Como contribución a un debate necesario y difícil, por todos los intereses “corporativos” en juego, seguidamente reproducimos traducido el artículo de un camarada italiano sobre las experiencias europeas de articulación de alternativas parlamentarias. Aunque no compartimos bastantes de los planteamientos vertidos, esta comparación entre las tácticas seguidas en Francia y Alemania puede resultar útil para enriquecer nuestras perspectivas…
Nico Maccentelli. Sinistrainrete.info
¿A qué esperamos? Ha llegado el momento de una nueva izquierda…
Después de décadas de tropiezos italianos entre los pequeños sujetos de la izquierda radical, tras el fracaso del Noveau Front Populaire en Francia, a pesar de la victoria electoral (Mélenchon no había contado con masones mucho más poderosos, los golpes de Estado permanentes de Davos…) y en la era de una izquierda liberal que desde Blair en adelante ha asumido el papel internacional de la máxima expresión del supremacismo atlantista, finalmente una nueva izquierda de Alemania: BSW de Sahra Wagenknecht.
De hecho, las elecciones regionales de Turingia y Sajonia hablan por sí solas:
A) Ganan los partidos que vuelven a poner en el centro la soberanía nacional, ya que es evidente incluso para la población menos culta y los sectores más populares que las necesidades y los intereses sociales de la población pasan por esta soberanía
B) el declive de la izquierda neoliberal en sus variantes está determinado por su posicionamiento como felpudo frente al neoliberalismo atlantista, europeísta y belicista
C) si se afirma la derecha más extrema es porque la izquierda no hace lo que las masas populares esperan, es decir, proteger sus necesidades e intereses poniéndolos en el centro
D) no hay una afirmación de quién sabe qué fascismo: una gran parte del electorado, así como los que se abstienen, han roto los bolsillos de una política servil
E) la ganadora es una izquierda que no reniega de su vocación, es decir, de la justicia social y de la lucha de clases para conseguirla, y que no practica el inciuci habitual como en Francia, identificando bien quién es el enemigo principal y sabiendo que la derecha no es la fuerza favorecida por los imperialistas de Washington y Bruselas
F) haber jugado el juego de manera consistente, sin pretensiones demagógicas, por lo tanto, corriendo solo, al final le compensará a la izquierda soberanista, con un crecimiento de consensos que abra nuevas perspectivas
G) si se compara la estrategia del frente popular que en Francia volvió a poner a Macron en el banquillo en nombre de la oligarquía atlantista y la de Sahra Wagenknecht, se comprenderá cuál es el camino correcto para la izquierda europea que no se ha vendido y que ha entendido cuál es la esencia del poder dominante, más allá de la vieja y rancia visión de un fascismo que ya está muerto y que resurge de otras formas y alineamientos
No cabe duda de que si queremos reconstruir una izquierda antiliberal y retomar su antigua vocación de sujeto que afirma los derechos sociales, las necesidades de las masas populares, convirtiéndose en su voz y expresión política, tenemos que tomar dos decisiones irreversibles:
1. Abandonar cualquier hipótesis de unidad de la izquierda que incluya a la izquierda demócrata neoliberal con la ilusión de incidir en su política tanto a nivel central como periférico-administrativo.
2. Abandonar la dicotomía mecanicista derecha-izquierda y una visión retro del antifascismo que ahora se ha convertido en salón y electoralista, mientras que el fascismo real, o al menos el autoritarismo, está en otra parte… Tal vez el que crees que es el tuyo.
Esta operación fue llevada a cabo muy bien por Wagenknecht, que fue capaz de enarbolar la bandera de la justicia social, el repudio de la guerra heterodirigida de los EE.UU. y la OTAN y la mejora de la identidad nacional.
Esto último es una auténtica blasfemia para los seguidores de la cultura de la cancelación y del woke obsesivo, que ahora son las salsas más apropiadas para cualquier “revolución de colores” al servicio de Washington, sus servicios de inteligencia, sus influencers, fundaciones y diversas ONG.
Pero Sahra explica muy bien lo izquierdista que es este concepto, que se distingue del nacionalismo grosero y chovinista de la derecha, que también añade el racismo y el supremacismo nazi-fascista clásico. En su obra CONTRA LA IZQUIERDA NEOLIBERAL (Fazi Editore), cualquier acusación de marrón rojo se devuelve al emisor, ya que la identidad de una población en un territorio determinado es un pegamento social frente a las turbulencias y un sistema que regula las cadenas de suministro y el flujo de mercancías según le sea necesario.
Y que, en todo caso, la integración está en el equilibrio de los flujos en relación con las posibilidades de integración y de servicios para todos (un bienestar universal, lo contrario de la especulación privada…) y no en los objetivos de una burguesía capitalista que utiliza a los inmigrantes para hacer guerras entre los pobres, competencia entre la fuerza de trabajo, sin integrar nada, solo para luego utilizar a las almas cándidas de siempre con falsas lágrimas. ¿Qué hay de progresista en imponer nuevas discriminaciones inversas, en parlotear sobre los derechos de las minorías, en apoyar la forma de la e invertida y no en cambio la esencia de un derecho a la vivienda y al trabajo para todos? Esta esquizofrenia debe terminar enviando a casa esta izquierda de la ZTL. Y los votantes alemanes lo entendieron.
El soberanismo es internacionalismo, porque liberar a un país de la devastación anarcoliberal significa debilitar el frente capitalista y fortalecer los movimientos de masas anticapitalistas de otros países. Tanto más cuanto que la cuestión de la libertad nacional ha sido abordada en situaciones concretas por gran parte de la izquierda mundial antiimperialista y anticolonialista: América Latina, las guerras populares en China y Vietnam, Argelia, Nicaragua, en Europa la cuestión vasca, irlandesa, catalana, Córcega… Estos son sólo los ejemplos más obvios, pero todo el Noveento ha estado compuesto por estas revoluciones nacionales anticolonialistas.
Pero hoy la izquierda liberal hasta los falsos anticapitalistas y los falsos municipalistas, los disobba, están con la Ucrania de los banderistas nazis, no con los sacrosantos golpistas del Sahel. Hoy, por lo tanto, la revolución postsoviética pasa por dos posturas: Multipolaridad y Descolonización.
No importa en qué tipo de sistema te encuentres en este frente. Lo que importa es la aceleración de la caída del dólar y del imperialismo atlantista. La lucha de clases en cada uno de los países no termina, y tarde o temprano se tendrá en cuenta el oscurantismo de la Edad Media y las clases dominantes explotadoras de los países que han elegido la multipolaridad por conveniencia. Lo que importa es entender que hacer estallar al imperialismo, venga de donde venga, significa abrirse a la oportunidad de procesos revolucionarios, significa acercarse a la posibilidad del socialismo, continuar la lucha de clases en una etapa más madura, porque se abren y se agudizan otras contradicciones. Y la lucha entre el proletariado y la burguesía, entre compradores y campesinos están siempre copresentes y un amplio frente nacional no detiene la lucha de clases: esto es parte de la batalla política interna por la hegemonía.
Detrás del mundo que Wagenknecht nos abre no hay nada de marrón rojo, sino todo de reafirmación de los intereses del 90% de la población, todo de afirmación del Estado de bienestar, de bienes comunes, de una redistribución más equitativa de la riqueza social, de cooperación pacífica entre pueblos y países en el respeto de su historia y de su identidad comunitaria.
Obviamente, como comunistas también podremos ir más allá y hacer análisis más precisos de la clase y de la situación concreta. Pero el derecho humanitarista, la nueva falsa conciencia de una izquierda que ha abandonado su vocación original y primaria, no es ciertamente la caja de herramientas de una política revolucionaria que afecta el equilibrio de poder entre explotados y explotadores.