Editorial. Posicuarta.org
2023 es el año de la desigualdad. Para los países que esperan recuperarse de las devastadoras pérdidas provocadas por la pandemia de COVID-19, la batalla se ha vuelto más difícil debido a las amenazas combinadas del cambio climático; la fragilidad, los conflictos y la violencia, o la inseguridad alimentaria, por nombrar solo algunas, que dificultan la plena recuperación de todas las economías.
Es una afirmación del Banco Mundial, la institución gemela del Fondo Monetario Internacional, fieles representantes ambas de los intereses del capital financiero dominante, es decir, el estadounidense. Seguramente desearían promover la ilusión de que el capitalismo ofrece un halagüeño panorama, lleno de virtudes; pero la realidad, terca, lo impide. Abordamos en esta carta, primera de 2024, un problema que encuadra todo: la desigualdad como grave patología social, por la precariedad vital a la que condena a una parte cada vez mayor de la población. Para combatir la enfermedad aplicamos el criterio médico que considera sucesivamente tres cuestiones: la identificación del síntoma, la formulación del diagnóstico y la propuesta de tratamiento.
El síntoma: la acumulación de miseria proporcionada a la acumulación de capital impide la satisfacción de las legítimas aspiraciones de la mayoría
Para quienes defendemos como objetivo irrenunciable la emancipación de la humanidad de toda forma de opresión, el punto de partida es la legítima aspiración de la mayoría de la población, la que vive de su trabajo, a la vida digna que hoy es posible gracias precisamente a la productividad de dicho trabajo. No se trata de nada disparatado, se aspira simplemente a tener un empleo digno, alimentación, vivienda, vestido, transporte, acceso a la sanidad, la enseñanza, la cultura y el ocio, etc.
Sin embargo, la realidad muestra todo lo contrario: más de 800 millones de personas pasan hambre, más de 200 millones están desempleadas; más de 2 000 millones sin acceso a servicios básicos de agua y saneamiento; unos 1 800 millones no tienen alojamiento adecuado; casi 800 millones de personas adultas carecen de competencias básicas de lectoescritura. No es sólo en las economía subdesarrolladas, la lacra del desempleo alcanza a 2,7 millones de personas en el caso español: ¡casi tres millones de personas a las que se les niega un derecho tan elemental como es ganarse la vida con su trabajo! Donde el incumplimiento del compromiso gubernamental de derogar las contrarreformas laborales de 2010 y 2012, ya que sólo derogó una pequeña parte de ellas, pequeña par, preserva un marco de relaciones laborales que debilita la posición de los trabajadores, haciendo posible así caídas salariales como la que reconoce la OCDE en 2022, que fue del 5,3%.
A la vez, el pasado viernes 29 la empresa Bloomberg anunciaba que el patrimonio neto de los 500 mayores multimillonarios aumentó 1,5 billones de dólares en 2023, es decir, que se apropian del equivalente a un 1,5% más de toda la producción mundial. Según UBS, el 1% más rico de la población mundial dispone del 44,5% de toda la riqueza.
El coeficiente de Gini es un indicador de desigualdad. Una sociedad totalmente equitativa tendría un 0 y, a partir de ahí, a mayor desigualdad, mayor coeficiente, hasta 1. El de Suecia es considerable: 0,257. El de Estados Unidos es aún mayor: 0,378. Pero se refieren a la distribución del ingreso, del producto de cada año. La distribución de la propiedad está aún mucho más concentrada, lo que desmitifica, por cierto, el mito del «modelo sueco» como un supuesto «capitalismo bueno»: en EE. UU. es 0,859 pero en Suecia es casi igual, 0,834.
En 2022, preveía Oxfam que «casi un millón de personas podría caer en la pobreza extrema en 2022, al mismo ritmo al que la pandemia ha ido creando un nuevo milmillonario (uno cada 30 horas)».
El diagnóstico: no es una determinada política económica, sino la naturaleza intrínseca del capitalismo
Pero Oxfam, actuando como la ONG que es, concluye apostando por el capital: «los Gobiernos tienen suficiente margen de maniobra para actuar y poner freno al crecimiento extremo de la riqueza de los milmillonarios y de los beneficios de las empresas, al mismo tiempo que abordan la crisis sin precedentes del aumento en el coste de la vida que está afectando al mundo». Es la misma posición de quienes responsabilizan de los problemas al «neoliberalismo», que identifican como «capitalismo salvaje», apostando por tanto por un supuesto «capitalismo bueno», en el que las exigencias de la rentabilidad y el bienestar social serían compatibles.
Sin embargo, lo que se constata cada día es que las legítimas aspiraciones de la población trabajadora chocan con un muro infranqueable: la rentabilidad, que es la fuerza impulsora de la acumulación capitalista. Es decir, que la legítima aspiración a una vida digna, acorde a las posibilidades materiales hoy disponibles, se revela irrealizable bajo el capitalismo. Dicho de otro modo: la causa de la desigualdad y la consecuente precarización de las condiciones de vida de la mayoría no es una determinada gestión del capitalismo, sino su naturaleza intrínseca.
Porque el capitalismo obedece a las leyes que lo rigen y entre ellas se cuenta la que Marx formuló, en el Libro I de El capital, como Ley general de la acumulación capitalista, «que produce una acumulación de miseria proporcionada a la acumulación de capital (…) la acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital».
Lo que hay detrás de la precariedad vital, de la pobreza que afecta a amplios sectores de la población es doblemente responsabilidad del capital: por el desempleo al que aboca a los mencionados casi tres millones de personas y por la precariedad que provoca que ni siquiera con empleo se asegure evitar la pobreza: «una de cada tres personas pobres (32,9%) tiene un empleo remunerado».
Es la expresión de otra ley, la que presiona a la baja la tasa de ganancia, ante la que el capital intenta por todos los medios aumentar el grado de explotación, para lo que busca desvalorizar la fuerza de trabajo, la mercancía de la que vivimos la mayoría. Esto se concreta en el ataque al salario en sus distintas expresiones: el salario directo por la inflación y el debilitamiento de la negociación colectiva; el salario indirecto mediante los recortes de fondos de los sistemas públicos de enseñanza, salud, etc.; el salario diferido con el cuestionamiento de las pensiones públicas, el seguro de desempleo, etc.
Las causas de la desigualdad no tienen nada que ver con la meritocracia, como muestra un interesante estudio sobre Suecia precisamente. Sino con la propiedad que, corroborando la previsión de Marx, no deja de concentrarse cada vez más: de acuerdo con el Instituto Suizo de Tecnología, «147 empresas a través de participaciones entrelazadas en otras juntas controlan el 40% de la riqueza en la red global, 737 empresas el 80%».
El tratamiento: la organización de la clase trabajadora para la defensa incondicional de sus reivindicaciones hasta el final
Si identificamos al capitalismo con una máquina, la conclusión es tajante: los problemas no proceden de la forma de manejar la máquina, sino de la máquina misma. Y, en consecuencia, sólo podrán resolverse realmente eliminando la máquina. ¿Cómo se hace esto?
El motor de la historia es, claro, la lucha de clases, ¿cuál si no? Pero «los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos». En el contexto actual, ¿cómo actuar?
El programa fundacional de la IV Internacional fija varias cuestiones determinantes. En primer lugar, que la humanidad padece una severa crisis, que los datos recogidos en esta carta refrendan. Las fuerzas productivas no es ya que no se desarrollen, sino que cada vez está más sistematizada su destrucción, con las guerras, las crisis, la devastación del medio natural y, por sobre todo, la mencionada desvalorización de la fuerza de trabajo. En segundo lugar, que esa crisis está ligada a la crisis de la dirección de la clase trabajadora; clase cuya voluntad de luchar por sus aspiraciones está fuera de toda duda, pero que sólo logrará que sea fructífera si la desarrolla en su propio terreno, independientemente de todo compromiso con todas y cada una de las instituciones del capital. En tercer lugar, que la perspectiva de una ruptura revolucionaria, que abra una verdadera salida a los problemas, está conectada con la organización de la clase trabajadora en torno a sus reivindicaciones, incluidas las más elementales, como el “agua caliente para el té” en las fábricas rusas y la construcción del partido bolchevique, que acabó liderando la triunfante revolución de octubre de 1917.
Hoy es la resistencia con el pueblo palestino que se despliega a todo lo largo y ancho del mundo, porque lo que está en juego ahora en Palestina resulta crucial para el futuro de la lucha de clases a escala mundial. Aquí en particular es la exigencia de la amnistía incondicional a los encausados políticos; la defensa del sistema de pensiones y en concreto la exigencia de auditoría; el combate por el empleo frente al cierre de actividades y por condiciones laborales dignas frente a la precariedad; la preservación del salario real ante la inflación, mediante convenios colectivos que la aseguren; la pelea por la enseñanza y sanidad públicas. Y un largo etcétera que recoge el conjunto de reivindicaciones de la mayoría. Y que permite triunfos como el del sector de la automoción en Estados Unidos este mismo 2023.
A partir de todo esto, participar en la lucha por una representación política fiel a los intereses de la clase trabajadora es nuestro empeño, en el que no vamos a cejar. De ello depende que la movilización de la clase sea lo fecunda que la humanidad necesita.