La multipolaridad es una falsa esperanza para la izquierda

Dibujo del mundo rodeado de banderas

Greg Gódels. Mltoday.com

Desde que finalizó la etapa de la llamada “Guerra Fría”, en las relaciones entre estados capitalistas se han producido importantes y profundos cambios, junto a alteraciones igualmente bruscas, en el contenido de esas relaciones.

Este tipo de cambios han logrado seducir a intelectuales y académicos de izquierda, empujándolos a empatizar con aquellos países cuyos Gobiernos chocan, por múltiples razones, con las presiones políticas o económicas que se ejercen desde los Estados Unidos y de sus aliados.

Desde esos sectores se comenzó a ver acríticamente a estos países como “compañeros combatientes” en la lucha por la justicia social y, también, como antiimperialistas. Incluso otros rivales advenedizos, guiados por intereses muy específicos, han sido vistos como “antiimperialistas” por el solo hecho de oponerse a la hegemonía estadounidense. Dicho sin ambages, han llegado a presentar al enemigo de su enemigo –Estados Unidos y “Occidente”– como su amigo.

¿Cómo ha sido posible que un número de personas de izquierda hayan llegado a suscribir tamaña falacia? A nuestro modo de ver, para poder responder adecuadamente a esta interrogante, resulta preciso analizar la naturaleza del imperialismo  durante el curso de la Guerra Fría.

Cambio de escenario “post guerra fría”

La “Guerra Fría” mantuvo alineamientos únicos, aunque históricamente ligados. El mundo estaba dividido entre países de orientación socialista, liderados por Partidos Comunistas o de trabajadores, las principales potencias capitalistas y sus neocolonias, y los países no alineados que se negaban a unirse a la cruzada anticomunista organizada por las potencias capitalistas.

Un orden tan claramente definido, con un conflicto igualmente definido entre el país que lideraba el campo socialista, la URSS, y el que encabezaba el campo capitalista, Estados Unidos, llevó a muchos a creer que la era del imperialismo clásico, o sea, la etapa de las rivalidades inter-imperialistas, había acabado.

Pero la verdad es que quienes así interpretaron aquellas circunstancias históricas, se equivocaban. La desaparición de la URSS y el surgimiento y la intensificación de numerosas crisis capitalistas –políticas, sociales, ecológicas y, especialmente, económicas– dieron lugar a la aparición de poderosas fuerzas centrífugas , terminando con la unidad que hasta entonces había existido.

Sucedió, además, que los cambios globales que ello llevó aparejado, tales como la movilidad del capital, el transporte barato y eficaz, el surgimiento de nuevas tecnologías, el desarrollo de nuevas clases de mercancías y la mercantilización de los bienes públicos, terminaron generando la aparición de nuevos competidores e intensificando la competencia a nivel internacional. Y las crisis y la competencia han demostrado ser siempre el suelo fértil para que se reproduzcan las rivalidades capitalistas y los conflictos estatales.

Repercusiones del capitalismo en la era post-guerra fría

El mundo surgido después de 1991 tenía mucho más en común con el mundo que Lenin había descrito antes de la Primera Guerra Mundial que con la era de la “Guerra Fría” y su choque entre sistemas sociales  antagónicos, con sus adjuntos y respectivos bloques.

Así como los capitalistas del siglo XIX se esforzaron por establecer las reglas para dividirse pacíficamente el mundo y establecer el libre comercio a través de los acuerdos de la “Conferencia de Berlín” en 1884-1885, los aliados capitalistas de la “Posguerra fría” buscaron reglas, alianzas, acuerdos comerciales y la eliminación de barreras al movimiento de capitales, el intercambio de productos básicos y la explotación laboral a nivel mundial. Ambos periodos históricos fueron entusiásticamente exhibidos como pruebas fehacientes del triunfo del capitalismo y de su inevitable llegada a los lugares más recónditos del planeta.

Tal y como llegaron ya alcanzaron entender las grandes potencias del siglo XIX, el desarrollo desigual del capitalismo, los rivales advenedizos y la competencia despiadada trastocarían las promesas de paz y armonía entre los poderosos que inicialmente se habían pronosticado. Después de un prometedor interludio de relativa paz, -el primer período de modesta armonía occidental desde las guerras napoleónicas–, el “nuevo orden” del siglo XIX comenzó a desmoronarse, generando un tsunami de inestabilidad económica, conflictos, enfrentamientos militares, resistencia colonial y guerras nacionalistas.

La desaparición de la URSS y el capitalismo de la era post-guerra fría

En el siglo XX, con la desaparición de la URSS, sucedió algo similar a lo que había sucedido durante el siglo XIX. Las potencias capitalistas de la “posguerra fría” disfrutaron también de su interludio de comercio mundial en rápida expansión, –la famosa “globalización”– y de la orientación regulatoria de poderosas instituciones internacionales.

Pero tampoco ahora la ansiada armonía se pudo alcanzar, viéndose destrozada, desde principios del siglo XXI, por una serie sucesiva de crisis económicas y de guerras regionales. La llamada “crisis de las puntocom” marcó el precio que había que pagar por una década de arrogancia capitalista y por la creencia asumida de que ese Sistema carecía de  alternativas.

El mundo fue nuevamente sacudido, primero por una “pequeña” depresión global, luego por una crisis de deuda europea, seguida después por una falsa recuperación impulsada por la deuda, un desastre de salud pública global y, ahora, por un período prolongado de estancamiento e inflación. La prometida concordia del “gobierno capitalista universal” terminó haciéndose añicos, provocando guerras constantes, inestabilidad político-social y disfunción económica.

Ese es, ni más ni menos, que el mundo capitalista de nuestros días.  Y, a poco que fijemos nuestra atención, descubriremos que no se trata de un mundo capitalista tan diferente al que existía en vísperas de 1914, antes de que estallara la Primera Guerra Mundial.

Lenin y otros, ya se habían apercibido, durante aquellos años, del comienzo de una nueva era, plenamente madura, para que pudieran producirse cambios revolucionarios. Ellos fueron capaces de prever una etapa en la que el capitalismo  arrastraría consigo la guerra, la miseria y el sufrimiento a las masas europeas, llegando a traspasar los límites del viejo continente.

Para estos visionarios, la única salida a la situación que inevitablemente provocaría el dominio de las finanzas y de los monopolios organizados en un sistema global de imperialismo, era la revolución y el socialismo. La tragedia de la Primera Guerra Mundial terminó dándoles la razón.

Análisis crítico de la izquierda actual

Hoy, sin la existencia de un proyecto destinado a la liberación de la clase trabajadora, que está sintiendo el peso de las crisis capitalistas recientes, las guerras cada vez más frecuentes, los grandes movimientos migratorios, el ejercicio de la política terminado cayendo en manos  de los oportunistas de derecha, de falsos populistas, de demagogos, de vendedores de nostalgias y de otros variopintos mercachifles ambulantes, cuyo recorrido va desde la derecha a la “izquierda”.  

Curiosamente, sucede que una buena parte de la izquierda euroamericana trata a estos charlatanes como si se trataran de “extraterrestres” caídos del cielo, y no como lo que son: el producto natural y lógico del vacío que ha dejado una izquierda carente de claridad ideológica, de cohesión y de un programa revolucionario que guíe su acción.

En términos más generales, incluso los gobiernos más “liberales” están recurriendo al nacionalismo, a las barreras comerciales, los aranceles y las sanciones; una postura, como es sabido, muy tradicional en la derecha. La Administración Biden, por ejemplo, que pasa desapercibida para la izquierda, ha dado continuidad a las regulaciones comerciales y sanciones e, incluso, a las políticas de inmigración de la Administración Trump.

Mientras el capitalismo se embosca tras de sus estrechos intereses, la competencia feroz y el conflicto entre Estados, la gran mayoría de la izquierda euroamericana continúa dando vueltas alrededor de los desacreditados principios del liberalismo y de  la socialdemocracia  

Sin respuesta a un mundo de crecientes rivalidades entre Estados-nación y tensiones globales, muchos en la izquierda permanecen atrapados en una estrategia defensiva que promete más de lo mismo, o el regreso a una imaginada “edad de oro” de la mal llamada sociedad del bienestar. Al no estar en condiciones de poder identificar que la decadencia del capitalismo reside en el capitalismo mismo, esta izquierda se compromete a la ilusión centenaria de gestionarlo ella misma para obtener  resultados más halagüeños.

Igualmente delirante resulta la creencia –muy popular entre un sector prominente de la izquierda– de que un “bloque” u “orden emergente” puede constituir la base de un movimiento poderoso contra el imperialismo, cuando ese bloque en sí mismo está constituido por Estados dominados por capitalistas, o por Estados con un importante sector económico capitalista.

Si Lenin tenía razón –y tenemos razones abrumadoras para creer que, en efecto, la tenía– el capitalismo está en el centro mismo del sistema de las rivalidades imperialista, constituyendo la fuerza motriz que las alienta y provoca.

¿Cómo podrían colaborar los Estados dependientes del capitalismo, dejando de lado sus propios intereses, para crear un mundo sin competencia, sin fricciones, sin conflictos y sin guerras entre Estados, a su vez formados por capitales en feroz competencia?

¿No es el capitalismo la esencia del imperialismo y la rivalidad, el conflicto y la guerra su resultado inevitable? ¿Ha existido acaso una tendencia contraria a esta desde que Lenin escribiera “El Imperialismo, fase superior del capitalismo”, en 1916?

La multipolaridad de los BRICS

Desde hace unos 13 años, con la fundación de un grupo modestamente alternativo de cinco estados poderosos a los que se les negó el acceso al club exclusivo y superior de estados capitalistas, la alineación de los BRICS se convirtió en una causa para algunos izquierdistas. Basándose más en la fe ciega que en cualquier promesa de los miembros del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), los izquierdistas improvisaron una construcción ideológica ad hoc, a la que se llamó “multipolaridad”.

Cuando las perspectivas políticas radicales parecen oscuras, cuando la perspectiva del socialismo parece distante, muchos en la izquierda se vuelven hacia el tablero de ajedrez global, pretendiendo que algunas piezas de ajedrez representan el cambio social que ellos anhelarían para sus propios países.

Frustrados por el arduo, largo y difícil camino de ganar a las masas de respectivos países para un programa que sirva a los trabajadores, los izquierdistas de EE.UU. y la UE apuestan por gobiernos que, por razones diversas , se oponen a EE.UU. y a los gobiernos de la Unión Europea.

Esta identificación con los intereses de gobiernos y estados capitalistas en conflicto con EE.UU. y la UE no debe confundirse irreflexivamente con la “solidaridad” o el “internacionalismo”.  Tanto la solidaridad como el internacionalismo surgen de la empatía hacia otros pueblos o por sus gobiernos, sólo cuando esos gobiernos están al servicio del pueblo.

El afán por la multipolaridad surge de un hecho y de una esperanza. El hecho es que el Gobierno estadounidense puede haber perdido parte de su capacidad para imponer su voluntad al resto del mundo, y que las potencias globales se han levantado para desafiar la dominación estadounidense. Esto explica parte del creciente conflicto y el actual  caos en las relaciones internacionales.

Pero los fanáticos de la multipolaridad interpretan esto como “un revés” para el sistema del imperialismo cuando, en el mejor de los casos, es solo un revés para el imperialismo estadounidense .

La falacia consiste en suponer que los rivales capitalistas de EE.UU. son de alguna manera “benignos” y que, mágicamente, restringirán sus intereses para establecer la armonía y la paz globales.

No hay ninguna base en los precedentes históricos o en la actualidad contemporánea que nos permita establecer esa suposición, más allá de la mera esperanza infundada. Sin duda, se trata de una interpretación radicalmente errónea de la historia reciente y de los acontecimientos actuales.

Amistades supuestas y realidades

Por poner algunos ejemplos, tan solo en las últimas semanas, las relaciones entre los gobiernos de Canadá y la India alcanzaron un punto de ebullición; el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán estalló nuevamente, y dos gobiernos reaccionarios unidos, Polonia y Ucrania, se demandaron y amenazaron mutuamente. Todo ello sin el patrocinio del gobierno de Estados Unidos.

El gobierno de Venezuela, un firme defensor de la ideología multipolar, vive en un amargo conflicto con Guyana, por más de 160.000 kilómetros cuadrados de territorio rico en petróleo, rechazando un “referéndum consultivo” propuesto por el gobierno de Guyana.

Este tipo de conflictos entre iconos de la “multipolaridad BRICS” , nos pone de manifiesto que conformarse con derribar la hegemonía estadounidense no va a deshabilitar al sistema imperialista.

Dos miembros de los BRICS, la India y la República Popular China, mantienen enconadas relaciones que estallan en guerras abiertas de vez en cuando.  Brasil, bajo Bolsonaro, fue abiertamente hostil y confrontativo con todos los países más progresistas de América Central y del Sur. Y Rusia actualmente disputa con acendrada rivalidad a Francia valiosos recursos en África central.

Los nuevos miembros de los BRICS cargan con un bagaje aún más contradictorio. Egipto y Etiopía tienen una larga disputa por el agua, que los BRICS no resolverán. Irán y Arabia Saudita tienen una disputa existencial que resuelven en los cruentos campos de Yemen. Los sauditas están dispuestos a reconocer a Israel para adquirir tecnología nuclear a la altura de Irán, una acción que difícilmente sugiere paz y prosperidad.

¿Existe un interés progresista, anticapitalista o antiimperialista común que una a este grupo de países? ¿O están unidos, simplemente, por la conveniencia de que este o cualquier otro bloque que los acepte? La India de Modi, por ejemplo, acepta ser miembro de casi todas las formaciones internacionales, ya sean de orientación occidental o no.

No es más que una forma de pensamiento mágico creer que sin la dura mano del imperio estadounidense, la depredación y el conflicto inter-imperialista  desaparecerá . 

Lenin hizo blanco de sus burlas la idea de Kautsky de que la armonía multipolar (ultraimperialismo) seguiría a la Primera Guerra Mundial. Y  los acontecimientos le terminaron dando la razón.

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