Este fin de semana, durante la fiesta anual del PCE en Madrid, se ha convocado un debate sobre el futuro de la izquierda en el que participarán dirigentes de Sumar, Podemos, IU, PCE y varias otras organizaciones. Sin duda, se trata de una cuestión central en estos momentos, marcados por un gobierno débil del PSOE-Sumar, enfocado a desarrollar políticas neoliberales más o menos disfrazadas, así como un belicismo y austericidio -proOTAN y proUE- que ni siquiera concitan apoyos suficientes a nivel parlamentario, al tiempo que las movilizaciones obreras y populares continúan extendiéndose y resaltan la falta de un referente político para el cambio social. Por ello, frente a las consignas de reconstruir la izquierda repitiendo anteriores prácticas o de sobrevivir en las instituciones reinventando nuevas convergencias entre partidos institucionalizados, arrecia la necesidad de una alternativa independiente para acabar con el régimen del 78 heredado del franquismo…
Enrique Salazar (*). Gatoencerrado.news
Un nivel de entendimiento generalizado no nos bastaría para comprender lo que nos agobia en la izquierda. Hacer un énfasis en aquellas ideas o prácticas longevas y modernas nos permitiría entender cómo es que hemos pasado de una consigna como “¡Todo el poder a la alianza obrero-campesino!” a “Hay que incrementar el gasto público para poder llevar programas sociales a la gente”. Por un lado, se ha perdido el horizonte y la utopía de una sociedad justa, libre, crítica, política y autodidacta, para convertirnos en un simple gerente con visión humanitaria en la superestructura del sistema capitalista.
A esto debo este artículo de opinión. Si bien no trata de abarcar todas las épocas de ser un militante de izquierda o que la conciencia social nos determine pertenecer políticamente a una posición en las relaciones sociales de producción, es una opinión sobre la situación actual de la izquierda desde la periferia en un pequeño país llamado El Salvador.
Desde sus orígenes en la Revolución Francesa, alejado de la periferia, quienes se sentaron a la izquierda en la Asamblea Constituyente marcaron una posición que perdura hasta nuestros tiempos como aquellos que estaban en contra del orden real, los monarcas y toda su sangre azul, representando a los pequeños burgueses, el pueblo llano en sus facciones.
Por lo que autodefinirse como de izquierda resulta ser fácil: estar en contra del sistema “opresor” que mantiene subyugada a las grandes mayorías oprimidas. Hace ya unos años Marx mencionó que el sujeto social determina al sujeto individual; parafraseando, quiere decir que el contexto de los sujetos, sus condiciones objetivas y subjetivas, determinan su consciencia y, por lo tanto, su posición en el proceso de producción.
En el contexto capitalista, que atraviesa el mundo, ser de izquierda puede entenderse desde muchas perspectivas: desde ser radical, promulgar la abolición del sistema y transitar a nuevas relaciones sociales de producción, que no sobrepongan la acumulación de capital, hasta realizar transformaciones sociales por medio del aparato del Estado para paliar las injusticias existentes.
Aquí entramos en el debate: posterior a la caída del muro de Berlín y todo el “socialismo real”, existió una conmoción grado 10 en las posiciones políticas de izquierda. Entender el mundo fue cada vez más difícil y fácil reducir el nivel de vida de las personas. Todos aquellos comunistas rojos pasaron a ser rosados, morados, verdes, celestes e incluso azules. ¡Huyamos de ideas prehistóricas!, ¡Que no vemos que se cayó el socialismo! , ¡esas ideas ya no caben en un mundo cambiante!
Entonces, para ir poniendo en perspectiva, lo que cambió con el derrumbamiento de la Unión Soviética es una forma de entender el mundo, con el cual podemos o no estar de acuerdo, con sus formas de administrar la economía, política y el aparataje militar, etc. Sin embargo, toda esta conmoción movió a la derecha al lado victorioso de la histórica: al fin de la historia; nada más lejos de la realidad.
Estos horrores ideológicos llevaron a la izquierda en el mundo a perder el horizonte. En El Salvador, los comunistas que se apoderaron del Frente Farabundo Martí para La Liberación Nacional (FMLN) los llevó a ser parte de la cosa del Estado, a fundirse en la burocracia y a ser administradores de esta, lo cual les ha costado el ser partido que son hoy por hoy, a ser una simple rémora del sistema. El Frente Sandinista para La Liberación Nacional (FSLN), empotrado en una figura autoritaria, caminando las sendas dominicas al estilo Trujillistas, cercena libertades, convierte la política a una dinastía.
En Guatemala, a pesar de vivir cruentas dictaduras y masacres, las cabezas de sus habitantes no dejan de buscar a sus Ríos Montt y poner orden en un país agobiado por el narcotráfico, trata de personas, violencia social, etc. Desde que sacaron a Jacobo Árbenz, con estilo bananero, la política no ha virado a formaciones distintas a las actuales.
En Chile, Boric pide que se abran las papeletas electorales en Venezuela, luego de haber reprimido las movilizaciones estudiantiles. Creo que olvidó su pasado como organizador estudiantil. Jugar a las artimañas imperialistas, tampoco creo que sea bueno. Si bien es cierto que la izquierda venezolana se enquista en la burocratización excesiva y tendenciosa a otros vicios, parece que jugamos a derrocar gobiernos por medio de la política fascista de tiempos inmemorables. Argentina, luego del kirchnerismo; Uruguay tras su Mojica.
¿Por qué existe un divorcio parcial o total entre los dirigentes de izquierda y las bases populares? Es una pregunta que debe ser tan frecuente, pero que poco se trata. ¿Dónde está el problema? ¿En los proyectos, las consignas, la metodología, o en una superestructura de los medios dominantes?
Desde finales de los 80 y principios de los 90, los partidos de izquierda han participado en múltiples elecciones marcadas por las crisis económicas, políticas y hasta de concepto. En el ejercicio mismo del poder, han sucumbido a permitir alianzas “estratégicas” que dan por sentado el primer objetivo: el acceso al ejercicio del poder, como único y universal objetivo de la lucha social.
Metodológicamente, el poder del aparato del Estado radica en administrar las carteras del Estado y, sobre todo, tener el brazo armado que difunde el miedo y la coacción. En algún punto ¿esto se traduce en diluir el Estado hacia la gente? Difícil que se plantea de esa vía: ¿Qué sabe una trabajadora de una maquila de administrar la cosa pública?, ¿Qué sabe el jornalero sobre seguridad alimentaria?, ¿Qué sabe la vendedora del mercado sobre acuerdos con el Fondo Monetario Internacional?, ¿Qué sabe el paletero de zonas de infiltración de agua? ¿Qué hemos hecho desde las bases populares para trabajar todos estos temas y empoderar a la gente de a pie sobre los temas?
Fácil es alejarnos de los problemas y dejarlo en manos del otro. El problema es que ante la ignorancia, el enemigo toma ventaja y la izquierda se vuelve el Gerente Financiero de los banqueros, de las oligarquías, de los burgueses, de los plutocráticos y de los sabios que no saben nada. No solo es un error de entendimiento de tiempos, aduciendo momentos concretos o etapas, sino del proyecto y hacia dónde se dirige el movimiento. Por ejemplo, política e ideológicamente, la cultura Latinoamérica se ha enraizado a la violencia como solución a toda problemática, sino preguntemos en El Salvador cómo se genera paz: con más violencia. Fue un gobierno de izquierda que, ante la impotencia de tanta violencia social, mandó al ejército a funciones de policías, jueces y fiscales.
Los problemas sociales se han recrudecido en todas las regiones: desigualdad, exclusión, empobrecimiento y deterioro ambiental, todo en aras de la modernidad, las luces y la foto. Hoy en día, es más “cool” el rosado para hablar de que el salario mínimo no cubre la canasta básica alimentaria mínima, haciendo transferencias solidarias desde las arcas del Estado para maquillar el empobrecimiento sistemático del capitalismo, que por ejemplo hablar en tonos rojos sobre la toma de los medios de producción. Eso es absurdo y llama a la sangre, lo cual nadie quiere ver, a menos que sea bombardeado por sus videos en los teléfonos a largas distancias de donde se encuentren las personas.
Los procesos de cambio no se logran por transformaciones económicas o culturales de manera individual (todas complejas), que pueden llevar años y años, sino que se mueven en una sola. Plantear una transformación agraria requiere no solo de créditos, recursos monetarios, capacidad, sino de una relación con el agro de manera profunda enraizada hacia un vínculo con la naturaleza, con prácticas que permitan su mejor aprovechamiento, con la industria y el comercio mismo.
Para bien o para mal, la izquierda no ha entendido que los maquillajes no reducen los procesos de enajenación y fetichización de la humanidad. Manteniendo al mercado como único garante y protector de las libertades, no es como se constituye una sociedad del futuro. No es reduciendo las cuentas para un préstamo del Banco Mundial (BM) o del Fondo Monetario Internacional (FMI) como se mejorará la situación, sino volviendo a la raíz: todo el poder al pueblo organizado.
Teóricamente, es magnífico plantear que las bases organizativas dirijan y conduzcan la construcción de la nueva sociedad, pero ¿cómo se hace? ¿cómo se hace para que la gente de las comunidades desarrolle estas capacidades y mecanismos de poder? no es más que la izquierda diluida como propiedad del pueblo organizado, apoyada por una dirección, no iluminada como palabra de Dios, sino como instrumento de lucha y de hacer científico.
Es aquí donde los problemas recrudecen: trayectoria hacia el poder y el poder mismo, como fetiche mismo de la lucha de clases se enquista en las estructuras ya dada sin fundamento de reivindicación y como clase dirigente se postra sobre el firmamento sin construir teniendo como base la destrucción del sistema actual.
Para ser de izquierda es necesario oponerse a la base estructural de las desigualdades del capitalismo, que en la acumulación originaria separó a las personas de su medio y le dio como medio de vida únicamente su fuerza de trabajo, concentrando la riqueza e iniciando los procesos de empobrecimiento masivo de las clases trabajadores. Otra cosa diferente que estar en contra de este postulado, será cualquier otro color, reencontrarse con los postulados de la izquierda, es no divorciar los procesos metodológicos con la teoría y la utopía con sustento reivindicativo.
(*) Enrique Salazar es economista graduado de la Universidad de El Salvador. Master in Business Administration con especialización en Dirección Financiera y Técnicas Modernas en la Administración Pública emitido por la Escuela de Negocios Intermacional (GADEX). Aspirante a la maestría en Desarrollo Territorial (MDT) por la Universidad José Simeon Cañas (UCA). Con experiencia profesional como analista de crédito en el sector empresarial para PYMES.