España: bloqueo político y crisis de la izquierda

Parte de un gráfico publicado por Canarias semanal

El movimiento 15M y la irrupción de Podemos despertaron grandes esperanzas hace una década en el Estado español y mucho más allá. Podemos prometió “dar la vuelta” a los partidos de la “casta”, pero llegó a gobernar -en alianza con Izquierda Unida y en una posición de fuerza subordinada- con el PSOE de centro-izquierda. ¿Dónde está hoy la izquierda? ¿Cómo reconstruir una perspectiva de ruptura anticapitalista cuando las fuerzas que pretendían encarnar una ruptura con el “sistema” manejan la actualidad del capitalismo español? Brais Fernández (Contretemps.eu) explica la situación y adelanta algunas propuestas para salir del impasse.

Tras una década de grandes movilizaciones sociales y políticas, la situación política en el Estado español se encuentra en un callejón sin salida. Si ponemos en perspectiva todo el proceso, vemos una serie de cambios y desarrollos a partir de los cuales el régimen político ha construido un nuevo equilibrio temporal e inestable. Esta serie de cambios, con sus  respectivas respuestas “transformistas”, se pueden resumir en cinco puntos:  

1. Hace diez años, el parlamentarismo español se basaba en un bipartidismo en el que el PP (derecha) y el PSOE (socialistas) dominaban abrumadoramente el campo electoral, oscilando entre mayorías absolutas y cuasi-mayorías,en ocasiones apoyadas por partidos nacionalistas catalanes y vascos de derecha. Hoy, ese panorama se reconfigura, con un PP y un PSOE que no alcanzan el 30% de los votos, y se ven obligados a gobernar con partidos ubicados, al menos a nivel de discurso, a su derecha o a su izquierda. Se formó así una política de bloques, estable y bien definida, pero sujeta a tensiones internas.  

2. Por la derecha, el PP, heredero del sector conservador del franquismo pero suficientemente inteligente para adaptarse a la “modernización democrática”, ha perdido su monopolio de representación exclusiva de la derecha. Primero apareció Ciudadanos, un partido liberal con pretensiones de centro, que acabó sumido en sus propios errores tácticos, pero también por la tendencia general a la polarización política que está barriendo a los partidos de centro para sustituirlos por partidos de extrema derecha. La irrupción de VOX, una versión de la extrema derecha adaptada a la idiosincrasia española, responde a este fenómeno: más ultraconservadora que populista, más nacional-católica que rupturista, VOX consigue captar el descontento de los sectores duros del electorado de derechas ante el auge del feminismo, el ecologismo y el independentismo catalán, provocando pánicos morales entre las clases medias tradicionales.  

3. El PSOE sigue siendo el partido hegemónico de la izquierda, pero se ve obligado a gobernar en coalición con Unidas Podemos y a apoyarse en el nacionalismo vasco de derecha (PNV) y centro-izquierda (Bildu), así como en ERC,el partido independentista de centro-izquierda que actualmente gobierna Cataluña. Todos estos partidos, que ahora sirven de muleta al PSOE (excepto el PNV), habían actuado como catalizadores del descontento de la ‘izquierda’ con el régimen monárquico y su democracia liberal de baja intensidad, pero acabaron aceptando el marco constitucional , convirtiéndose así en los pilares de la gobernabilidad del nuevo progresismo modernizador que maneja actualmente el capitalismo español.  

4. Las grandes movilizaciones del 15M [movimiento de los Indignados de 2011] y del independentismo catalán constituyeron el sustrato social que impulsó la reorganización de los partidos españoles.  El feminismo, la ecología y los grandes movimientos ciudadanos globales contemporáneos han tomado el control. Nada queda (o casi) de la base de este impulso. La reactivación de las organizaciones sociales ha sido cortocircuitada por la participación de los partidos de izquierda en la gestión del gobierno. Gran parte de este impulso ha sido cooptado por un nuevo “estado ampliado”, a medio camino entre el cabildeo, la consulta y la promoción ubicados dentro de los canales oficiales. Este “estado expandido” es frágil, porque no está apoyado por la organicidad de las masas, pero tiene muy éxito en fomentar la pasividad política, transformando, a través de salarios y beneficios, una capa de aspirantes a “intelectuales orgánicos” de clase media en una red de intelectuales “tradicionales”, aunque progresistas. Esto puede causar conflictos y que sus formas cambien, lo que discutiremos brevemente más adelante..  

5. Dentro de la sociedad española en el periodo pospandemia, las tendencias a la despolitización coexisten de forma contradictoria con otras, que van en sentido contrario. Observamos un desplazamiento molecular hacia la derecha de grandes sectores de la población y, al mismo tiempo, el reforzamiento de nuevas identidades sexuales y de género entre parte de los jóvenes. La integración de ciertos militantes en la gobernabilidad capitalista (y esta es la principal característica del actual “gobierno progresista”) va acompañada de un retorno a la consulta social y un nuevo papel político para los sindicatos, de corte conservador. La política internacional, en un mundo donde el internacionalismo parece estar en crisis terminal, condiciona la política nacional en proporciones sin precedentes.   

La guerra de Ucrania y el cambio climático están provocando reacciones aparentemente contradictorias, como el miedo al cambio, la incertidumbre y un cierto hedonismo turístico entre las capas cada vez más pequeñas de la población que pueden permitírselo. La inflación consume una gran parte de los salarios de los trabajadores; pagar alquiler en las grandes ciudades se ha convertido en una tortura; los servicios públicos han entrado en una fase de deterioro descontrolado, pero las cifras de desempleo (el eterno drama estructural del mercado laboral español) se mantienen en niveles aceptables para gran parte de la población.  

Amplios sectores sociales se están proletarizando, como los trabajadores de la salud, por ejemplo. Una parte importante de la población, en constante aumento, vive fuera de la sociedad oficial: inmigrantes que se convierten a la Iglesia evangélica, proletarios en rotación en el mercado laboral, trabajadores del sector industrial que no existen ni para la izquierda de Madrid ni para la de Barcelona. El Estado busca construir nuevos nichos de estabilidad: toda una nueva generación de estudiantes opta por presentarse, al acabar la universidad, a los concursos de puestos en servicios públicos. Estabilidad ficticia, preludio del desastre, ¿nueva oportunidad para la izquierda?  

El estado de la izquierda

El “gobierno progresista” formado por el PSOE y Unidas Podemos (UP) marcó un punto de inflexión en la historia del parlamentarismo español, formando el primer gobierno de coalición desde el periodo republicano de los años 30. Pero más allá de la retórica épica, este gobierno ha hecho muy poco para lograr transformaciones sociales y políticas, dedicando sus esfuerzos a la “pacificación” y la estabilización del orden constitucional, en lugar de buscar cualquier confrontación con las clases dominantes que hubiera permitido una posición ofensiva de la clase trabajadora.  

Sin duda, hay razones de fondo para este “reformismo sin reforma”. El contexto económico en los países del centro capitalista ya no es un contexto de crecimiento, y la tendencia a la baja de la rentabilidad, que no encuentra su salida en una gran crisis depuradora, impide grandes operaciones redistributivas dentro del modo de acumulación de capital. Dicho esto, el Gobierno del PSOE-UP ha sido incapaz de tomar la más mínima medida de fondo para compensar el descenso generalizado del poder adquisitivo de los trabajadores, cuyos salarios se han visto reducidos mes a mes por la inflación que el año pasado alcanzó picos del 10%, mientras que el incremento salarial promedio apenas superó el 2%. La famosa reforma laboral de Yolanda Díaz (Ministra de Trabajo y futura candidata presidencial), no puso en tela de juicio las medidas más perjudiciales adoptadas por los gobiernos anteriores, especialmente en lo que respecta a la protección en caso de despido.  

El Gobierno ha aumentado un 25% el presupuesto de gasto militar por orden de la OTAN, manteniendo la edad de jubilación en los 67 años, lo que, bajo las actuales circunstancias en las que los intereses políticos y el cinismo están descaradamente entrelazados, no impidió que los ministros de izquierda aplaudieran las movilizaciones de los trabajadores franceses que se oponían a elevar la edad de jubilación a 64 años. Los fondos europeos y el famoso keynesianismo verde que iban a cambiar Europa para siempre, porque supuestamente habíamos aprendido las lecciones de la pandemia, solo sirvieron para disfrazar y engordar las cuentas de las grandes compañías eléctricas. Los millones de euros del rescate de los bancos en 2008 no han sido reembolsados.  

Podríamos seguir así hasta el infinito. Y la única respuesta de un simpatizante del “gobierno progresista” sería: “¡Cuidado que viene la derecha! “. Nada se ha transformado:  la izquierda española ha comenzado su proyecto de gobierno donde Syriza lo terminó. Toda la epopeya del “progresismo” recuerda esta anécdota de la zarina visitando los “pueblos Potemkin” de Rusia y a la que se le mostró, engañosamente, una serie de fachadas pintadas para la ocasión de viviendas con las que ocultar la realidad de los hechos.

Paz social y crisis de la izquierda

Para una pequeña minoría, era evidente que la participación en un gobierno liderado por un partido socioliberal como el PSOE evolucionaría de esta manera. Podemos e Izquierda Unida [coalición en torno al Partido Comunista de España] también lo sabían (son cínicos, pero no estúpidos…) y han combinado una rebaja de las reivindicaciones con un aburrido exceso discursivo que desemboca en una situación paradójica: ¿estamos ante logros históricos? ¿Debemos resignarnos porque ya no podemos avanzar? ¿Qué elegir? Este estado de bipolaridad en el que vive la izquierda gubernamental podría dar pie a un buen psicoanálisis, pero también explica, en parte, las causas de la crisis que se ha desarrollado al interior de la izquierda gubernamental.  

Cuando Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, renunció como vicepresidente del gobierno y nombró a Yolanda Díaz para sucederlo, no se esperaba que se emancipara de su tutela y decidiera recomponer la izquierda sin Podemos.Yolanda Díaz, política con un currículum bien surtido, afiliada al Partido Comunista, había comenzado su trayectoria política en la política municipal, antes de lanzarse a la política nacional gallega con AGE (Alternativa Galega de Esquerdas), una alianza entre Izquierda Unida y un sector del nacionalismo gallego. En ese momento, cuando el ascenso de Syriza era el faro de la creciente radicalización política de ciertos sectores de izquierda, Yolanda Díaz defendía con vehemencia la necesidad de romper con las instituciones capitalistas. Posteriormente, surfeó el proceso de formación de la nueva izquierda liderada por Podemos, convirtiéndose en una figura que, aunque afiliada a Izquierda Unida, estaba más cerca de Pablo Iglesias que nadie.

Su evolución ideológica es un buen ejemplo de la deriva del proyecto transformador de la izquierda en la última década. Aliado acérrimo del PSOE, el principal defensor del acuerdo entre sindicatos y empresas, su apoyo a la OTAN en los meses posteriores al inicio de la guerra en Ucrania es un ejemplo más de cómo siempre ha tratado de situarse dentro del establishment europeo progresista.  

El conflicto entre Sumar (la nueva plataforma impulsada por Yolanda Díaz, que también aglutina a más de una decena de formaciones territoriales ajenas a Podemos) y Podemos sólo puede entenderse gracias a esta observación de Gramsci: “No tenemos suficientemente en cuenta el hecho que muchas acciones políticas obedecen a necesidades organizativas internas”. Ambos espacios políticos tienen la misma orientación de gestión gubernamental dentro del marco capitalista y aceptan la dirección del PSOE: ninguno tiene el más mínimo proyecto de construir una fuerza de oposición independiente del régimen político español. Votan por igual en todos los temas y sus prácticas políticas no muestran diferencias sustanciales. 

Tienen diferencias tácticas en algunas áreas: Podemos apuesta por un conflicto discursivo de mayor intensidad y por una lógica de diferenciación del PSOE en este ámbito, así como por una política de alianzas más abierta a los separatistas catalanes y vascos de centroizquierda, mientras que Sumar propone una táctica mimética más cercana al discurso socialista. Pero el conflicto así provocado se limita a una disputa sobre la hegemonía de uno u otro aparato dentro de la izquierda más que a un verdadero debate estratégico.  

Las próximas elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo marcarán la balanza de poder para una negociación entre estos dos nichos: el terreno es más favorable al bloque de Yolanda Díaz, que no está en competencia directa y podría beneficiarse de la previsible derrota de un Podemos sin fuerza territorial y atrincherada en torno a la férrea dirección de Iglesias, apoyada por Irene Montero e Ione Belarra, sus dos ministras en el Gobierno.  Si bien la lógica racional diría que un pacto es indispensable para que el “gobierno progresista” tenga la oportunidad de recuperar su mayoría parlamentaria en las próximas elecciones, un alto nivel de conflicto, así como una psicología de aparatos acostumbrados a peleas en las que el oponente debe ser aniquilado, operan como contratendencias irracionales.

Los próximos meses proporcionarán la respuesta, pero no hay perspectiva política a la vista para la izquierda, que permanecerá encerrada en la lógica de la participación en la gobernanza del sistema vigente.  

Perspectivas radicales

Este momento de reconfiguración sistémica está ligado a los resultados políticos del ciclo anterior y afecta a las fuerzas que dicen ser “antisistema” en sentido amplio. Su debilidad y el hecho de que no haya surgido ningún polo nuevo que proponga una dinámica diferente reflejan una dialéctica fundamental entre lo político y lo social: en última instancia, es en el nivel político, en sus evoluciones y desarrollos, donde los ciclos de movilización social encuentran su resolución. El proceso de transformación de la izquierda posterior al 15M se ha traducido en un momento de pasividad social y un giro hacia la derecha. Pero las fracturas y contradicciones sociales persisten, a pesar del triunfo momentáneo de las políticas capitalistas basadas en el “keynesianismo militar, sin crecimiento ni redistribución” (en palabras del historiador marxista estadounidense Robert Brenner) para tratar de evitar que estalle una nueva crisis.

La evolución de la sociedad española y su estructura crea grandes focos de precariedad y empobrecimiento, que hay que distinguir de los procesos de “proletarización” de determinados sectores de la clase trabajadora. Las posiciones sociales y de clase son siempre relativas, es decir ligadas a otras posiciones, a procesos históricos, políticos e ideológicos. Esto significa que hay una masa empobrecida creciente excluida de la sociedad oficial, así como de las estructuras de izquierda y derecha, y que están dotadas de sus propias formas de socialización, incluso si estas se construyen desde arriba, como en la relación entre las iglesias evangélicas y sectores del proletariado inmigrante. Este fenómeno (obviamente nos referimos a la expansión y consolidación de bolsas de trabajadores marginados por la sociedad oficial) también se extiende a los trabajadores indígenas, especialmente en áreas que sufren desindustrialización y abandono territorial (algunas áreas de Andalucía, Extremadura – el olvidado mezzogiorno español – son un buen ejemplo).  

Al mismo tiempo, parte de las clases trabajadoras ven deterioradas sus condiciones de vida: los títulos universitarios no son suficientes para acceder a un puesto de funcionario (principal garantía de estabilidad laboral hoy en día), y el hecho de tener un empleo tampoco garantiza buenos salarios. En este sentido, la inflación ha jugado el papel de desintegrador social, entre una fracción cada vez más reducida de las clases medias que “llevan la buena vida” y una amplia capa de trabajadores, pero también de autónomos o falsos autónomos, a menudo de origen inmigrante, en la industria, la logística y los servicios, que ven deterioradas sus condiciones de vida mientras viven en sociedades de abundancia. Este sector constituye la “norma” de la clase obrera (en el sentido de que es la situación más frecuente), pero está muy fragmentado organizativamente: la clase obrera tiene una cierta capacidad sindical en la industria, pero es débil en otros lugares, por ejemplo en los servicios.  

En mi opinión, los sectores que hemos mencionado tenderán, a largo plazo, a expresarse políticamente en formas cercanas a las de los chalecos amarillos franceses. Despreciado o ignorado por la política oficial, el coup d’eclat es su forma favorita de acción política. La izquierda política no debe ignorarlos en ningún momento y debe estar siempre atenta a participar en formas híbridas de protesta política, así como a definir una orientación permanente hacia estos sectores, por ejemplo en campañas de defensa de la salud pública, un tema particularmente sensible en los barrios obreros.  

Lo fundamental en esta etapa para reconstruir una izquierda anticapitalista dinámica con un mínimo de credibilidad dentro de la clase trabajadora es asumir que hay un retorno parcial y momentáneo a la “estabilidad” desde abajo, pero que es posible romperlo  en el medio plazo. Es aquí donde la lucha en el terreno sindical y social actualiza la táctica: es necesario empujar al conflicto a los sectores agrupados o influidos por los grandes sindicatos, baluarte central de la paz social hoy. Si la izquierda anticapitalista no asume una política de frente único que privilegie la lucha común de masas y la experimentación social y organizativa mientras gana influencia real dentro de la clase obrera, se convertirá en un nicho contracultural para jóvenes intelectuales y aislará las bolsas de trabajadores combativos del resto de la clase obrera. Este peligro, sin duda, es real.  

En los movimientos sociales, el desafío es formar una corriente militante con sentido estratégico capaz de romper con la estructuración de la política liberal, que subordina lo social a lo político-institucional y reduce la lucha contra la opresión a una lucha de lobbies, presiones y subsidios Para ello, las corrientes anticapitalistas deben evitar el aislamiento y no perder demasiado tiempo en las luchas organizativas: lo importante es estimular una discusión política que vuelva a poner en el centro la necesidad de una perspectiva global y no compartimentada para luchar contra el sistema.  

A nivel programático, creo que la izquierda revolucionaria debe refundarse en torno a un proyecto ecosocialista, que ponga en el centro el cambio climático, la necesidad de una planificación democrática de la economía, en el marco de un nuevo tipo de Estado (en el caso español , basado en la plurinacionalidad confederal y el derecho a la autodeterminación), algo que el capitalismo no puede ofrecer y que sólo puede ser impulsado por la clase obrera y su autoorganización. Esto debe entenderse en un sentido profundo, es decir no sólo como instrumento de una vasta recomposición del tejido social, sino poniendo en el centro la tarea de formar una amplia organización política de los trabajadores, que no se reduce ni a la reproducción de un “ismo”, como identidad reivindicativa del marxismo, sino dentro de fuertes acuerdos programáticos y estratégicos. Estas ideas pueden parecer simples, pero el verdadero problema político de las corrientes anticapitalistas es su tendencia a dispersarse en momentos de debilidad subjetiva en medio del caos objetivo: se trata de buscar una palanca programática para asumir el desafío y crear una referencia política para luchar contra el capitalismo.  

Una breve conclusión

El impasse en el que se encuentra la política española responde a dos razones fundamentales, ambas integrantes de una tendencia global. Por un lado, la crisis y, por otro lado, la supervivencia a través de sus transformaciones del “nuevo progresismo” que apareció durante el ciclo de 2008. Su declive ideológico aún no se ha traducido en el surgimiento de nuevos fenómenos políticos y, en cierta medida, sigue actuando como un freno. 

Decir esto no significa que los nuevos fenómenos políticos serán automáticamente asumidos por la izquierda revolucionaria: sería absurdo creer que tal resultado está garantizado.  Lo que tratamos de decir es que esta supervivencia “agonista” -que lucha para no morir, pero no para vivir -para usar una idea de Mariátegui- está ligada a una frágil estabilidad y a la prolongación del preocupante impasse generado por el “keynesianismo militar sin crecimiento y sin redistribución” al que aludíamos antes. 

Si surgen en España movimientos antisistémicos de masas, cosa que seguramente ocurrirá, lo harán en evidente conflicto con el progresismo transformista, que ha elegido ser un gestor del sistema en lugar de -aunque cita extensamente a Gramsci- librar una guerra de posiciones contra él.

Fuente:

https://www.contretemps.eu/espagne-impasse-politique-crise-gauche/
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