -con la ayuda de las organizaciones sionistas- hacia los cultivos de exportación, especialmente los frutales. Este tipo de cultivo necesita la contratación de mano de obra solo en periodos puntuales (plantación, recogida, vendimia, etc.). Así es como se forma el proletariado agrario palestino y se da pie a las primeras migraciones árabes desde Siria y Egipto.

Cuando los pogromos y la represión que anteceden y siguen a la Revolución rusa de 1905, llevan las primeras oleadas de proletarios judíos (la «segunda aliyá») hasta Palestina, los pequeños propietarios judíos se negarán a contratarlos. Preferirán al joven e inexperto proletariado árabe a medio formar antes que a los obreros judíos, muchos de ellos con experiencia revolucionaria, que llegaban desde Europa. Estos tuvieron que dedicarse a trabajos de desbroce en zonas incomunicadas como el mar de Galilea. La negativa de la pequeña burguesía judeo-palestina del «Yishuv» a formar un «proletariado nacional judío» y su miedo, aun mayor, a que contagiaran con ideas socialistas a los jornaleros árabes y a los primeros núcleos industriales urbanos, abrió la puerta a la cesión de tierras en lugares infames en régimen de alquiler a cooperativas autogestionadas de trabajadores judíos: el primer movimiento kibbutz.

Dicho de otro modo, desde 1910 la estrategia de la burguesía israelí es mantener separados al proletariado que estaba creando, en su mayoría árabe, y al proletariado que llegaba como migrante huyendo de los horrores de Europa, en su mayoría judío.

5.- Pero el mayor éxito a largo plazo de la naciente burguesía sionista fue su alianza con el imperialismo inglés. El Imperio Británico buscaba aliados sobre el terreno para llevarse la parte del león en el despedazamiento del Imperio Otomano del que la provincia de Siria (dentro de la cual se incluía Palestina) era parte. Por supuesto, el imperialismo británico siempre jugará a dos barajas, especialmente tras conseguir poner en marcha movimientos «nacionales» árabes (la famosa «revuelta árabe» de Lawrence de Arabia) y la conversión de Palestina en «mandato» británico tras la Primera Guerra Mundial.

El sionismo se convertirá así en un elemento del debate «interno» entre los diseñadores de la política imperial británica. Las posiciones oscilarán entre los que, como Balfour, apostaban a largo plazo por una alianza más amplia con los árabes y los que como Churchill -que no convencerá a Roosevelt pero sí, más tarde a Truman- se dan cuenta de la importancia de un bastión fiable contra Alemania. Una posición muy parecida a la de Churchill sostuvo De Gaulle hasta después de la crisis de Suez del 56 y durante un cierto periodo clave, Stalin, nada sospechoso de filosemitismo, que es quien a través de Hashomer Hatzair equipa en 1948 al Tzahal con armamento a través de Checoslovaquia.

El Nacionalismo árabe

6.- Porque mientras tanto, a partir de los años 20 han aparecido los primeros ecos locales del nacionalismo árabe… y se han alineado cada vez más con Alemania.

En principio se trata de una reacción feudal que se hace fuerte por la violencia entre las facciones del poder árabe jerosolomitano imponiéndose en la dirección religiosa musulmana con su propio «Gran Mufti». Se inicia así «el conflicto» como una política de atentados y asesinatos de jefes tribales y propietarios árabes y turcos que han vendido o piensan vender tierras a fondos judíos. Después, una vez reprimida la disidencia, el terrorismo se cebará en trabajadores y agricultores judíos. La llamada «revuelta árabe» no fue sino un pogrom a la levantina.

7.- Sin embargo, en una paradoja constante en todo este proceso, la extensión de las compras de tierras, que en principio habían favorecido sobre todo a burócratas otomanos, empezó a beneficiar a la pequeña burguesía jerosolomitana. Esta ahora pujante, pero limitada, clase social se consideraba parte de una región de Siria y se daba cuenta de que la rapidez del desarrollo económico de la nueva burguesía del «yishuv», cultural y económicamente más cercana a los británicos, amenaza con dejarles aislados como una pequeña burguesía subalterna.

Sobrepasando la cortedad de miras del Mufti y los viejos dirigentes tribales, son conscientes desde muy pronto de que su modelo ha de ser el de una «construcción nacional», al modo del «renacer» del otrora ocupante turco, y no el de un «despertar religioso». Serán pues «panarabistas» e impulsarán al Mufti a estrechar lazos con los movimientos sirios. Como Siria está administrada por Francia, la referencia de los nacionalistas árabes será el mayor rival imperialista de Francia en la época, Alemania, aliado a su vez de la nueva Turquía nacional.

Esto es lo que llevará a unos y a otros a ligarse al nacionalsocialismo alemán. Los «panarabistas» acabarán reciclando ideológicamente el discurso del Eje, el antisemitismo feudal y las necesidades modernizadoras del magro capital nacional sirio-palestino en una mezcla apta para los tiempos. Lo que a partir de 1947 será el Baaz representará la verdadera vanguardia de la creación de un capitalismo de estado en el mundo árabe. Cuando las derrotas de Jordania, Egipto, Siria y Líbano en el 48 se hagan definitivas en la guerra de los seis días de 1967, el panarabismo se tornará utópico. Liderarán entonces el acercamiento a la URSS y darán lugar, en 1964, a la OLP, conversión final del nacionalismo panárabe en nacionalismo palestino.

La lucha de clases y la «solución de los dos estados»

La verdadera base de acuerdo entre la burguesía palestina y la israelí es la de que un proletariado fracturado nacionalmente interesa a ambas partes.

Esta división ha permitido al estado israelí erosionar las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores -palestinos o judíos- con pasaporte israelí a niveles que serían la envidia de las burguesías europeas. A día de hoy un 60% de los jubilados israelíes viven en la pobreza y las condiciones laborales, la fragmentación del mercado de trabajo y la precariedad se han multiplicado desde los noventa. Y si hicieran caso a la propaganda deberían sentirse privilegiados además porque, solo la unión nacional, les dice la burguesía israelí, evitará un nuevo genocidio a manos de los muchos enemigos árabes y musulmanes de Israel.

Para qué hablar del territorio bajo la Autoridad Nacional Palestina. Allí el que «el patrón» fuera extranjero, dejaba las manos libres a la burguesía nacional para identificarse con el «socialismo», equiparando «echar los judíos al mar» con la nacionalización. En la cotidianidad, para los trabajadores palestinos la explotación cotidiana se unía a la humillación diaria de los controles israelíes, la represión cuasi-mafiosa de una burguesía palestina tan nacionalista como corrupta e incompetente y, a partir de cierto momento, ese para-estado integrista y brutal, nacido de la descomposición cocinada entre ambos gobiernos, que es Hamas. Ya pueden llover millones desde Europa y las potencias interesadas en socavar «humanitariamente» a Israel: no veremos servicios públicos decentes en la ANP, ni siquiera los básicos. Tampoco veremos a la burguesía y el estado palestino crear trabajos decentemente pagados ni sistemas de previsión… a no ser que se entienda por sistema previsional tener que sacrificar la propia vida en un ataque suicida a cuchillo contra soldados o policías israelíes para que el estado cubra los gastos mínimos de una familia destruida por la pobreza.

Si la guerra es el modo de vida de la burguesía como clase global, sus ramas en Palestina e Israel han hecho de ella una forma de dominación relativamente estable. Asentada en el miedo, la religión, el racismo y la descomposición, para ellos la guerra es el presente y el futuro. Eso es lo que ambas defienden poniendo como horizonte una «solución binacional», dos estados complementarios en el crimen y la explotación de los trabajadores.

No, no hay solución basada en dos estados. Dos estados mantendrían unidas a ambas burguesías en su modo criminal de dominación y explotación, cómplices en un apartheid diario y brutal. Tampoco, es obvio, hay solución en un único estado basado en la expansión de uno de los existentes o de alguno de sus vecinos ¿quiénes iban a ser los expropiados y asesinados sino los trabajadores?

La solución es otro tipo de unidad de clase, la unidad de nuestra clase, los trabajadores, contra toda forma de explotación y opresión. No hay otro futuro que la miseria y la muerte tanto en la patria como en el patrón, se les ponga el gentilicio que se les ponga.

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