En este 30 aniversario de los Acuerdos de Oslo del año 1993, y siempre, la comunidad internacional debe reconocer la inutilidad del marco del “proceso de paz”, que garantiza a Israel impunidad para su robo de tierras palestinas.
Inès Abdel Razek. Contrahegemoniaweb.org
El mundo entero fue testigo del histórico apretón de manos entre Yasser Arafat e Isaac Rabin en el jardín de la Casa Blanca, junto a Bill Clinton, hace exactamente 30 años, un momento considerado uno de los acontecimientos geopolíticos fundamentales del siglo XX.
Yo tenía entonces cinco años, vivía en Francia y lo recuerdo principalmente por la televisión, y más tarde por los libros de historia.
Poco después, mi familia se trasladó a Gaza, ya que mi padre, refugiado palestino, pudo por fin entrar en su país por primera vez, junto a otros miles de palestinos y palestinas. Nuestra vuelta a casa coincidió con el regreso del difunto Yasser Arafat.
Etiquetada infamemente como la “Generación Oslo”, formada por palestinos/as de entre 30 y 40 años, somos hijas e hijos de los negociadores o de los líderes de la primera Intifada. Toda nuestra vida ha estado marcada por las decisiones tomadas en secreto entre los entonces dirigentes de la OLP y el gobierno israelí.
Durante esas tres décadas, se nos animó –y se nos sigue animando– a participar en los llamados “coros de paz”, campamentos de verano u otras instancias de “diálogo” para mezclarnos con los israelíes. Esas instancias, de hecho, sólo hacían que ellos y ellas se sintieran bien consigo mismos; los mismos israelíes que después servían en el ejército, sin luchar contra el sistema racista y colonial del que formaban parte.
Hemos sido testigos de la construcción de un muro de apartheid de 700 km, que separa a vecinas y amigos de sus familiares o de sus árboles frutales. Hemos visto la fragmentación y el bloqueo de nuestras ciudades, rodeadas como están de puestos de control militares. Y hemos visto el crecimiento exponencial de las colonias judías y las carreteras segregadas, que convierten cada viaje en coche en una empresa peligrosa.
Este llamado “proceso de paz” –con acuerdos provisionales que se suponía que sólo durarían cinco años– de hecho ha otorgado a Israel carta blanca para ampliar su control y expansión coloniales, al tiempo que impone su dominación racista de apartheid sobre la población palestina.
Cumbres inútiles
Esta desilusión condujo a la segunda Intifada y a la rebeldía masiva que vemos hoy entre las generaciones más jóvenes. El resentimiento apunta en gran medida hacia los gobernantes palestinos, que siguieron aceptando cumbres de paz y rondas de negociaciones inútiles, mientras nos imponían su propio sistema de sometimiento.
El proceso de Oslo estaba intrínsecamente condenado al fracaso desde el principio. Cimentó la idea de que las negociaciones bilaterales en el marco de una agenda liberal de “consolidación de la paz” eran una vía política viable, en contraposición a la búsqueda de la paz mediante la descolonización, el fin de la ocupación militar y la defensa de los derechos humanos y colectivos de acuerdo con el derecho internacional.
En primer lugar, las negociaciones nunca se llevaron a cabo de buena fe, y el desequilibrio de poder siempre iba a favorecer a Israel. El ex negociador israelí Yossi Beilin reconoció recientemente que el mayor error cometido por los palestinos fue creer en el compromiso de Israel de congelar la construcción de colonias.
Rabin, en su discurso de 1995 ante la Knesset sobre los Acuerdos de Oslo, indicó que la “solución permanente” implicaría “el establecimiento de colonias en Judea y Samaria” [Cisjordania], y la construcción de asentamientos coloniales continuó durante los períodos de negociación.
Los negociadores israelíes también evitaron referirse al derecho internacional, excepto como “base para futuras negociaciones”, eludiendo así cualquier responsabilidad o compromiso firme de poner fin a la ocupación y respetar los derechos palestinos. Hasta el día día de hoy, Israel no ha reconocido al pueblo palestino como grupo nacional ni ha reconocido nuestro derecho a la autodeterminación.
En segundo lugar, el pueblo palestino fue excluido de las negociaciones secretas, y los negociadores palestinos estaban mal preparados para garantizar que se cumplieran sus demandas. De hecho, la Autoridad Palestina (AP), creada en virtud de los Acuerdos, fue diseñada para desempeñar un papel de contrainsurgencia en la pacificación y el control de los palestinos, en lugar de actuar como la entidad soberana que nos conduce a la libertad y la independencia.
La OLP cambió así la lucha por la liberación palestina por un autogobierno limitado dentro de nuestra tierra, totalmente dependiente de Israel.
La AP actúa ahora como ejecutor local de nuestra propia subyugación, con una clase dirigente que intensifica la represión contra la juventud disidente que ha perdido la confianza en la capacidad de su sistema de gobierno para liberarnos de la opresión.
La farsa de las negociaciones bilaterales
En tercer lugar, cualquier proceso mediado por Estados Unidos, y apoyado por sus aliados occidentales, estaba condenado a favorecer los intereses israelíes.
Como señaló en 2019 el ex ministro de Exteriores egipcio Nabil Fahmy, la administración de Bill Clinton “borró la distinción entre los intereses y prioridades estadounidenses e israelíes”. En la actualidad, EEUU sigue siendo el principal patrocinador del ejército israelí, al que provee 3.800 millones de dólares anuales.
Desde 1972, EEUU ha vetado más de 44 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaban las acciones ilegales israelíes, contribuyendo a la cultura de impunidad en la que opera Israel en la actualidad. Estas acciones nocivas continúan hoy con la promoción de la normalización árabe con Israel a través de los Acuerdos de Abraham.
Las pocas veces que la AP han intentado alejarse de la farsa de las negociaciones bilaterales, como al recurrir a las convenciones de la ONU o a la Corte Penal Internacional (CPI), Israel y sus aliados las han tachado de medidas “unilaterales” que “perjudicarían la paz”, culpando a las víctimas –los palestinos– de ser quienes rechazan siempre las ‘ofertas de paz’.
A menudo me preguntan si la solución de los dos Estados está muerta, o si abogamos por la solución de un solo Estado. Esto pasa por alto la pregunta crucial y necesaria para avanzar. La fijación en la cuestión del Estado y la defensa ‘de boquilla’ de la solución de dos Estados ha desempoderado a nuestro pueblo, ha consolidado los aparatos burocráticos y de seguridad y ha blanqueado los crímenes israelíes.
La verdadera pregunta debería ser: ¿cómo podemos lograr una paz justa y un futuro de libertad en todo el territorio de la Palestina histórica? No es razonable esperar que el pueblo palestino esté dispuesto a negociar su libertad y sus derechos fundamentales.
Necesitamos que la comunidad internacional modifique su enfoque y reconozca la necesidad de un cambio radical en la dinámica de poder.
En primer lugar, debe reconocer la inutilidad e insuficiencia del encuadre del “proceso de paz” y, en su lugar, concentrarse en un proceso político centrado en la realización de los derechos humanos.
Debe apoyar los esfuerzos palestinos por recuperar su sistema político y su representación, promoviendo la construcción de consenso entre todos los segmentos de la sociedad.
Y lo que es más importante, debe exigir responsabilidades a Israel por sus crímenes y poner fin al comercio, la cooperación y las alianzas amistosas con uno de los pocos regímenes coloniales que quedan en la Tierra.