El gobierno en la sombra de la Casa Blanca

Dibujo de garras sosteniendo la Casa Blanca

Giovanni Gnazzi. Sinistrainrete.info

Con una investigación publicada el viernes pasado, el Wall Street Journal informó que había descubierto que en los últimos 4 años Biden ya no gobernaba la Casa Blanca, absolutamente incapaz de entender y querer. El presidente de los Estados Unidos, que durante otros 30 días gobernará los Estados Unidos y, por consiguiente, todo el Occidente colectivo, ha sido víctima durante años de un estado de demencia senil que lo hace absolutamente incompatible con un estado psicofísico óptimo necesario para el ejercicio de su mandato. De hecho, sería una condición previa fundamental para llevarlo a cabo.

Hay conclusiones inquietantes que se pueden sacar en varios aspectos: el primero de los cuales tiene que ver con la mentira repetida que la Casa Blanca ha difundido sobre el estado de salud del presidente. Así que la prensa occidental, con sus medios prácticamente ilimitados, ha optado, incluso ante la evidencia de un claro déficit cognitivo por parte de Biden, por ignorar el hecho y sus gravísimas implicaciones. Por el contrario, se lanzó con desprecio a los ridículos en busca de los tumores de Putin, a quien le dieron un día por enfermo grave, otro por muerto y otro por víctima de un golpe de Estado en el Kremlin. Y, en cambio, goza de una excelente salud.

Otro aspecto, aún más inquietante, si cabe, se refiere a la pregunta obvia pero inevitable: ¿quién ha gobernado los Estados Unidos en los últimos años? ¿Quién decidió la continuación de la guerra de Estados Unidos a través de Ucrania contra Rusia? ¿Quién estableció las líneas de la política económica interna y quién decidió la cosecha de sanciones comerciales dotadas de automática y estúpida mecanicidad?

Y sobre todo: ¿quién tenía el maletín nuclear y las llaves para la activación de los misiles balísticos intercontinentales? Es decir, ¿quién tuvo la oportunidad de desatar una guerra termonuclear global sin ser consciente de ello y que llevaría al planeta de vuelta a la Edad de Piedra?

La Constitución de los Estados Unidos prevé la posibilidad de que el vicepresidente asuma el cargo en caso de muerte o incapacidad del presidente. El artículo 2 establece que “en caso de destitución del Presidente de su cargo o de su muerte, renuncia o incapacidad para ejercer los poderes y deberes de dicho cargo, el cargo pasará al Vicepresidente, y el Congreso dispondrá por ley la remoción, muerte, renuncia o incapacidad del Presidente o del Vicepresidente. declarando qué funcionario actuará en tal caso como Presidente, y dicho funcionario actuará en consecuencia hasta que cese la incapacidad o se elija un Presidente”.

Pues bien, se han ignorado las disposiciones de la Carta Constitucional y se ha creado la formación de un gabinete de gobierno anónimo e ilegítimo. Es evidente cómo la incapacidad absoluta del Presidente incapaz ha sido sustituida por personas, que han dado vida al ejercicio clandestino de un equipo nunca elegido en los últimos 4 años, pero que ha actuado en representación de intereses precisos, ninguno de los cuales puede ser reclamado públicamente.

Todo esto tiene mucho que ver con el estado de la democracia estadounidense. Lo ocurrido confirma que el inquilino de la Casa Blanca es poco más que papel pintado mediático, dado que el verdadero gobierno, las decisiones que toma y las que no toma, son el resultado del verdadero gobierno, el del Estado profundo.

Los grupos de interés dominantes, que en Estados Unidos tienen dimensiones transnacionales y que constituyen la quinta esencia de su política, se encuentran en algunos de los ganglios vitales del poder: el complejo militar-industrial, en particular la industria bélica, incluidas todas las actividades auxiliares de inteligencia y seguridad que llegan a las empresas de los contratistas; los grandes grupos financieros, en particular los fondos especulativos que ahora controlan la Bolsa, los sistemas bancarios y de seguros; el lobby tecnológico, con especial referencia a Silicon Valley, donde las empresas que controlan la Red también controlan el desarrollo de la inteligencia artificial y determinan el nivel del choque por el control de los conocimientos tecnológicos internacionales; el sistema de medios y el marketing comercial que lo sustenta, encargado de construir consensos; las empresas energéticas, para cuyos intereses se construyen aventuras militares extranjeras, y las Big Pharma, que ven el crecimiento imperioso de sus beneficios en la medicalización extrema de la sociedad occidental, aunque éstas produzcan un país y una población totalmente medicalizada.

Esta obscena red de intereses, casi todos innombrables (no es casualidad que estén ocultos) ha sido la gestora de la maquinaria política, económica, militar y diplomática de la presidencia de Biden. Quien interpretó el papel de marioneta maniobrada por los titiriteros, ofreciendo un espectáculo poco edificante, lleno de meteduras de pata y momentos de aislamiento espacio-temporal que no conseguían esconderse de las despiadadas cámaras.

Cualquier evaluación de los méritos del trabajo de quienes actuaron en lugar del Presidente no tiene la menor importancia, porque la seriedad del método supera cualquier evaluación de méritos. Queda un hecho indiscutible: en la cubierta de mando de la mayor superpotencia del planeta se han instalado hombres que nadie ha elegido nunca para ello, y que precisamente por ser un bloque de poder oculto, han podido tomar decisiones sin que ninguna institución pueda oponerse a ellas. En este sentido, la legitimidad de las decisiones tomadas, especialmente las relativas al enfrentamiento militar con Rusia, que, teniendo su propia gravedad y presagios de un posible drama, deberían haberse producido bajo la clara responsabilidad de un presidente y no de un puñado de personajes que lo han reemplazado.

Queda por entender, en todo esto, cuál fue el papel de Kamala Harris y si su candidatura es el resultado de su complicidad con lo que bien puede definirse como un golpe de Estado contra el electorado estadounidense. Y no puede dejar de dar la alarma descubrir que esta administración, ahora al final de su carrera, a pesar de la reiterada intención del próximo inquilino de la Casa Blanca de frenar la lluvia de ayuda militar y financiera a Ucrania y, con ello, la búsqueda de un enfrentamiento total con Rusia, ha tomado deliberaciones que no son atribuibles a ninguno de los dos presidentes, la saliente y la entrante, sino directamente a los aparatos militares y de inteligencia, carentes de la legitimidad constitucional para reemplazar la toma de decisiones políticas, que sigue en manos de la Casa Blanca.

Es la demostración concreta de cómo la democracia estadounidense, autodefinida como un “modelo” de un proyecto sistémico que mantiene unidas la libertad y la responsabilidad, la gobernabilidad y la representación, es una de las estafas más exitosas, concebida por aquellos que la superponen constantemente y difundida de la manera más inteligente por décadas de narración de Hollywood. Que solo ha sido superada por los editorialistas de la llamada prensa libre de Occidente, que intentan burlarse de los otros modelos de democracia apuntando a la autarquía, pero que, cuando se trata de Occidente, llaman con desprecio a la ridícula democracia lo que en cambio es solo el reino de la oligarquía.

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