Este interesante artículo valora la publicación del libro “Mañana tal vez el futuro. Escritoras y outsiders en la guerra civil española”, escrito por Sarah Watling, en el que esta autora inglesa aborda el papel que tuvieron las mujeres extranjeras en la guerra de 1936-39. Una guerra, siempre hay que recordar, que falsa e interesadamente se denomina coloquialmente como “guerra civil”, contribuyendo a oscurecer así el golpe militar fascista que condujo a la confrontación entre dos ejércitos y a la masacre de una buena parte de la población republicana.
Eduardo Bravo. Epe.es
Sarah Watling, historiadora: “Los grandes acontecimientos ya no se pueden abordar dejando de lado a las mujeres”
A pesar de ser un fenómeno local cuya duración en el tiempo apenas superó los tres años, la Guerra Civil Española es uno de los conflictos que más literatura ha generado durante la segunda mitad del siglo XX. Lejos de agotarse, el tema sigue de actualidad gracias a nuevas generaciones de historiadores que han incorporado a su estudio sensibilidades y puntos de vista poco transitados hasta ahora. Por ejemplo, las cuestiones de género.
“La crónica de estos grandes acontecimientos y temas como la solidaridad, el activismo o la participación ya no se pueden abordar dejando de lado a las mujeres. Ellas están ahí, estaban ahí y participaban con la misma intensidad con la que lo hacían sus compañeros”, defiende Sarah Watling, autora de Mañana tal vez el futuro, un ensayo publicado por la editorial Taurus cuyo subtítulo es Escritoras y outsiders en la guerra civil española.
“Una de las cosas que me llamaron la atención a la hora de estudiar la Guerra Civil española fue la gran cantidad de extranjeros que se vieron involucrados en ella defendiendo, principalmente, la causa republicana. De hecho, a la hora de analizar cuál fue la motivación que les trajo aquí, he llegado a pensar que lo que realmente estaban haciendo era luchar, no tanto por España como por su propio país”, explica Watling, que cita en su ensayo a Nancy Cunard, escritora que, en 1936, se dirigió a sus colegas intelectuales con las siguientes palabras: “muchos de nosotros, en todas partes del mundo, tenemos claro, con mayor certidumbre que nunca, que estamos obligados a tomar partido. La actitud ambigua, la torre de marfil, lo paradójico, el distanciamiento, ya no sirven“. En definitiva, una invitación a la acción que se alejaba de ese aparente romanticismo que ha rodeado siempre a la Guerra Civil y que se revelaba muy pragmática.
“Martha Gellhorn lo llegó a expresar de una forma muy clara. Para ella, España era el lugar donde se podía detener el fascismo. Para entender esta actitud hay que analizar el contexto en el que se movían las protagonistas del libro. Eran personas que estaban muy al tanto de lo que sucedía políticamente en su época, que sabían la amenaza que se cernía sobre el mundo y que, ante la inacción de los gobiernos de sus países, se vieron en la necesidad de implicarse en el conflicto”.
Deseo y realidad
Mañana tal vez el futuro repasa, a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, el papel que desempeñaron mujeres como Gerda Taro, Nancy Cunard, Silvia Towsend Warner, Valentine Ackland, Salaria Kea, Jessyca Milford, Martha Gellhorn o Virgina Woolf durante la Guerra Civil española.
“La selección ha sido muy cuidada y basada en una profunda investigación aunque, en este tipo de decisiones, siempre hay algo de intereses personales y mucho azar, cosas que surgen de tirar de un hilo que en un primer momento no se intuía y que termina dando lugar a nuevos descubrimientos. Eso me sucedió con, por ejemplo, Martha Gellhorn, cuya posición sobre el concepto de objetividad periodística me resultó muy interesante. Después de ser testigo de los bombardeos sobre Madrid y de ver cómo estaban siendo asesinados niños, se planteó que la verdad no podía pasar por ignorar la dimensión humana de la tragedia. De hecho, llegó a afirmar que en el caso de la Guerra Civil, asumir una posición pretendidamente objetiva, terminaba siendo una posición deshonesta“, recuerda Watling que, a la hora de hacer la selección para su ensayo, también ha incluido mujeres racializadas —como la enfermera negra Salaria Kea— o con sexualidades no normativas —como Silvia Towsend Warner y su novia Valentine Ackland—, lo que no dejaban de ser detalles importantes en la España heteropatriarcal y racista de los años treinta.
“Cuando empecé a investigar sobre el tema me di cuenta de que, si bien la Guerra Civil resultaba muy atractiva porque estaban muy delimitados los dos bandos —los buenos, los malos, la democracia, el fascismo —, muchas de las personas que fueron a luchar a España no conocían muy bien el país, ni su realidad social o política. Si bien es cierto que venir a esa España no hizo que esas mujeres se sintieran ajenas, porque por esas y otras circunstancias que has mencionado ya eran ajenas en sus propios lugares de origen, sí eran personas que estaban intentando entender su propio concepto de solidaridad que, en ocasiones, chocaba con la realidad”, destaca Watling, que pone como ejemplo de esa contradicción algo tan sencillo como la relación entre esas mujeres y sus compañeros de lucha.
“Estas mujeres llamaban ‘compañeros’ y ‘camaradas’ a unos hombres que no necesariamente las percibían como iguales. Esto provocó que, llevadas por esa idea de solidaridad, estas mujeres no midieran a esos hombres con el patrón con el que hubieran debido hacerlo. De alguna manera, bajaron el rasero porque querían generar esa solidaridad y verlos como compañeros e iguales cuando ese sentimiento no siempre era recíproco”, recuerda la autora, que cita en el libro casos de abuso sexual o racismo que esas mujeres prefirieron mantener en secreto para que los hechos no fueran utilizados por el enemigo y empañaran la lucha del bando republicano. “En el caso de Salaria Kea, por ejemplo, cuando trataba de contar sus historias sobre el racismo que había sufrido, no eran bien recibidas porque había que preservar ese recuerdo idealizado de lo que se hizo en ese momento histórico“.
Doblemente derrotadas
Aunque muchas ya no se encontraban en España en abril de 1939, la derrota de la República fue también la derrota de estas mujeres, que vieron cómo a ese dolor se sumaba el acoso y la persecución que las autoridades de, por ejemplo, Estados Unidos, desplegaron contra ellas por haber sido militantes antifascistas.
“Si bien se trató de una tragedia distinta a la que sufrieron los que se quedaron en España después de la Guerra, la derrota de la República no fue más que el principio de una larga cadena de años de desencanto para estas mujeres, que sobrellevaron la situación manteniendo vivo el recuerdo de lo que habían vivido en España. De hecho, cuando comprobaron que durante la época de Franco quedó suprimida la mitad de la historia del país, muchas de ellas se propusieron preservar esa memoria a través de sus artículos y libros“, explica Watling, que destaca la dificultad de desarrollar esa labor en un escenario en el que los hombres seguían teniendo una posición hegemónica en la sociedad y controlaban el relato. Una situación ejemplificada por el caso de la maleta hallada en 2007 con cientos de negativos pertenecientes a Gerda Taro, los cuales demostraron que muchas de las fotos atribuidas a Robert Capa, en realidad habían sido disparadas por ella.
“Durante la investigación sobre el libro, y especialmente la parte que se refiere a Gerda Taro, aprendí cómo los prejuicios que dieron forma a las vidas de esas mujeres también dieron forma a la manera en que se recuerda el trabajo que desarrollaron. Aquellos que tienen más acceso a los medios de comunicación y a dejar su huella son los que tienen más reconocimiento y, en este caso, han sido los hombres. En el caso de Gerda Taro, al hecho de ser mujer se sumaba que era desplazada, que su trabajo se producía en zonas de guerra, que su familia desapareció en el Holocausto… Una situación que hizo que fuera más sencillo reproducir esas premisas sexistas sobre su capacidad, su talento y sobre el trabajo que realizó”, finaliza Sarah Watling.