Diego Farpón. Hemensalidaporlaizquierda.org
En la historia burguesa invasión y lucha de clases no son contradictorias, como nos quiere hacer creer la leyenda oficial, sino que una es el medio y la expresión de la otra.
Róża Luksemburg
La II Internacional, una organización desconocida
La I Internacional fue la primera gran organización del proletariado. Con Engels y Marx en su seno, tiene un carácter casi mítico. Algo parecido ocurre con la III Internacional, aquella que impulsaron las/os bolcheviques en marzo de 1919, al calor de la épica de la Revolución de Octubre: organizada a pesar de la invasión imperialista, combatió por la revolución mundial hasta finales de los años veinte, cuando el retroceso del bolchevismo en la URSS se hizo presente en la organización internacional.
Entre las dos internacionales una II Internacional a la que nadie parece rendir honores, a pesar de que entre 1889 y 1914 aglutinó en su seno a las/os más importantes dirigentes del movimiento revolucionario: conocidos militantes de la Asociación Internacional de Trabajadores, como César de Paepe o Leo Frankel, revolucionarias/os como August Bebel, Clara Zetkin, Karl Kautsky o Wilhelm y Karl Liebknecht, pero también Plejánov o Vera Zasúlich. Y no olvidemos que incluso participaron en esta II Internacional Engels, que no murió hasta 1895, Eleanor Marx o Paul Lafargue. Alcanzamos a encontrar incluso un engarce histórico con la Oposición de Izquierda, a través de la figura de Khristian Rakovsky.
La I y III internacionales, hasta perecer políticamente, jugaron un importante papel histórico. La I, expandiendo la lucha de clases y alumbrando la teoría del socialismo científico tras las luchas en París, donde no pocos militantes de la organización combatieron. La III, luchando por la revolución mundial y organizando los partidos comunistas. ¿Pero, qué ocurrió con la II?
La II Internacional y la guerra a la guerra
El problema de la guerra fue abordado por la II Internacional en distintas ocasiones, hasta convertirse en un elemento central de la misma, a medida que aumentaban las fricciones burguesas en el continente europeo.
En 1907, en el VII Congreso de la II Internacional, se aprobó una resolución en la que se afirmaban cuestiones esenciales: “así pues, las guerras son inherentes a la naturaleza del capitalismo; no cesarán hasta que la economía capitalista haya sido suprimida o cuando la magnitud del sacrificio de seres humanos, y de dinero exigido por el desarrollo tecnológico de la guerra, y el rechazo popular de la carrera de armamentos, desemboquen en la abolición de este sistema”.
La resolución termina señalando: “en caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es su obligación [de la clase obrera y de sus representantes parlamentarios] intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista ” (VII Congreso de la II Internacional. Stuttgart, 18-24 de agosto de 1907).
La guerra, pues, no se produce por iniciativas individuales, llevadas a cabo por la locura o las ansias de gloria de este o aquel otro personaje histórico, ni es un accidente que podría evitarse con buena voluntad por parte de este o aquel gobierno. Frente a estos argumentos, que hoy todavía usan las/os voceras/os del capital para intentar embaucar a las masas, la II Internacional sitúa la guerra no como un accidente del capitalismo, no como una opción para los gobiernos sino, por el contrario, como una necesidad del modo de producción capitalista: identifica la guerra con la propia genética del capitalismo, por tanto, no es posible capitalismo sin guerra.
Consecuentemente con ello, el llamado a superar “el sistema” aparece claramente como objetivo en el marco de la guerra: se trataría, llegado el momento, de “aprovechar la crisis económica y política” provocadas por la guerra para “precipitar la caída de la dominación capitalista”.
Cinco años después, en Basilea, es aprobada una resolución que señala: “por tanto, el congreso constata con alegría la plena unanimidad de los partidos socialistas y sindicatos de todos los países en la guerra contra la guerra. Los proletarios se han alzado en todas partes al mismo tiempo contra el imperialismo. Cada sección de la Internacional ha opuesto al gobierno de su país la resistencia del proletariado, y ha puesto en movimiento a la opinión pública de su nación contra las fantasías guerreras.
De esta forma se ha consolidado una grandiosa cooperación de los obreros de todos los países, cooperación que ya ha contribuido mucho a salvar la paz del mundo amenazada. El miedo de las clases dirigentes ante una revolución proletaria como consecuencia de una guerra universal ha sido una garantía esencial de la paz”.
Encontramos también espacio para las/os bolcheviques, que, recordemos, venían de la Revolución de 1905… y de la contrarrevolución posterior: “el congreso saluda con gran alegría las huelgas de protesta de los obreros rusos: ve en ellas una prueba de que el proletariado de Rusia y Polonia comienza a recuperarse de los golpes que descargó sobre él la contrarrevolución zarista” (IX Congreso de la II Internacional, extraordinario. Basilea, 29-30 de julio de 1912).
La II Internacional está, pues, satisfecha con su trabajo, gracias al cual se está salvando la paz… ¿pero, si la guerra es una necesidad del capitalismo, basta con la voluntad -sí, y el esfuerzo y el sacrificio- del proletariado para evitar la guerra? ¿Se puede evitar la guerra porque las “clases dirigentes” tengan “miedo”?
La II Internacional… una organización sepultada por la guerra
El 4 de agosto de 1914 comenzó la Gran Guerra. La II Internacional entonces reveló toda su impotencia. A pesar de las resoluciones que hemos visto, a pesar de la literatura y de la acertada caracterización de la guerra como elemento vertebral del capitalismo, fue incapaz de dar el combate político, sin dirección política internacional, cayó sin ofrecer ninguna resistencia: los distintos partidos que decían representar a las clases trabajadoras europeas votaron a favor de los presupuestos militares. La masacre mundial contó con el apoyo explícito de las/os dirigentes del proletariado.
De esta manera, ante el estallido de la I Guerra Mundial las organizaciones del proletariado sucumbieron ante la ideología dominante, que antes habían denunciado: cuando estalla la guerra la defensa de la patria se convierte en el principal argumento de la burguesía para someter a las masas, y es, en esa coyuntura, un argumento que se torna potente. Así, las masas sufren un primer impulso que las vuelve hacia el nacionalismo, hacia la defensa de la patria burguesa.
El SPD, el Partido Socialdemócrata de Alemania, un inmenso partido de masas, ejemplo hasta aquel día para todas las organizaciones del mundo, votaba los fondos de guerra, y la misma posición tomaban la mayoría de organizaciones de la clase trabajadora: “(…) sólo en Rusia, Serbia, Polonia, Italia, Bulgaria y Estados Unidos la mayoría de los partidos socialdemócratas se negó a rendirse ante la ola de chovinismo y la histeria patriótica de la guerra” (introducción de Mary-Alice Waters a las obras escogidas de Róża Luksemburg, p. 55).
Las resoluciones se convirtieron, entonces, en letra muerta. Anotaremos, es cierto, y es justo, que Jean Jaurès, a quien la burguesía temía no poder convencer, fue asesinado. En cualquier caso, cuando la II Internacional se enfrentó a su particular Rodas, cuando tenía que dejar de hablar y tenía que saltar, cuando tenía que demostrar su capacidad práctica, es decir, cuando realmente el proletariado la necesitaba, la II Internacional no sólo no abandonó la lucha de clases sino que se puso del lado de la burguesía.
El camino hacia una nueva internacional
Ya en 1910 Róża Luksemburg rompió con Kautsky, el gran teórico del SPD y de la II Internacional. Lenin no lo haría hasta cuatro años más tarde, iniciada la I GM: “odio y desprecio ahora a Kautsky más que a nadie por su sucia, vil y fatua hipocresía. No ha sucedido nada, según él, no se han abandonado los principios, todos tienen el derecho de defender a su patria. El internacionalismo, fíjense ustedes, consiste en que los obreros de todos los países disparen unos contra otros ‘en aras de la defensa de la patria’.
Tenía razón R. Luksemburg cuando decía, hace tiempo, que Kautsky tiene el ‘servilismo de un teórico’: espíritu de lacayo, para decirlo en lenguaje más llano, de lacayo ante la mayoría del partido, ante el oportunismo. Nada hay en el mundo en este momento más dañino y peligroso para la independencia ideológica del proletariado que esa inmunda fatuidad y esa abyecta hipocresía de Kautsky, que pretende atenuarlo y ocultarlo todo, apaciguar con sofismas y con verborrea seudocientífica la conciencia de los obreros, que ha despertado” (obras completas, 49, p. 22). La guerra, inevitablemente, aceleró el proceso social: Róża Luksemburg ya no iba a combatir sola.
Así, “un mes más tarde, el 10 de septiembre, dos diarios suizos publicaron la noticia de que en Alemania había socialdemócratas que se oponían a la política oficial del partido. El comunicado llevaba las firmas de Karl Liebknecht, Franz Mehring, Clara Zetkin y Róża Luksemburg. La tarea, con todo, sobra decir que no sería nada fácil: “(…) en diciembre de 1914, cuando se votó un nuevo incremento de los fondos bélicos, el de Liebknecht fue el único voto en contra” (introducción, p. 56).
Aunque la historia de la Revolución rusa es más conocida, en Alemania también pelearon las masas. Más de un año antes de la Revolución de Octubre, el 1 de mayo de 1916, Liebknecht acabó su discurso al grito de “¡Abajo el Gobierno! ¡Abajo la guerra!”, por lo que fue encarcelado. El arrestó de Karl Liebknecht significó “(…) para sorpresa de todos, la primera gran huelga política de la guerra (…)” (introducción, p. 58).
El escenario político, por lo tanto, fue clarificado por la guerra. De un lado la traición, la II Internacional, del otro revolucionarias/os consecuentes: quienes comenzaron el combate por la III Internacional.
En sus tesis de abril Lenin miraba a Alemania para constituir la III Internacional, y al ejemplo de Liebknecht: “a quien mucho se le ha dado, mucho se le exige. No hay en el mundo país en que reine, actualmente, la libertad que reina en Rusia. Aprovechemos esta libertad no para predicar el apoyo a la burguesía o al “defensismo revolucionario” burgués, sino para dar un paso valiente y honrado, proletario, digno de Liebknecht, fundando la III Internacional, una Internacional que se alce resueltamente y de un modo irreconciliable, no sólo contra los traidores, contra los socialchovinistas, sino también contra los personajes vacilantes del ‘centro’” (tesis de abril, p. 50).
Internacionalismo y guerra en Ucrania
Las organizaciones de la clase obrera se han visto en 2022 y 23 ante la disyuntiva de combatir la guerra o de alistarse en uno de sus bandos: la mayoría ha sucumbido. Unas organizaciones se manifiestan a favor de Rusia; otras se manifiestan a favor de Ucrania.
Toda organización que no enfrenta de forma radical la guerra olvida a Luksemburg y a Liebknecht. A Róża, porque esta afirmó: “pero puesto que hemos sido incapaces de impedir la guerra, puesto que a pesar nuestro ha estallado y nuestro país aguarda la invasión, ¿lo dejaremos indefenso? ¿Lo entregaremos al enemigo? ¿Acaso el socialismo no exige el derecho de las naciones a la determinación de sus propios destinos? ¿No significa eso que cada pueblo tiene la justificación, mejor dicho el deber, de proteger su libertad, su independencia? (…) Pero hay una cosa que los bomberos de la casa incendiada olvidan: que, en boca de un socialista, ‘defensa de la patria’ no puede significar hacer de carne de cañón de una burguesía imperialista” (oe, II, pp. 110-111).
Y a Karl, en la medida en que este dijo: “frente al programa gubernamental de prolongar la guerra hasta la consecución de una paz asegurada por las conquistas, nosotros exigimos una paz inmediata que no resulte humillante para ningún país” (Karl Liebknecht. Antología de escritos, p. 118).
Y es que hoy Rusia, como antes “(…) Alemania, en donde las masas populares son explotadas económicamente, oprimidas en lo político, carentes de derechos, donde minorías nacionales son oprimidas por leyes especiales, no puede adoptar la profesión de liberadora de pueblos (…)” (KL. ade, p. 114).
Las organizaciones parlamentarias van más allá: contribuyen en la práctica de manera directa al asesinato de las juventudes y las clases trabajadoras rusa y ucraniana. Incluso parte de quienes en su día agitaron a las masas en la lucha contra la OTAN se han encadenado gustosamente a la misma OTAN y comparten su destino: han reducido su patrimonio histórico a cenizas y enterrado en los ensangrentados lodazales ucranianos un capítulo de la historia de la lucha de las masas del Estado español en su intento por mantener izada la bandera del internacionalismo.
La guerra de Ucrania, a un alto precio, está ayudando a clarificar a pasos agigantados las posiciones de las distintas organizaciones en la lucha de clases, una lucha de clases, que sabemos, posee un contenido internacional -aunque pueda tener una forma nacional, en la medida en que la burguesía compartimenta y divide al proletariado en distintas naciones-.
En 2003, en el Estado español, millones y millones de personas se movilizaron contra la guerra. Las organizaciones que dicen representar a las clases trabajadoras convocaron a estas a oponerse a la barbarie. Dos décadas después, en 2022, la inmensa mayoría de estas organizaciones ha claudicado. Sin dirección política, la conciencia de la militancia organizada ha retrocedido fuertemente, cayendo en el patriotismo burgués, en el socialchovinismo, en el desprecio a Liebknecht, a Luksemburg y al propio Lenin.
No se puede medir, sin embargo, de la misma manera la conciencia de las masas, que si se posiciona en alguno de los bandos es precisamente porque las organizaciones han claudicado y han abandonado a su clase ante el conflicto militar y social: la conciencia de las masas es la capacidad de las organizaciones para organizarla y movilizarla.
Lenin, en ocasiones, decía que prefería quedarse solo, “como Liebknecht”, antes que traicionar a la clase. Y sin duda, hubo mucha soledad en el papel histórico que jugó Liebknecht, pero tras aquella estaban sus camaradas, la organización. Liebknecht, Luksemburg, Mehring y Zetkin llamaron a los trabajadores del mundo a combatir por la revolución socialista mundial en 1918, porque incluso aunque se tomase el poder en Berlín, aunque la Revolución alemana triunfase, “(…) el socialismo sólo puede conseguirlo el proletariado internacional (…)” (KL. ade, p. 198).
Si combatir la guerra incondicionalmente significa quedarnos solos, esto significa quedarnos con Liebknecht, quedarnos del lado del proletariado, del socialismo internacional y de la revolución mundial, y también del lado de Lenin. Lo contrario significa desaparecer sin dejar rastro en la Historia.