Tricontinental: Instituto de Investigación Social
Dossier nº 79: Para enfrentar el neofascismo en ascenso, la izquierda latinoamericana debe redescubrirse a sí misma.
La nueva ola progresista latinoamericana ha creado grandes expectativas entre la izquierda, no solo en el continente sino en todo el mundo. Aunque las victorias institucionales sobre la extrema derecha en las elecciones presidenciales son importantes, derrotar al neofascismo es un viaje largo y arduo, incluso después de una victoria electoral. Más allá de influir en los gobiernos, la ideología de la extrema derecha ha permeado gran parte de la sociedad de forma organizada, arrastrando a una parte importante de la clase trabajadora a su proyecto de muerte.
Este dossier ofrece un panorama de los programas políticos, económicos y culturales de la extrema derecha latinoamericana a partir de las reflexiones, investigaciones, actividades políticas y experiencias vividas de las oficinas para América Latina del Instituto Tricontinental de Investigaciones Sociales. El dossier discute el avance del neoliberalismo y su impacto en las condiciones materiales de la clase obrera en todo el continente y examina los mecanismos ideológicos y culturales de este modelo económico, que convence a una parte significativa de la clase obrera para apoyar un proyecto en el que ellos mismos son las principales víctimas. La proximidad entre la derecha y la clase trabajadora no fue forjada por la derecha “tradicional” o “moderada”, que generalmente opera en espacios muy alejados de la clase trabajadora, sino durante la fase más reciente del neoliberalismo en la forma de un proyecto más radical y populista conocido como neofascismo.
Así, vivimos un momento histórico de parálisis entre las fuerzas sociales y sus proyectos políticos primarios. Ni el neoliberalismo ni la ola progresista de hoy, que en muchos sentidos carece de una perspectiva revolucionaria, han sido capaces de imaginar un futuro para la clase trabajadora que no implique un retorno a las políticas de las últimas tres décadas. Para el teórico y exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera, se vive en un “estupor colectivo, de cierta parálisis, en el que el tiempo parece estar suspendido” (1).
Más que analizar la situación desde la distancia, este dossier explora experiencias concretas de lucha en el contexto latinoamericano actual para construir una perspectiva regional y contemplar un proyecto colectivo de superación de los problemas estructurales que impactan en el continente. Como tal, es una invitación a crear nuevos espacios de debate, educación y lucha continua e integrada.
Neoliberalismo: de la política institucional a la ideología
Las más recientes victorias electorales de candidatos progresistas en América Latina han sido caracterizadas como una “segunda marea rosa”, generando ciertas expectativas entre la izquierda(2). Sin embargo, en contraste con la “primera marea rosa”, que desafió frontalmente al imperialismo estadounidense al promover la integración latinoamericana y la soberanía geopolítica, esta segunda ola de victorias electorales progresistas parece más frágil. Los actuales gobiernos progresistas han surgido en un contexto político internacional y doméstico desfavorable, caracterizado por una extrema derecha envalentonada cuya fuerza va mucho más allá del nivel institucional. Por ejemplo, la experiencia neofascista durante los cuatro años de presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil (2019-2022) obligó a las fuerzas progresistas a aliarse con los enemigos históricos de la izquierda para reducir las posibilidades de victoria de los candidatos de extrema derecha. Al intentar definir su proyecto político, la segunda ola progresista, incapaz de aplicar las fórmulas del pasado, se encuentra así en crisis. En este contexto, una serie de factores han inhibido el avance de las fuerzas progresistas, tales como:
- las crisis financieras y ambientales mundiales, que han creado divisiones entre los países de la región sobre qué camino seguir;
- la reafirmación del control de Estados Unidos sobre la región, que había perdido como resultado de la primera ola progresista, en particular para desafiar lo que Estados Unidos ve como la entrada de China en los mercados latinoamericanos. Esto incluye los recursos naturales y laborales de la región;
- La creciente uberización de los mercados laborales, que ha creado vidas mucho más precarias para los trabajadores y ha impactado negativamente en la capacidad de organización de masas de la clase trabajadora. Esto ha resultado en un retroceso significativo de los derechos de los trabajadores y ha debilitado el poder de la clase trabajadora;
- la reconfiguración de la reproducción social, que se ha centrado en la desinversión pública en las políticas de bienestar social, colocando así la responsabilidad de los cuidados en la esfera privada y sobrecargando principalmente a las mujeres;
- el crecimiento del poderío militar estadounidense en la región como su principal instrumento de dominación en respuesta a su poder económico en declive;
- el hecho de que China, que se ha convertido en el principal socio comercial de América Latina, no haya buscado desafiar frontalmente la agenda de Estados Unidos para asegurar la hegemonía sobre el continente y que los gobiernos de la región hayan sido incapaces de impulsar una agenda de soberanía aprovechando la influencia económica de China y las oportunidades que presenta (3); y
- las divisiones entre gobiernos progresistas y el ascenso del neofascismo en las Américas, que impiden el crecimiento de una agenda regional progresista, que incluya políticas de integración continental similares a las propuestas durante la primera ola progresista.
En este contexto, el neofascismo surge como un fenómeno político y social que aparece de forma muy específica en la periferia del capitalismo. Al igual que en el siglo XX, el actual declive del orden liberal como forma de dominación capitalista ha dado lugar a la manifestación más reciente del fascismo en el mundo y a las insondables regresiones políticas, económicas y culturales que lo acompañan.
Más de cuarenta años de neoliberalismo han dado lugar a bajos niveles de crecimiento económico, aumento del desempleo, un mercado laboral inestable, el desmantelamiento de la infraestructura pública y social y un aumento de la desigualdad de ingresos, con unos pocos poderosos amasando enormes fortunas (4). El modelo neoliberal de desarrollo es antagónico a la vida humana, creando un clima permanente de infelicidad y sufrimiento. No es casualidad que las tasas de enfermedades psicosomáticas y el uso de antidepresivos hayan aumentado exponencialmente, un claro síntoma de una sociedad que incentiva la competencia sin límites entre los individuos a costa del ocio, la cultura, la educación liberadora y la solidaridad. Bajo el neoliberalismo, las ideas del mundo corporativo se imponen en todas las esferas de la vida, moldeando la subjetividad de los individuos. La vida se estructura ahora en torno a los parámetros del ámbito privado, enfatizando el individualismo, el consumo y el mercado como características primarias de las relaciones humanas.
La ideología neoliberal en América Latina y el Caribe se aprovechó de un Estado que había demostrado ser permanentemente incapaz e ineficaz para satisfacer las necesidades de las mayorías, como lo demuestra el mantenimiento de estructuras históricas de desigualdad. En la década de 1980, los países latinoamericanos atravesaron profundas crisis fiscales y una inflación descontrolable. Así, la idea del “Estado ineficiente” y del “Estado derrochador” (o el estado elefantico – como se dice en Argentina) comenzó a conquistar corazones y mentes en las sociedades latinoamericanas. Luego, en la década de 1990, se comenzaron a implementar una serie de proyectos neoliberales. Las medidas más comunes fueron la privatización; la desregulación comercial, financiera y laboral; y políticas económicas que priorizaran el equilibrio de los presupuestos públicos por encima de las inversiones sociales. Sin embargo, fue a partir de la crisis financiera de 2007-2008 cuando el discurso neoliberal se radicalizó y logró conquistar a una parte importante de las masas.
Durante la crisis económica a largo plazo que comenzó en 2007, una serie de golpes de Estado (5) y se llevaron a cabo otros esfuerzos concertados que buscaron socavar a los gobiernos de izquierda y progresistas que estaban comprometidos con el avance de las políticas sociales.6 Estos golpes fueron llevados a cabo por las élites nacionales y el capital internacional -con la participación del gobierno de Estados Unidos- y fueron apoyados por los medios corporativos nacionales. Después de la crisis económica, con menos para todos, el capital financiero ya no consideraba factible que los gobiernos progresistas se mantuvieran en el poder y aplicaran sus políticas sociales. Aunque unos pocos países fueron capaces de mantener la cohesión social y utilizar el Estado para apoyar a los más necesitados, la orden general del día era una mayor intensificación del neoliberalismo y la superexplotación de la mano de obra, por ejemplo, a través de reformas laborales y de pensiones y la adopción de políticas económicas ultraliberales.
El debilitamiento y el derrocamiento de gobiernos progresistas y el ascenso de la extrema derecha latinoamericana no siempre ocurrieron exactamente de la misma manera o al mismo tiempo. Es importante examinar las circunstancias de cada país para comprender mejor los cambios más amplios que se están produciendo en la región. Sin embargo, todos estos cambios están relacionados con la crisis del capitalismo neoliberal y la respuesta del capital financiero, orientada a preservar los mecanismos de acumulación. La representación política y las diversas formas de actividad política dentro de una sociedad determinada son factores clave para el logro de estos objetivos. Ejemplos de estos procesos son los golpes de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009, Fernando Lugo en Paraguay en 2012, Dilma Rousseff en Brasil en 2016 y Evo Morales en Bolivia en 2019; el encarcelamiento de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva en Brasil en 2018; y la persecución política e intento de asesinato contra Cristina Kirchner en Argentina en 2022.
La amplia reorganización de la derecha latinoamericana contó con muchas técnicas comunes, como la combinación de medios legales e ilegales, y la centralidad de la batalla de ideas -o “guerra cultural”- dentro de su estrategia política. Sin embargo, este proceso se desarrolló de manera diferente en cada país e incluso dentro del mismo país en diferentes momentos en el tiempo. En Brasil, por ejemplo, la derecha “moderada” radicalizó su discurso y sus tácticas, especialmente cuando la derecha comenzó a afianzarse tras el golpe de Estado de 2016 contra la entonces presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores. Después de perder las elecciones presidenciales de 2014 ante Rousseff, el candidato de la derecha tradicional Aécio Neves impugnó el resultado y solicitó un recuento de votos, lo que provocó inestabilidad política y abrió la puerta para la destitución de Rousseff dos años después. En otras palabras, la derecha tradicional planificó el golpe de Estado de 2016 después de ser derrotada en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, abriendo un espacio para que el neofascismo tomara el poder con la elección de Jair Bolsonaro en 2018. Las consecuencias fueron devastadoras, y desde entonces las fuerzas progresistas institucionales han tenido que seguir una agenda defensiva, gestionando políticas neoliberales en lugar de construir un proyecto integral de izquierda para el país.
Mientras tanto, el monstruo neofascista sigue deambulando por Brasil. Está presente en todos los espacios, desde el debate medioambiental, con sus medidas y posturas que niegan el cambio climático, hasta el ámbito educativo, con el discurso de Escola sem Partido (‘escuelas sin partidos políticos’) (7), a la Iglesia y a la vida cotidiana de la gente. En estos espacios, la extrema derecha construye un modelo de vida y unos valores morales que exaltan el individualismo, la propiedad, el mercado y la “familia tradicional”. Los sectores más pobres de la población, especialmente las personas negras, las mujeres y las personas LGBTQIA+, siguen siendo las principales víctimas de sus políticas. Todas estas ideas, que ya estaban presentes en la sociedad brasileña, se difundieron a una escala sin precedentes a través de la (des)información posibilitada (y alentada) por las grandes empresas tecnológicas (8).
En Argentina, la derecha profundizó su uso del Poder Judicial para perseguir a los opositores políticos, especialmente a Cristina Kirchner, tras la victoria electoral del expresidente Mauricio Macri en 2015. La derecha “moderada” hizo el trabajo sucio de radicalizar el entorno político con mentiras y utilizó el aparato estatal bajo su control para atacar a los gobiernos progresistas. Sin embargo, con el tiempo, este derecho más tradicional fue deslegitimado en las elecciones, ya que sus políticas carecían de toda conexión con las demandas sociales. La derecha moderada pasó a un segundo plano en la escena política, abriendo la puerta a figuras de extrema derecha que se presentaban como antisistema y paladines del cambio social.
Una de estas figuras, Javier Milei, asumió la presidencia a finales de 2023. Milei proclama que rehará Argentina con el objetivo declarado de “acabar con el populismo”. En esta línea, las iniciativas de su gobierno buscan acabar con los derechos laborales y sociales de las mayorías, “desregular los mercados” para favorecer a las grandes empresas –especialmente a las grandes corporaciones extranjeras– y reducir el papel global del Estado en la economía mediante la privatización de las entidades públicas y el desmantelamiento de prácticamente todos los programas de desarrollo social y cultural. Al mismo tiempo, al igual que en otros países, el discurso del odio está siendo promovido por el aparato estatal, así como por voceros que tienen una larga historia de difusión de noticias falsas. Estas técnicas se utilizan para atacar a las organizaciones que defienden los derechos sociales y deslegitimar las propias ideas de cambio social, como los conceptos de redistribución económica y justicia social. Además, la idea de depositar la fe en un “salvador” por encima de un “político estándar” ha conquistado a un segmento significativo de la población. De esta manera, el neofascismo logra el objetivo fascista clásico de asegurar la lealtad de las masas a un proyecto que va en contra de sus propios intereses.
Este respaldo masivo a un proyecto que va en contra de los intereses del pueblo es parte de una estrategia económica y producto de la crisis que comenzó en 2007-2008. En general, los gobiernos latinoamericanos no pudieron expandir sus inversiones sociales como lo habían hecho en años anteriores. A pesar de que la ausencia de regulaciones y la falta de un nivel básico de control estatal fueron algunos de los principales factores que contribuyeron a la crisis, la narrativa que triunfó fue que el Estado y las políticas intervencionistas de los gobiernos progresistas eran las principales causas de los males sociales.
En Brasil, esta ideología se extendió ampliamente por toda la sociedad, incluso entre los sectores más oprimidos de la población, abriendo el espacio para una nueva ronda de reformas neoliberales. En 2017, la Fundación Perseu Abramo publicó un estudio sobre los valores morales de los residentes de los barrios más pobres de São Paulo que concluía que, aunque estos residentes no se oponían a las políticas sociales, la ideología neoliberal se había afianzado entre este segmento de la población. Por ejemplo, para la mayoría de los entrevistados, el conflicto principal en la sociedad es entre los individuos y el Estado, y no entre los ricos y los pobres (9).
En Brasil, por ejemplo, el gobierno de Michel Temer, que asumió el poder tras el golpe de Estado de 2016 contra Rousseff, aprobó leyes de reforma laboral que hicieron retroceder los derechos de los trabajadores, con el argumento de que la reducción de los costos laborales resultaría en un crecimiento del empleo. Luego, en 2019, el gobierno de Bolsonaro aprobó leyes de reforma de pensiones que aumentaron la edad mínima de jubilación y redujeron el monto de los beneficios que recibirían los jubilados. Sin embargo, este retroceso de los derechos sociales no dio lugar a un nivel de malestar que hubiera allanado el camino para amplias movilizaciones contra las reformas.
Esta complacencia se deriva de una variedad de estrategias exitosas que el proyecto neoliberal ha desarrollado para convencer al público de su eficacia. Por ejemplo, como demostró el estudio de la Fundación Perseu Abramo, muchos residentes de barrios pobres aspiran a ser emprendedores debido a los “beneficios” de ya no tener jefe, tener más flexibilidad, aumentar sus ingresos y poder dejar una herencia a su familia. Esta visión abre un espacio político para que los gobiernos neoliberales reestructuren el mundo del trabajo, principalmente mediante la reducción de los derechos sociales, sin mucha oposición de la clase trabajadora.
Lo que estamos viendo hoy es la manifestación moderna del fascismo del siglo XX, aunque con algunas distinciones importantes, que adopta diferentes formas y recibe diferentes nombres, como el populismo de derecha, la nueva derecha, la extrema derecha y la ultraderecha. Así, el neofascismo en América Latina puede definirse como un nuevo movimiento político, económico y cultural basado en cuatro elementos principales:
- la implantación exitosa de una ideología neoliberal, incluso en una clase media frustrada y resentida que basa su visión del mundo en las ideas de las élites y no ha creado su propio proyecto de clase;
- un anti-intelectualismo entre las élites que promueven el culto a la acción por la acción, rechazan la razón, se oponen a los pilares de la Ilustración (negacionismo científico) y se basan en explicaciones de “sentido común” para las cuestiones más diversas y complejas a las que se enfrenta la sociedad en su conjunto;
- la producción de una identidad nacional basada en una sola figura -la del ciudadano honrado- que proporciona explicaciones simplistas a cualquier situación; intentos de omitir, ignorar o negar contradicciones; y evita el análisis crítico en favor de una línea monolítica de razonamiento expresada en discursos punitivos, militaristas, negacionistas, racistas y misóginos; y
- la movilización de la ideología anticomunista que, apoyada en el fundamentalismo religioso, fusiona el conservadurismo social y el moralismo político.
El progresismo latinoamericano y el despertar de un monstruo
Estos nuevos elementos del neofascismo latinoamericano están conectados con las transformaciones en el mundo del trabajo, que a su vez forman parte del programa neoliberal más amplio para reestructurar las relaciones de producción. Sientan las bases para cambios fundamentales en las formas de organización y acción de la clase obrera, fragmentando y aislando a los trabajadores cuya separación física del lugar de trabajo y de los sindicatos les impide desarrollar una conciencia de clase. Esto rompe los espacios de debate y formación política, obstaculizando aún más el desarrollo de una identidad de clase que podría conducir a una visión colectiva del mundo capaz de desafiar los ideales neoliberales (10). Como se describe a continuación, Silicon Valley juega un papel estratégico en este proceso, proporcionando el contenido ideológico y los aparatos tecnológicos necesarios para la distribución masiva de mensajes. Esta estrategia separa a las personas en burbujas de comunicación y utiliza la vigilancia digital para categorizarlas a ellas y a sus comportamientos. Como resultado de estos cambios, los ejemplos concretos de organización y actividad colectiva se vuelven menos comunes; La perspectiva de cambio, cuando aparece, parece opaca y vaga para la mayoría de las personas. En este contexto, las fuerzas progresistas, que todavía se basan en gran medida en formas históricas de lucha que no responden plenamente a las condiciones materiales del presente y, sin embargo, deben enfrentarse al fragmentado sentido de identidad de los trabajadores, han tenido dificultades para crear nuevas formas de organización colectiva. Las demandas, como la reducción de los turnos de trabajo, ya no resuenan entre los trabajadores en un sistema en el que, para muchos, cuantas más horas trabajan, más se les paga. En otras palabras, muchos movimientos por los derechos de los trabajadores aún no han analizado el nuevo mundo del trabajo, insistiendo en cambio en tácticas obsoletas. La insistencia en el trabajo de base es fundamental, pero debe tener en cuenta información concreta sobre quién es el trabajador actual, así como sus demandas subjetivas y objetivas, y hacer uso de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Mientras tanto, los gobiernos latinoamericanos de la segunda ola progresista no han sido capaces de enfrentar adecuadamente al monstruo neofascista. La correlación de fuerzas en el mundo no ha permitido a estos Estados avanzar en políticas estructurales que promuevan los intereses de los países de la periferia capitalista, debilidad que ha obstaculizado proyectos y programas de gran envergadura que buscan directamente trascender el sistema capitalista (11). El ritmo de la lucha de clases en las sociedades de la periferia no favorece a la clase obrera y al campesinado, por lo que las fuerzas progresistas son incapaces de impulsar una agenda adecuada cuando llegan al poder.
La transición de un gobierno neoliberal o neofascista a un gobierno progresista capaz de avanzar en la transformación estructural no es posible sin una amplia base de apoyo de la clase trabajadora. En este momento, la coyuntura no favorece una transformación estructural amplia. Por esa razón, los proyectos electorales progresistas han tenido dificultades para generar un fuerte apoyo popular para sus limitados programas. La dificultad de construir un proyecto político de izquierda que pueda superar los problemas cotidianos de la existencia de la clase trabajadora ha desligado muchos de estos proyectos electorales progresistas de las necesidades de las masas. Esta condición de estar desanclado ha llevado a sectores de la clase obrera y el campesinado a buscar refugio bajo la bandera del neofascismo.
La deriva de sectores de la clase obrera hacia el neofascismo está relacionada con el papel de las drogas y las mafias de la droga en sus comunidades. El control de las mafias de la droga ha traído miedo y violencia a estas comunidades, que han comenzado a determinar la realidad de la vida cotidiana. América del Sur es una parte central de la cadena de producción, distribución y consumo y es un laboratorio de políticas que criminalizan a los pobres y la pobreza (12). Los principales países productores de drogas de América del Sur (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú) están integrados en un sistema con los países distribuidores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) en un ciclo acelerado de políticas fallidas centradas en el encarcelamiento, la vigilancia policial y la fragmentación de los barrios urbanos (13). Este violento enfoque darwinista social entrelaza a América Latina con la globalización del capitalismo contemporáneo a través de la economía criminal, ya que el narcotráfico está vinculado al mercado de armas, a los fabricantes de armas y al sistema financiero.
Para contrarrestar el ascenso de los barones de la droga, muchos gobiernos de América Latina han adoptado, en general, la mentalidad de la Guerra contra las Drogas de Estados Unidos, que significa usar la fuerza armada para ejercer control sobre los barrios de clase trabajadora. Con pocas excepciones, los gobiernos progresistas latinoamericanos se han adherido a las directivas y políticas de la Guerra contra las Drogas como respuesta a la creciente violencia en áreas urbanas marcadas por una creciente desigualdad. Estos gobiernos carecen de un programa para contrarrestar la guerra contra las drogas y garantizar la seguridad pública, uno de los principales puntos débiles que los neofascistas –como los gobiernos de Nayib Bukele en El Salvador y Daniel Noboa en Ecuador– han aprovechado para politizar y ampliar su base. Aquí encontramos la inevitable superposición del neoliberalismo con un componente esencial del neofascismo: el militarismo.
En el caso de Brasil, la permeabilidad del Estado y de la clase empresarial ha permitido que las organizaciones criminales y las milicias se consoliden y se expandan por todas las estructuras oficiales, sirviéndose de partidos políticos y neofascistas como la familia Bolsonaro, que sigue liderando el movimiento neofascista del país conocido como bolsonarismo. Según el Foro Brasileño de Seguridad Pública, actualmente hay más de setenta organizaciones criminales a gran escala que operan en el país, algunas con alcance internacional, que trabajan dentro de una red mundial de organizaciones mafiosas. En la última década, organizaciones que actúan como milicias, la mayoría de cuyos miembros están directa o indirectamente vinculados a instituciones de seguridad pública o a las fuerzas armadas, se han infiltrado aún más en el Estado. Estas organizaciones también están conectadas con pequeñas y medianas empresas privadas que obtienen contratos públicos para proporcionar servicios básicos (14). La guerra contra las drogas ha producido “gobiernos” armados que controlan vastos territorios urbanos, entornos en los que la clase trabajadora sobrevive y se socializa. Gestionados por las organizaciones criminales antes mencionadas, estos “gobiernos” armados controlan y se benefician de la actividad económica y regulan la resolución de los conflictos. Especialmente en el caso de las milicias, estas entidades también se han asegurado cada vez más el apoyo electoral para el neofascismo en estas zonas. Aproximadamente el 80% del estado de Río de Janeiro está controlado por estos “gobiernos” armados (15).
Si bien la derecha tiene una posición autoritaria y punitiva en materia de seguridad pública y contra el narcotráfico, los partidos progresistas se han convertido en rehenes de los mensajes electorales, siguiendo el discurso de la derecha sobre el encarcelamiento y el castigo severo porque es cada vez más popular entre los votantes. Desde el punto de vista ideológico, la pobreza –y, principalmente, los pobres– se ha asociado cada vez más a la imagen de un enemigo a combatir: el joven narcotraficante de los barrios más pobres. Todos los días, las noticias bombardean el país con representaciones del “bueno” y del “perpetrador”, legitimando este concepto de “enemigo”. Cualquiera que se parezca a este perfil construido (jóvenes, negros y pobres) puede ser eliminado sin graves repercusiones, sin embargo, no hay políticas sociales efectivas para las personas que se ajusten a esta imagen. A nivel práctico, esto significa que la policía tiene licencia para exterminarlos.
¿La Internacional Neofascista?
Otro tema de debate es si la organización y la actividad neofascista están coordinadas a nivel internacional. A diferencia de Europa, donde estos grupos se organizan a través de las estructuras de los partidos fascistas más antiguos, en América Latina el neofascismo se organiza a través del pensamiento y está respaldado por organizaciones similares en Estados Unidos y España. En Brasil, por ejemplo, Eduardo Bolsonaro, miembro de la Cámara de Diputados (16) y uno de los hijos de Jair Bolsonaro, creó una versión brasileña de la Conferencia de Acción Política Conservadora de Estados Unidos (CPAC) y ha organizado cinco reuniones con cuarenta y tres líderes latinoamericanos y ochenta y dos neofascistas estadounidenses desde la derrota electoral de su padre en 2022 (17).
La tradición anticomunista y la reactivación de las viejas redes internacionales han contribuido al auge del neofascismo, unificando a los actores de extrema derecha de múltiples países en torno a un discurso ideológico utilizado para movilizar y desarrollar un programa político.
Silicon Valley juega un papel clave en la fabricación de consentimiento para el neofascismo, como en el caso de Elon Musk, magnate de la tecnología y una de las personas más ricas del mundo. Durante la última década, las redes sociales se han convertido en una herramienta poderosa en la batalla por los corazones y las mentes. Ahora es posible recopilar datos individualizados sobre los sentimientos y percepciones de una gran parte de la población, sobre todo de la clase trabajadora, sobre una amplia gama de temas. Brasil, por ejemplo, es el mayor consumidor de redes sociales en las Américas y el tercero más grande del mundo (18). En este ámbito, donde el modelo de negocio favorece un discurso de odio, el contenido de las redes sociales refuerza en gran medida una ideología neoliberal, haciendo uso del fundamentalismo religioso, la teología de la prosperidad y el punitivismo. Las redes sociales son un campo de batalla clave en una guerra cultural espoleada por el neofascismo y un lugar para los esfuerzos por reunir a diversos grupos neofascistas de todo el mundo. Esta guerra cultural no es el resultado espontáneo del resentimiento y la indignación de las víctimas del neoliberalismo: está organizada, centralizada y extremadamente bien financiada.
Neofascismo y “marxismo cultural”
Aunque el lenguaje del neofascismo sea más refinado y las técnicas de guerra cultural más sofisticadas que las del fascismo tradicional, el objetivo sigue siendo el mismo: fragmentar a la clase obrera y desmovilizar la lucha de clases. La batalla de las ideas y las emociones se libra en la vida cotidiana a través de la creación de valores que resuenan en las personas de manera concreta. A pesar de las numerosas victorias institucionales de las fuerzas progresistas en América Latina, el neofascismo ha sido capaz de capitalizar el futuro incierto de la clase trabajadora, asegurándole un papel destacado en el debate público.
Sin lugar a dudas, la religión ha sido un escenario clave en la batalla por ganarse los corazones y las mentes de la clase trabajadora. Si en el pasado la religión fue el motor de los movimientos liberadores latinoamericanos, hoy, en su fachada conservadora, se ha convertido en un arma indispensable en los esfuerzos de la derecha por llegar a la clase trabajadora en la vida cotidiana. El proyecto neoliberal ha utilizado el fundamentalismo religioso cristiano para atrincherarse en toda América Latina, ocupando espacios institucionales y construyendo presencia en la vida cotidiana de la población. Mientras las narrativas religiosas llenan el mundo de la teología de la prosperidad, en la que la riqueza y el bienestar son frutos de la fe individual y racional (sustituyendo la justicia social por el éxito personal), la derecha latinoamericana promueve la misma visión, ofreciendo también el emprendimiento como única salida a los problemas que existen en el mundo laboral. El emprendimiento individual se asocia con la visión de que solo los fuertes sobreviven, el sacrificio es el medio para lograr una vida digna y los derechos sociales no son derechos sino prebendas otorgadas a un grupo parasitario. En este contexto económico, sociocultural y político, grandes corporaciones como la multinacional de transporte Uber y la brasileña de reparto de comida a domicilio iFood encuentran un terreno fértil para reclutar trabajadores para sus plataformas digitales, donde los derechos laborales están en gran medida ausentes y la remuneración se basa exclusivamente en resultados.
El neofascismo utiliza la religión de varias maneras, como para atacar los derechos sexuales y reproductivos a través de la guerra discursiva que condena todo lo que no es heterosexual y promueve un concepto heteronormativo de familia. Cualquier cuestionamiento de esta forma limitada de existir en el mundo se enmarca como “ideología de género”, provocando pánico moral. Los neofascistas atacan, condenan y critican como anormales diversos modelos de familia. Estos actores promueven un discurso de odio y hacen un llamado a la sociedad para que rectifique lo que consideran actitudes desviadas, lo que resulta en una escalada de violencia contra la población LGBTQIA+. En uno de esos ejemplos, un hombre prendió fuego a una habitación de hotel de Buenos Aires donde cuatro lesbianas vivían juntas mientras estaban adentro y les impidió escapar en un ataque motivado por el odio en mayo de 2024. Tres de ellos murieron.
Defender el modelo de la familia heterosexual tradicional también perpetúa la política pública imperante en la que las mujeres son reducidas a procreadoras, cuidadoras primarias y responsables de los niños, los enfermos y los ancianos. En otras palabras, el cuidado sigue siendo una responsabilidad dentro del ámbito privado de las mujeres, que son condenadas al fuego de la condena, culpadas por la violencia que sufren y privadas del derecho a decidir qué hacer con un embarazo no deseado, por ejemplo (19).
En marzo de 2024, una encuesta de Datafolha anunció estadísticas alarmantes sobre cómo la sociedad brasileña ve el derecho al aborto, que es un tema fundamental para los movimientos feministas en América Latina. Solo el 6% de la población brasileña apoya la legalización del aborto en cualquier situación (este porcentaje también es muy bajo entre las mujeres, del 7%), y más de la mitad de la población (52%) cree que las mujeres que abortan, bajo cualquier circunstancia, deberían ser encarceladas (20). La mayoría de las mujeres ya han tenido un aborto o conocen a otra mujer cercana a ellas que lo haya tenido. En otras palabras, a pesar de estar íntimamente familiarizados con las situaciones específicas de las mujeres que optaron por interrumpir su embarazo, una parte significativa de las mujeres apoya la penalización del aborto. En este contexto, el papel de la religión, al promover una visión limitada y cis-heteronormativa de la familia, desempeña un papel importante en la transformación de diversos modelos de familia en un delito, al tiempo que desafía al Estado laico.
Otra nueva tendencia en las últimas décadas ha sido que la derecha ha organizado manifestaciones callejeras masivas en torno a las llamadas “cuestiones morales” en algunos países, como Perú o Brasil, ocupando así un espacio de movilización tradicional de la izquierda.21 Provocar pánico moral se ha utilizado como estrategia de campaña en las elecciones, como asociar la defensa del aborto con el apoyo al asesinato, ignorando las profundas y complejas cuestiones de raza, clase y género que abarca el tema. Los grupos religiosos, junto con el conservadurismo de élite latinoamericano, han desarrollado estrategias compartidas contra la legalización del aborto. La alianza entre conservadores religiosos y políticos utiliza el mismo discurso y estética en varios países, creando movimientos organizados en las redes sociales, en las iglesias y en las calles que atraen principalmente a jóvenes y mujeres. La intervención de los fundamentalistas religiosos en los debates legislativos a menudo ha puesto fin a importantes y ampliamente discutidas propuestas progresistas que desafían el sistema patriarcal.
La campaña “Con mis hijos no te metas”, un movimiento para detener el atractivo de la “ideología de género” en las escuelas, tuvo lugar no solo en las calles, sino también en el debate sobre los currículos escolares, comenzando en Perú y difundiendo su mensaje en América Latina, Europa y otros lugares. Aunque los evangélicos han llevado a cabo las acciones más conservadoras, los católicos fundamentalistas también han emprendido acciones legales. En Venezuela, los católicos son la principal fuerza social que se opone al derecho al aborto. En Ecuador, diversas corrientes religiosas participaron en protestas callejeras que se presentaban como laicas, pero que, sin embargo, se adherían al libro de jugadas fundamentalistas en sus argumentos y discursos. La “defensa de la vida” contra la legalización del aborto también es frecuente en los círculos académicos de varios países de América Latina, que utilizan los supuestos “datos” científicos para afirmar cuándo un feto debe ser clasificado como una vida (22).
El neofascismo también utiliza la religión en su constante movilización contra un “enemigo” conjurado. Este método es complementario al ataque a los derechos sexuales y reproductivos descrito anteriormente. El concepto de enemigo es central en los discursos fundamentalistas, como la teología del dominio (23), y está estrechamente ligada a la idea de la “batalla espiritual” (la lucha contra un enemigo siempre presente). En este discurso, el enemigo histórico de la derecha del continente, que sigue siendo utilizado arbitrariamente, es el comunismo. El anticomunismo asume diversas formas, reflejando su naturaleza pluralista, fantástica y multifacética. Diferentes épocas y contextos han visto el surgimiento de frentes políticos y sociales de derecha unificados en oposición al comunismo como enemigo común. Sus reivindicaciones giran en torno a la reverencia absoluta a la propiedad privada, a la cohesión familiar -basada en un modelo de familia unitaria- y al orden y defensa de una visión del mundo centrada en los principios cristianos.
En Brasil, estas fuerzas han asociado al Partido de los Trabajadores (PT) con el comunismo, a pesar de que el PT siempre ha sido un partido moderado y progresista, más centrado en la conciliación que en la ruptura radical con los sistemas políticos y/o económicos imperantes. Un estudio publicado en marzo de 2023 por Intelligence in Research and Strategic Consulting (Inteligência em Pesquisa e Consultoria Estratégica, o IPEC), un instituto de investigación de opinión pública, señaló que el 44% de los encuestados está totalmente (31%) o parcialmente de acuerdo (13%) con la afirmación de que Brasil podría convertirse en un país comunista con Lula en la presidencia (24). En los últimos años, el anticomunismo y el sentimiento anti-Partido de los Trabajadores en el país se han vuelto cada vez más interconectados, en gran medida impulsados por sectores fundamentalistas cristianos. Estos esfuerzos han creado la fantasía de que tener al Partido de los Trabajadores en el poder significará un ataque a las iglesias cristianas, a la moralidad y a la noción de comportamiento respetable.
El debate sobre los derechos sociales y cualquier signo de un Estado fortalecido también alimenta este imaginario anticomunista. Existe una visión, muy influenciada por Estados Unidos, de que la participación del Estado en el fortalecimiento de los derechos sociales es parte de una agenda comunista y, en consecuencia, el Estado como garante de los derechos es un enemigo a combatir.
La construcción del “enemigo” no es en absoluto un fenómeno nuevo. En todo el continente, América Latina atravesó arduos años de dictaduras en la segunda mitad del siglo XX que dejaron una profunda huella en su historia. Este período dejó heridas abiertas que a menudo continúan sangrando. Una de estas luchas fue la lucha por la libertad en un contexto en el que se quemaban libros, se censuraban canciones y el silencio era a menudo la única defensa posible contra la persecución y la muerte. El clamor neofascista por lo que hoy llaman libertad de expresión oscurece un pasado sangriento. En este contexto, la palabra “libertad” se ha convertido en una piedra angular de la jerga de la derecha, centrada en ideas como “Dios, Patria, Familia”. Esta apropiación del concepto de libertad es una dolorosa ironía dada la historia de represión del continente y permite que los crímenes se cometan con impunidad, con la ayuda de las redes sociales bajo el control de las grandes empresas tecnológicas. Sin embargo, los neofascistas persisten en sus afirmaciones de que la izquierda es enemiga de la libertad y la acusan de autoritaria por restringir la libertad de decir lo que piensan. Al hacerlo, el campo conservador y reaccionario latinoamericano se apropia descaradamente de un concepto fundamental de la lucha del pueblo por la justicia para justificar sus atrocidades.
El antifascismo y un nuevo futuro utópico
Incluso en países donde los gobiernos latinoamericanos actúan con el apoyo de una mayoría progresista o moderada y los neofascistas constituyen una minoría ruidosa, la extrema derecha sigue estando fuertemente presente en múltiples ámbitos como las legislaturas, los partidos políticos y los grupos de la sociedad civil. Derrotar a la derecha no será una tarea fácil, ni se limitará al ámbito electoral. Las acciones de los movimientos sociales organizados, cuyos valores colectivos de solidaridad se oponen a la ideología neoliberal, y de los gobiernos que priorizan el fortalecimiento de los derechos y las políticas que promueven el bienestar de los pueblos, son fundamentales para ganar esta lucha.
Parte de lo que hay que hacer es reconectar la política con las necesidades, los dolores y los deseos de la gente. Pero, sobre todo, para desafiar la violencia y la criminalidad de los grupos de derecha que se extienden por todo el continente, es necesario recuperar nuestras calles y nuestros barrios a través de movilizaciones y organización social, que actualmente se encuentran en un estado debilitado. Miguel Stédile, coordinador de la oficina Tricontinental en Brasil, advierte que “para enfrentar a los monstruos del fascismo, la izquierda necesita redescubrirse a sí misma. Frente a los problemas estructurales actuales –la catástrofe climática, la catástrofe migratoria, los conflictos armados–, la izquierda debe atreverse a proponer soluciones igualmente estructurales. La moderación y la gestión de la crisis […] no son suficientes para lograr cambios reales” (25). Agudizar la conexión entre la teoría y las realidades concretas de los trabajadores a través de la creatividad y la construcción colectiva de nuevas utopías es una tarea urgente que debe emprenderse todos los días.
Notas
- 1. Tricontinental, What Can We Expect, 18, traducción nuestra.
2. Tricontinental, ¿qué podemos esperar?
3. Para más información sobre cómo la inversión económica y el poder geopolítico de China podrían abrir nuevas posibilidades para América Latina y el Caribe y un nuevo tipo de integración regional, véase Tricontinental: Institute for Social Research, Looking Towards China.
4. En 2018, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicó un estudio que demostraba que el ingreso medio del 10% más rico de la población en los países miembros de la OCDE era alrededor de 9,5 veces mayor que el ingreso del 10% más pobre. A principios de la década de 1990, los ingresos más altos eran solo 7 veces mayores, lo que significa que esta disparidad de ingresos aumentó en un 35% en 25 años. Véase OCDE, ¿Un ascensor social roto?, 3.
5. A principios de la década de 2000, los golpes de Estado comenzaron a desviarse del patrón de los golpes militares clásicos del siglo XX. El nuevo golpe “híbrido” adopta una forma multidimensional –incorpora elementos políticos, jurídicos, militares, económicos, psicológicos y de comunicación de masas– e incluye una estrategia de movilización social.
6. Para más información sobre la crisis, véase Tricontinental: Institute for Social Research, The World in Economic Depression.
7. Nota del traductor: La Escola sem partido es un movimiento social y político de extrema derecha fundado en 2004 por Miguel Nagib. El movimiento tiene como objetivo implementar un currículo socialmente conservador y económicamente neoliberal bajo el pretexto de “eliminar” la política de la educación.
8. Tricontinental, qué podemos esperar.
9. Fundación Perseu Abramo, «Percepções e valores».
10. Para más información sobre estas transformaciones en el mundo del trabajo y su impacto en la organización y la acción de la clase trabajadora, véase: Tricontinental: Instituto de Investigación Social, En las ruinas del presente.
11. Tricontinental, qué podemos esperar.
12. Es importante señalar la expansión de la producción de materias primas para el mercado de drogas a América Central y del Norte, con plantaciones de coca ahora en México, Honduras y Guatemala (OCCRP, ‘Cocaine Everywhere’). Véase Jonny Wrate et al., “Cocaine Everywhere All at Once” y Tricontinental, Adictos al imperialismo.
13. Shahadeh y André, ‘Guerra às drogas’.
14. Zylbercan, ‘Justiça’.
15. Fogo Cruzado y GENI, ‘Mapa histórico’, 28.
16. Nota del traductor: Un diputado federal es un miembro electo de la cámara baja del órgano legislativo federal de Brasil, la Câmara dos Deputados o Cámara de Diputados. Los diputados federales tienen un mandato de cuatro años.
17. Maciel et. al, ‘Eduardo Bolsonaro’.
18. Jiménez, ‘Brasil é o terceiro’.
19. Para más información sobre el trabajo de cuidados, véase: Tricontinental: Institute for Social Research, Uncovering the Crisis.
20 de la Constitución. Damasceno, ‘Números de Datafolha’.
21. Tricontinental, ¿qué podemos esperar?
22. Faúndes y Defago, ‘Una mirada regional’.
23. La teología del dominio es una ideología fundamentalista desarrollada en los EE. UU. durante la década de 1970 con el objetivo de establecer una teocracia en la sociedad contemporánea para cumplir con las posiciones predeterminadas de los cristianos en el liderazgo mundial ocupando presidencias, ministerios, parlamentos, gobiernos estatales y municipales, así como los tribunales más altos. Su objetivo es moldear los asuntos públicos logrando el dominio cristiano en la esfera política.
24. Fundación Perseu Abramo, «A “ameaça”».
25. Stédile, ‘Como vivem’, traducción nuestra.