Según The Guardian los sindicatos son “buenos para el capitalismo”

Captura de pantalla del editorial del Guardian del 28 de agosto: La visión del Guardian sobre los sindicatos: buena para el capitalismo [Photo: screenshot: theguardian.com]

Tony Robson. Wsws.org

El 28 de agosto, el diario inglés The Guardian publicó un editorial titulado sin rodeos: “La visión de The Guardian sobre los sindicatos: buenos para el capitalismo”. Escrito como una defensa del primer ministro laborista Sir Keir Starmer contra los sectores más desquiciados de los medios de comunicación de derecha y el Partido Conservador, deja claro cómo los sectores más sensatos de la clase dominante ven a la burocracia sindical.

El artículo se publicó un día después de que Starmer explicara que su prioridad inmediata era encontrar recortes de gastos por valor de 22.000 millones de libras esterlonas en el presupuesto de octubre del Partido Laborista, ampliando así un período de austeridad que se remonta a 2010. Sin embargo, la continuación de la austeridad conservadora por parte del Partido Laborista viene acompañada de un marcado cambio de enfoque, que apunta a sacar a los líderes sindicales de la sombra para que trabajen como socios corporativos del gobierno y las grandes empresas.

Independientemente de los tropos que utilicen el Daily Telegraph y otros sobre la rendición de Starmer ante los “barones sindicales” y los “huelguistas militantes”, la asociación del Partido Laborista con la burocracia sindical está inseparablemente vinculada a los planes de Starmer de implementar un presupuesto “doloroso” para los trabajadores.

Esto quedó subrayado en la entrevista del secretario general del Congreso de Sindicatos, Paul Nowak, con Radio 4 la misma semana, en la que describió el discurso de austeridad de Starmer como “un mensaje serio de un primer ministro serio de que su gobierno está comprometido a corregir lo que salió mal durante 14 años”.

The Guardian intenta engrasar las ruedas de esta operación desestimando rápidamente la insistencia de la canciller Rachel Reeves de que no habrá “cheques en blanco” y presentando el “reinicio” de las relaciones laborales por parte del Partido Laborista (incluidos los acuerdos negociados en las amargas disputas pendientes de la ola de huelgas de 2022-23 entre médicos jóvenes y maquinistas de tren) como si los trabajadores finalmente estuvieran recibiendo su parte justa.

En ambos casos, los líderes del comité de médicos jóvenes de la BMA y la ASLEF han recomendado acuerdos salariales que solo mejoran marginalmente los ofrecidos por el gobierno de Sunak. Su principal propósito es afianzar la disminución a largo plazo de los salarios reales. El Partido Laborista ofreció una miseria y la burocracia sindical se rindió a la primera de cambio.

Incluso esto se obtendrá a través de condiciones laborales más duras basadas en una asociación con el gobierno para asegurar “eficiencias de costos”, “reformas en el lugar de trabajo” y una mayor privatización en el Servicio Nacional de Salud y la versión renovada del Partido Laborista de los Grandes Ferrocarriles Británicos del Partido Conservador.

La fingida simpatía por la terrible situación que afrontan las enfermeras y los profesores es aún más irritante, dado que este año sólo se les ha ofrecido un 5,5 por ciento. Sin embargo, The Guardian habla de la “escasez de médicos y profesores” y lamenta la “reducción salarial en términos reales bajo la austeridad”. Al leer el editorial, que opta por no “juzgar todas y cada una de las reclamaciones salariales”, uno podría equivocarse al creer que se está llevando a cabo una importante redistribución de la riqueza.

La sugerencia de que el gobierno laborista está comprometido con la salud pública y la educación es un fraude. Lo que Starmer y su camarilla de ministros de derecha han etiquetado como “reformas” en estos sectores no tienen nada que ver con el significado histórico de la palabra, usurpado durante mucho tiempo por su invocación promercado bajo Blair y sus sucesores. La reforma en boca de ellos significa poner patas arriba los últimos vestigios de las conquistas sociales obtenidas por la clase trabajadora.

Utilizando el mismo lenguaje, The Guardian argumenta contra sus oponentes antisindicales que si “no están perturbados” por la crisis social, al menos deberían aceptar que la escasez [de médicos y maestros] es una señal del mercado de que estos empleos y sus términos y condiciones no están a la altura de las expectativas”.

El periódico no menciona que los diversos acuerdos salariales a los que se hace referencia aún no han sido aceptados por los miembros, y aparentemente toma las recomendaciones de los líderes sindicales como la última palabra.

Esto convierte en una burla el pobre intento de presentar a los sindicatos como las organizaciones más democráticas de la sociedad: “Esos ‘barones sindicales’ son elegidos y rinden cuentas a sus miembros, de una manera en que ningún director ejecutivo del FTSE (el índice bursátil de la Bolsa de Valores de Londres) está realmente en deuda con los empleados, proveedores o accionistas. Y sus miembros son trabajadores comunes… que, durante las últimas cuatro décadas, han sido despojados de muchos de sus derechos esenciales a organizarse y manifestarse”.

La verdad es que los líderes sindicales han sido cómplices voluntarios en el uso de las leyes antihuelga para disciplinar a la clase trabajadora. Por eso han respaldado la promesa del Partido Laborista de derogar sólo parcialmente esas leyes, hasta 2006, calificándola de “transformadora”, dejando intacta la batería de leyes introducidas bajo Thatcher y mantenidas por el gobierno laborista de Blair, que ayudaron a llevar las huelgas a sus niveles más bajos de la historia. 

Una de las características más importantes de la ola de huelgas de 2022/23 fue la forma en que se endureció el aparato burocrático para reprimir la militancia de los trabajadores, con mandatos de huelga vetados, acciones aisladas donde no se podían evitar e incluso traicionando las demandas inmediatas de un aumento salarial acorde al costo de vida para imponer acuerdos entreguistas.

La falsa presentación de los líderes sindicales como representantes de los trabajadores se abandona en el párrafo final, y lo que The Guardian considera su golpe de gracia.

Volviendo a lo que el periódico informa a sus lectores que es “una autoridad nada menos que el Fondo Monetario Internacional [FMI]”, los editores escriben que “la debilidad sindical también ha debilitado al capitalismo”. El punto se plantea con una referencia de pasada a un informe sobre las secuelas de la crisis financiera de 2008-9, “argumentando que una gran razón de la crisis fue que los trabajadores se vieron obligados a endeudarse más”, y respondiendo con un llamado a una “restauración del poder de negociación del grupo de menores ingresos”.

Por supuesto, este oscuro informe es una cortina de humo y la verdadera razón para citar como aliado al principal ejecutor mundial de la austeridad, la privatización y la desigualdad, la mayoría de las veces asociado con medidas de “terapia de choque” en todo el mundo, es evidente.

El editorial concluye: “Sharon Graham y Mick Lynch son buenos para el capitalismo: así lo dice el FMI”. Aquí lo tienen: las dos figuras sindicales más prominentes, Graham de Unite y Lynch del sindicato ferroviario, marítimo y de transporte (RMT), frecuentemente presentados como líderes “militantes”, son considerados por The Guardian pilares respetables del establishment capitalista y de sus esfuerzos por mantener a flote la institución líder del capital financiero.

Aunque solo se insinúa, la principal preocupación del periódico, y la del Partido Laborista, es facilitar al máximo que la burocracia sindical controle a los trabajadores y cree un entorno libre de huelgas para la agenda derechista del gobierno, tanto en el país como en el extranjero. Dado el aumento de los precios de la factura energética, escribe el periódico, ‘la presión para hacer algo sobre los salarios del sector público solo habría aumentado. Como observó correctamente la Sra. Reeves, no llegar a un acuerdo tenía un ‘costo”.

Entre otros objetivos, la configuración corporativista entre el gobierno de Starmer y los sindicatos respaldada por The Guardian tiene como objetivo desactivar la lucha de clases mientras el gobierno profundiza su apoyo al genocidio en Gaza y a una posible guerra regional en Oriente Medio y la guerra de poder de la OTAN contra Rusia en Ucrania.

La aceptación de los sindicatos como “parte esencial de una economía [capitalista] moderna” por parte de la degradada voz del liberalismo británico confirma las experiencias de los trabajadores de todo el país. Cada vez que intentan lanzar una lucha importante se enfrentan al sabotaje de la burocracia sindical.

Para romper el control de la sociedad de una oligarquía corporativa y financiera que está chupando la vida de la democracia, gobernando sobre un nivel sin precedentes de desigualdad social y conduciendo a la humanidad hacia una guerra catastrófica, se requiere la construcción de auténticos órganos democráticos de lucha de la clase obrera contra la burocracia sindical procapitalista de base nacional en la lucha internacional por el socialismo.

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