Como señala la Wikipedia, BRICS es el acrónimo de una organización económica intergubernamental que inicialmente contaba con 5 integrantes y que actualmente suma a Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Irán, Egipto, Etiopía y los Emiratos Árabes Unidos. Originalmente identificada para destacar oportunidades de inversión, la agrupación evolucionó hasta convertirse en un bloque geopolítico real, que se reúne anualmente para coordinar sus políticas multilaterales desde 2009. Y, desde hace tiempo, esta organización también ha comenzado a presentarse públicamente como referente de un “camino hacia la paz y el socialismo” , en pugna con el grupo del G7 (Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos). Sin embargo, la realidad dista de justificar tales esperanzas sobre los BRICS. El camarada Greg Godels (militante del PC estadounidense) analiza a continuación esta cuestión de un modo bastante claro y conciso.
Greg Godels. Canarias-semanal.org
La importancia adquirida por la existencia del grupo multipolar de países BRICS no dejan de crecer y de multiplicarse. En este contexto, en un reciente artículo de opinión publicado en el digital “People’s Voice” (Canadá) (“Multipolarity, BRICS and the struggle for peace, cooperation, and socialism today”), el escritor Garrett Halas trata de defender la multipolaridad y los BRICS interpretando que ese proyecto es un paso positivo hacia el socialismo.
Con esta defensa, G.Halas se une a otros muchos que entienden toda la resistencia del siglo XXI al imperialismo estadounidense y al imperialismo de sus socios – (en su mayoría, viejos ex-socios de la Guerra Fría),- como si se tratara de un equivalente a la resistencia al imperialismo en general.
Quienes realizan este tipo de análisis, dividen al mundo entre los EE.UU. y sus amigos, por un lado, y aquellos que, en mayor o menor medida, se oponen a EE.UU. A veces, incluso, llegan a caracterizar esta división entre contendientes, como si se tratara de un conflicto entre el “Norte global” y el “Sur global”. En otras ocasiones lo hacen refiriéndose colectivamente a los antagonistas imperialistas como “Occidente”.
Desde la perspectiva de los defensores de la multipolaridad, si los países que resisten a los EE.UU. lograran neutralizar la dominación del imperialismo estadounidense y la de sus aliados el mundo podría convertirse en un lugar beatíficamente pacífico y armonioso.
En opinión de quienes así piensan, no es el capitalismo el que impide la paz duradera, sino tan solo las aspiraciones imperialistas de EE.UU. En consecuencia, en ese futuro idealizado que se imaginan, múltiples Estados fraternales y cooperativos -(los polos)-, participarían en transacciones económicas pacíficas y equitativas que, previamente acordadas, llegarán a ser mutuamente ventajosas para todos. Es, ni más ni menos, lo que los líderes chinos llaman hoy el “win-win”, es decir, el “ganar-ganar”.
Quienes especulan con ese hipotético futuro precisan que si esto no se lograra de forma inmediata, más pronto que tarde terminaríamos alcanzando ese mundo pacífico y de cooperación respetuosa entre las naciones. Y si se produjeran tales perspectivas, podríamos divisar el socialismo en el horizonte. La verdad es, sin embargo, que, por muy importante que sea resistir a la dominación y agresión imperial de los EE.UU., su declive o derrota no pondrá fin al imperialismo mientras el capitalismo monopolista continúe existiendo.
A lo largo de la historia del imperialismo contemporáneo, el declive de una gran potencia capitalista dominante ha generado el ascenso de otra. A medida que una potencia retrocede, otras avanzan y compiten por la dominación global. Esa ha sido y es la lógica histórica fundamental del imperialismo. Y ha ocurrido igualmente que, en la mayoría de las ocasiones, ha terminado estallando la guerra.
Clase
En la teoría de la multipolaridad, el concepto de clase permanece siempre ausente. Ninguno de los defensores de un mundo multipolar ha llegado a explicarnos de qué manera avanzarán las relaciones de clase, y específicamente los intereses de la clase trabajadora, con la existencia de múltiples polos capitalistas.
El ya citado Garrett Halas nos dice que los “BRICS” constituyen una coalición con un carácter de clase concreto, arraigado en “el Sur global”. Pero no nos explica en qué consiste éste y cuál es ese “carácter de clase concreto” de los BRICS. Esta, además de ser una cuestión clave, es un problema extraordinariamente relevante, dado que es el mismo Halas el que llega a admitir que “¡la mayoría de las naciones BRICS” funcionan bajo sistemas capitalistas!”.
De los miembros originales de los BRICS, el capitalismo es incuestionablemente el sistema económico dominante en Rusia, India, Sudáfrica y Brasil. De los miembros candidatos programados para ingresar en 2024 – (Argentina probablemente se retire), Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos– todos son también capitalistas. La idea de que los intereses de la clase trabajadora serán atendidos bajo ese proyecto y que el socialismo avanzará en ese grupo parece simplemente descabellada.
El conflicto de clase en los BRICS
La lucha de clases es el motor de los avances de los trabajadores. El poder de los trabajadores y el socialismo ha sido sofocados por los gobiernos de casi todos los países BRICS. En Irán, sin ir más lejos, el comunismo es ilegal y un número incontable de comunistas fueron pasados por las armas. Algo similar ha sucedido en Arabia Saudita, donde el comunismo ha sido puesto fuera de la ley. Modi, el presidente de la India ha llevado a cabo una auténtica guerra de clases contra los campesinos de ese país. La clase trabajadora de Sudáfrica ha podido contemplar cómo aumenta el desempleo y la pobreza bajo un gobierno realmente decepcionante. Los trabajadores egipcios laboran bajo un Gobierno militar brutal. ¿De qué manera podrá penetrar el socialismo en los países BRICS?
Norte Global/Sur Global
Garrett Halas y los “multipolaristas” sostienen que la “contradicción” que da forma a la “multipolaridad” es el choque entre el “Norte global” y el “Sur global” o, paradójicamente, entre “Occidente” y el resto del mundo.
Pero, aparte del hecho de que la división geográfica dice muy poco, excepto en la imaginación de los izquierdistas en las redes sociales, podría dar la impresión de que potencias como Australia y Nueva Zelanda tienen algo en común con el paupérrimo Burundi. O que Serbia y Alemania pueden ser considerados como “socios occidentales” en la explotación de pequeños países africanos.
Existe, desde luego, una división entre países ricos y países pobres, entre explotadores y explotados. Históricamente, las líneas más agudas de esa división fueron definidas por el colonialismo y por su sucesor, el neocolonialismo. Pero, en realidad, las cartas imperialistas se barajan determinadas por la desigualdad de recursos, el desarrollo desigual u otras ventajas obtenidas en el marco del sistema capitalista.
Por ejemplo, la península arábiga fue una vez una colonia dominada del imperio otomano. Sin embargo, la disolución de ese Imperio y los desarrollos posteriores dieron lugar a una Arabia Saudita emergente, repleta de recursos imprescindibles en la jerarquía imperialista. Actualmente, la India tiene tres de las 20 principales grandes Corporaciones en Asia por valor de mercado, mucho más grandes que todas las Corporaciones japonesas, excepto Toyota. El “Grupo Tata”, de la India, tiene una capitalización de mercado de más de 380 mil millones de dólares, y extiende sus largos tentáculos sobre más de 100 países.
En un reciente editorial del periódico británico Morning Star del 28 de junio se nos informaba de que:
“La amenaza de Tata Steel de cerrar los altos hornos en Port Talbot (Gales) tres meses antes si Unite sigue adelante con la acción de huelga es un chantaje. La multinacional con sede en India no cree que los trabajadores siderúrgicos deban tener voz en el futuro de la planta… Es indignante que el futuro de la siderurgia británica esté a merced de un multimillonario en un continente diferente”.
Desacoplamiento
En su artículo en defensa de la multipolaridad como supuesto paso intermedio hacia el socialismo, Garrett Halas sugiere que los BRICS ofrecen una oportunidad para que los países se liberen de las estructuras financieras internacionales capitalistas, impuestas después de la Segunda Guerra Mundial y del dominio del dólar en las transacciones globales. Tal opción podría existir en el futuro, pero claramente no como un sustituto de las estructuras e instrumentos de intercambio existentes.
Recientemente, a finales de junio de este año, el primer ministro de la República Popular China, Li Qiang, defendía la “necesidad” de: “abrir las mentes, trabajar estrechamente, abandonar las formaciones de bloques, y abogar por una mayor integración económica, rechazando las tendencias proteccionistas y de desacoplamiento que podrían fragmentar la economía global”.
Está claro que la imagen de las relaciones globales entre países, como la visualizaba el segundo líder más prominente de China, Li, en el “Davos de Verano”, no ofrece ningún desafío a los arreglos financieros existentes ni al dominio del dólar. En realidad, el conflicto antagónico entre el “viejo orden” y el “nuevo orden multipolar” es más una fantasía en las mentes de algunos en la izquierda que un objetivo político real del país líder de los BRICS.
Antiimperialismo
Garrett Halas pretende que creamos que el antiimperialismo del siglo XX está encarnado en la multipolaridad, en los BRICS. Para ello, nos cita los votos de la ONU sobre el estatus palestino y la opresión (con el veto previsible de EE.UU.), como un ejemplo del antiimperialismo del “Sur global”.
Sin embargo, aunque simbólico y no sin importancia, difícilmente estas votaciones en la ONU se pueden equiparar con la acción antiimperialista de principios que llegamos a conocer en tiempos anteriores. Vale la pena recordar que Arabia Saudita estuvo a punto de abandonar a Palestina en pos de mejores relaciones con Israel antes del 7 de octubre. O que Egipto ha vendido durante mucho tiempo la causa de Palestina, al igual que gran parte del mundo árabe. Según Al Jazeera, India está actualmente suministrando pertrechos militares a Israel. Exhibir señales de virtud en los foros de la ONU no puede ser un sustituto de la solidaridad concreta y material.
China
Este no es el lugar para debatir si la República Popular China es o no un país socialista, que es, por cierto, el juego de salón favorito de la izquierda euro-estadounidense. Sin embargo, valdría la pena recordar que es el único que se autoproclama socialista entre los BRICS. No obstante, la República Popular China, no alardea de estar abogando, alentando o ayudando materialmente en la lucha por el socialismo fuera de China. A diferencia de la antigua Unión Soviética, la República Popular China no prioriza ni privilegia la inversión o el apoyo material a los países que emprendan o deseen emprender el camino hacia el socialismo.
La palabra “socialismo” está en gran medida permanentemente ausente entre los líderes chinos en sus declaraciones de política exterior. El liderazgo chino defiende su perspectiva de “socialismo con características chinas”, pero ni por asomo se le ocurre apoyar el “socialismo con características nacionales” de nadie más. No obstante, algunos en la izquierda perseveran en seguir viendo en la multipolaridad y en los BRICS, en su inmensa mayoría integrados por países con sistemas capitalistas, como un camino hacia el socialismo para el resto de la humanidad.
Hemos visto antes
Durante la década de los 60, era común que la izquierda en Europa y EE. UU. perdiera la esperanza en el potencial revolucionario de las clases trabajadoras de sus respectivos países. Donde los movimientos de la clase trabajadora en Europa se alineaban con los partidos comunistas, estos se comprometían con un camino gradualista y parlamentario que, supuestamente, debería conducirlos al socialismo.
En ese contexto, una Nueva Izquierda, fuertemente anticomunista, llegó a proponer una vía diferente para que se produjera el cambio revolucionario: el Tercer Mundo. En el lenguaje de la época, el “Tercer Mundo” eran las antiguas colonias emergentes que no se encontraban ni en el campo de EE.UU., ni en el campo soviético. Según aquella visión, el cambio revolucionario – (y, en última instancia, el socialismo) – se produciría a partir del camino independiente elegido por los líderes de estas naciones emergentes. Pero lo que sucedió fue que, con escasísimas excepciones, estos países resultaron aplastados por el neocolonialismo de las grandes potencias capitalistas y absorbidos por el mercado capitalista global.
Aún más temprano
Karl Kautsky, el principal teórico de la Internacional Socialista, ya anticipó la multipolaridad en el año 1914, introduciendo un concepto que él llamó “ultraimperialismo”. Kautsky parecía estar convencido de que el gran poder imperialista y la guerra no tenían futuro. El sistema imperialista, -pensaba-, se estabilizaría necesariamente debido al declive de las exportaciones de capital.
Para Kautsky, una etapa de “concentración” de los estados capitalistas, comparable a la cartelización de las Corporaciones, llevaría a la armonía inter-imperialista.
La realidad es, no obstante, que el imperialismo no es un sistema estable. Los participantes capitalistas siempre buscan una ventaja competitiva contra sus rivales. A veces encuentran útil o necesario formar coaliciones o alianzas con otros, (a menudo temporales), para proteger o hacer avanzar sus intereses. Una de esas alianzas fue forjada por EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial, en oposición al bloque socialista y a los movimientos de liberación nacional.
Después de la caída de la Unión Soviética, EE.UU. buscó mantener intactas las coaliciones existentes, seleccionando o ideando nuevos enemigos: la guerra contra las drogas, la guerra contra el terrorismo y las guerras de “intervención humanitaria”. Bajo estos vínculos políticos existía una estructura económica global establecida y dominada por EE.UU. que privilegiaba a EE.UU., pero se consideraba necesaria para proteger el sistema capitalista.
Este marco político-económico sirvió bien al capitalismo hasta el gran colapso económico de 2007-2009 y las consecuentes grietas y fracturas que este produjo en dicho marco. La agitación desatada por la crisis atenuó el ritmo de crecimiento del comercio internacional y aceleró la competencia por los mercados. Un desafío adicional al marco centrado en EE.UU. fue la capacidad de la China Popular para navegar la crisis de manera bastante indolora. Así, la clase dirigente de EE.UU., que antes veía a la República Popular China como una oportunidad, comenzó a verla como un rival en el sistema imperialista.
El mercado global post-soviético, cuyos cimientos se asientan en el llamado proceso de “globalización”, comenzó a desmoronarse a raíz de la inestabilidad económica del siglo XXI, especialmente el colapso de 2007-2009. En lugar de defender el dogma existente del libre comercio, los países capitalistas fueron atraídos hacia el proteccionismo y el nacionalismo económico. Esta tendencia comenzó durante la Administración Trump y se aceleró durante la Administración Biden. EE.UU. libró una guerra de aranceles y sanciones en contra de sus competidores económicos. El dominio de EE.UU. sobre las instituciones financieras internacionales y la dependencia casi universal del dólar estadounidense proporcionaron a los líderes estadounidenses más armas en esta lucha competitiva.
El “giro” de EE.UU. hacia China en su actitud defensiva y su creciente hostilidad hacia Rusia, no hacían más que reflejar su pérdida de terreno ante el creciente poder económico de la República Popular China y la dominación rusa de los mercados energéticos de Eurasia.
Resulta comprensible que, en esta nueva era de nacionalismo económico, Rusia, China, la potencia líder en el subcontinente, India, la principal potencia económica de África, Sudáfrica, y la economía más grande de América Latina, Brasil, busquen contrarrestar la competencia agresiva de EE.UU. y la UE. Mientras la era del dominio unilateral de EE.UU. llega a su final, emerge una nueva era fuertemente caracterizada por la rivalidad y el interés nacional propio. En este entorno es en el que han nacido los BRICS . Pero esa ha sido la respuesta capitalista a un problema estrictamente capitalista, que no puede ser interpretada como un camino que pueda conducir a la humanidad al socialismo.
La tarea principal para los comunistas y de los progresistas no es tomar partido por una de las dos opciones capitalistas, sino luchar para impedir que las fracturas y contradicciones aludidas puedan terminar arrastrándonos a una guerra fatal.