Ante la algarabía mediática orquestada en torno al gasto militar europeo y la guerra arancelaria del imperialismo estadounidense, conviene conocer mejor la política del gobierno español del PSOE-Sumar en esta materia (Ver en particular el aparatado sobre militarismo del Consejo de Ministros), pero a la luz de los datos disponibles y no de la propaganda…
Juan Carlos Rois. Grup anti-militarista Tortuga
Me llegan mensajes varios pidiendo una estimación del gasto militar que asumiremos en 2025. No es tarea sencilla y, dado que la desmesura es tal que se sale de madre sea cual sean la cifra exacta, no la veo tan prioritaria como la de explicar qué uso se hace de ese dineral y en qué tipo de sociedad nos convierte, pero intentaré dar algunas pistas al menos para señalar la tendencia y para sugerir pistas para el análisis que necesitamos hacer para reformular nuestras agendas de paz y para procurarnos la energía política suficiente para poner pie en pared ante tanta barbarie.
La Intervención General de la Administración del Estado (IGAE) ha presentado hace unos días su informe del gasto público del mes de diciembre de 2024.
Como era previsible, la mayoría de las partidas referidas al gasto militar incluida en los distintos ministerios ha subido. Aporto a continuación un cuadro comparativo con el que en su día estimé que tendríamos.
Advierto que este gasto no es el total del gasto militar estimado, sino únicamente el estimado antes de calcular la deuda militar que amortizamos año tras año, una cifra esta última que, sumada a la anterior, nos sitúa en mi criterio en más de cincuenta y cuatro mil millones de euros, cantidad que, si le sumamos lo que el estado gasta en el resto de las políticas securitizadoras (otros 6,718,84 millones más) o incluso lo que se gasta en control social y políticas securitarias por parte de las comunidades autónomas (al menos 3.563,86 millones) nos sitúa por encima de los sesenta e incluso de los sesenta y cuatro mil millones de euros.
La inclusión del gasto securitario como otro componente más junto con el gasto militar se justifica cada vez de forma más evidente, al menos desde una perspectiva antimilitarista, si tenemos en cuenta la reciente propuesta de remilitarización realizada por los halcones de la guerra europeos, o la pretensión de Pedro Sánchez de considerar este rearme como una «inversión en seguridad» que abarca además de los clásicos temas de la defensa militar otros aspectos securitarios y sociales, las tecnologías industriales, la ciberseguridad y la ciberdilincuencia, la inteligencia, las infraestructuras críticas, la seguridad de los abastecimientos de energía o alimentos, la lucha contra la desinformación, los problemas delincuenciales o del malestar social, la adaptación al cambio climático y las crisis por cataclismos y un sinfín de riesgos indefinidos y no estrictamente militares cada vez más enfocados desde una óptica militar y militarista.
Sorpresas nos da la IGAE
Pero la liquidación que efectúa la IGAE nos aporta dos informaciones más que abundan en la desmesura del gasto militar y de su insostenibilidad.
La primera tiene que ver con las partidas plurianuales que vamos arrastrando por gasto militar y su desmesura. La segunda es el fiel reflejo del peso enorme para nuestro presupuesto público del gigantismo militar. Las vamos a intentar explicar.
Partidas plurianuales
Conforme al documento «Estadísticas de ejecución del presupuesto provisional. Diciembre de 2024», publicado el 3 de abril de 2025, en su pág. 163, el gobierno ha autorizado 36.530,41 millones de euros para Defensa y cuenta con compromisos de gasto de 35.509,07 millones de euros para dicho ministerio.
Es un reflejo fiel de la enorme deuda comprometida (principalmente para armas encargadas por Defensa) y que dejamos en herencia a futuras generaciones.
He de hacer, al respecto, dos aclaraciones más:
La primera, que la cantidad es la mayor tanto en autorizaciones de partidas plurianuales como de compromisos de gasto de todas las partidas plurianuales del presupuesto y suponen más del 37% del total de las correspondientes a todos los departamentos consignados.
Y la segunda, más escalofriante si cabe: existe otra partida de pagos plurianuales, que es precisamente el que se corresponde con la deuda pública acumulada, un billón (con b) seiscientos sesenta y seis mil seiscientos sesenta y siete millones de euros. Una deuda impagable y que se ha ido construyendo con los sucesivos presupuestos deficitarios de España. ¿Qué parte de esta deuda, fuera de la que ya arrastramos por partidas plurianuales de defensa, corresponde a este departamento? Imposible saberlo, porque la deuda no está desagregada. Pero si aplicamos el porcentaje del gasto plurianual de defensa (37%) sobre el del conjunto de los ministerios la cifra es escalofriante: nada menos que 616.666,8 millones de euros, casi 4 de cada 10 euros de deuda total generada por el gasto militar.
¿No es para hacérselo mirar?
Además del enorme gasto militar comprometido para ejercicios futuros, el real Decreto Legislativo 1/2000 de 9 de junio, en su artículo 30 obliga al estado a hacer una aportación anual para financiar las prestaciones sociales militares.
En la página 297 del recientemente citado documento del IGAE, de liquidación de diciembre de 2024, se refleja que esta «subvención» (así la llama) es de 31.346 millones de euros. Ya es pasta y habrá que sumarla a los más de 15.600 millones de coste directo para pagar el gigantismo militar que padecemos (más de 5.711 millones de euros de salarios militares, mas otros 4.390,15 millones de pago para las clases pasivas, otros más de 4.000 millones de la guardia civil y los más de 1.500 millones del ISFAS).
Estamos manejando unas magnitudes de compromiso de gasto inabordable e injustificado. Y eso que todavía no nos ha dado por hablar de los planes de aumento de encargos a la industria militar, ni del aumento de nuestro gasto en alimentar la guerra o en la política de injerencia militar en el exterior que practicamos (lo dejaré para otro momento) ni de la enormidad de subvenciones y ayudas con las que el Estado dopa a la industria militar y a los señores de la guerra.
¿Qué podemos esperar en 2025?
Es hora de hacer una estimación del gasto militar de 2025, pero resulta que, a falta de presupuestos, las incertidumbres crecen.
Por otra parte, desde mi punto de vista, y dada la deliberada opacidad de nuestro gasto militar, la obsesión, que a veces nos embarga, por la cifra no es tan importante sí más bien explicar la tendencia que venimos sufriendo desde hace décadas y el para qué de tal gasto militar.
1) Conviene relacionarla con dos o tres aspectos más de nuestra realidad que dibujan muy bien el tipo de sociedad que estamos construyendo.
El primero, el para qué de este gasto militar; es decir, qué uso se hace de estas partidas, para qué sirve en realidad y, de la mano, si eso para lo que sirve tiene que ver con nuestra seguridad o con la propia idea de paz o con la solidaridad que predican nuestros voceros oficiales. Mal haríamos si nos conformamos con denunciar que se gasta mucho y se gasta mal (despilfarro, que existe a raudales) como si gastando menos, pero para hacer lo mismo, la cosa fuera más aceptable. Por eso suelo describir que hace nuestro abrumador aparato militar y analizar esta práctica, sus «beneficiarios» y sus maleficiados.
2) El segundo, el relativo al enorme coste de oportunidad de lo militar, en el sentido de que lo que se gasta en este rubro tan improductivo lo es en detrimento de bienes más productivos o de necesidades sociales evidentes. A su vez, y dado que se nos habla del enorme retorno de la actividad militar en la sociedad, conviene desmentir esta burda trola. El mismo dinero y esfuerzo «inversor» que detrae el militarismo de otro tipo de usos posibles, dedicado a otro tipo de actividades como pudiera ser la descarbonización, el desarrollo industrial sostenible y alternativo en zonas enormemente dependientes del monocultivo militar (Cádiz, Ferrol, Cartagena, por ejemplo), la investigación científica enfocada a la salud u otros bienes colectivos, la atención y dinamización del mundo rural, la lucha contra la pobreza y la exclusión, la conversión alternativa de las industrias actuales para producir bienes socialmente decentes, la educación de calidad, la solidaridad con otros pueblos u otras tantas que a cualquiera se le pueden ocurrir, habrían producido, en todos los casos, retornos sociales muy por encima de los que produce el oligopolio militar, el negocio de la guerra o el sostenes más de dos millones cien mil bocas agradecidas que comen del presupuesto militar español.
3) El tercero, muy de la mano del segundo, la comparación de este gasto con los restantes gastos públicos. Pedro Sánchez afirma que el aumento el gasto militar que prevé (llegar según mis estimaciones a gastar en militarismo más del 10% del presupuesto total de los ministerios estado) no supondrá ningún recorte en las partidas sociales. Al margen de la imposibilidad de que esto ocurra, dada la estructura de nuestro presupuesto y los techos de gasto previstos, resulta que los gastos públicos en partidas esenciales para la seguridad humana y los derechos básicos que deberían estar garantizados son bastante deficitarios y tienen muy pobre comparación con las de los estados de nuestro entorno.
Partiremos, para ello, del gasto que, conforme a la liquidación de diciembre de 2024 he calculado que hemos gastado sin contar con la deuda que habremos de amortizar este año y que contraeremos por nuevos programas de armas.
La cantidad resultante, conforme a la tabla que aporté al inicio de este texto nos sitúa en al menos 31.615 millones de euros. Además del anuncio de aumentar el gasto militar que ha difundido el gobierno, no veo probable (de hecho, no ha pasado hasta ahora) que el gasto militar se reduzca por la voluntad de nuestra casta militarista.
A esta cantidad al menos le deberíamos sumar los 2.000 millones extra que Pedro Sánchez ha dicho que ampliará nuestro gasto militar en el próximo Consejo de ministros y probablemente los otros 1.000 millones que en febrero prometió que destinaría a alimentar la guerra en Ucrania.
Vamos a ser condescendientes y a suponer que, de rondón, nos colarán al menos otros 1.000 millones más de créditos extraordinarios para operaciones de injerencia militar en el exterior, algo que viene siendo habitual en los ejercicios anteriores y, de momento, pararemos aquí, en la esperanza de que la movilización social, el desgaste político y tal vez unas elecciones anticipadas si no logran aprobar presupuestos para el año que viene, harán que no nos coloquen alguna partida más de gasto extrapresupuestario.
Estaríamos situándonos en el entorno de los 34.600 millones de euros por lo menos de gasto militar antes de aplicar el correspondiente pago de deuda y en alrededor de 60.000 después de este (otros al menos 10.000 millones más si contamos con el gasto securitario del estado y las CC.AA).
Ofrezco a continuación un cuadro de tendencia del gasto militar español con mis nuevas estimaciones (he remarcado en amarillo desde que Pedro Sánchez está al frente del gobierno más progresista de la historia por si quedan dudas).
Como he dicho, la cifra sería mucho peor si incorporamos el gasto de securitización y es susceptible de empeorar si el gobierno calcula que tiene fuerza para dar otra vuelta de tuerca al recetario militarista que tan minuciosamente viene desplegando.
¿Más gasto militar? La militancia militarista del Consejo de ministros.
Y es que el Consejo de ministros, hasta ahora, no para de aumentar el gasto de defensa. Desde el primer consejo de ministros celebrado en enero hasta el último de marzo ya ha aumentado el gasto de defensa mediante aprobación de gasto extraordinario en nada menos que 2.062,4 millones de euros (y ha anunciado otros 2.000 millones más a aprobar en el primer consejo de abril y otros 1.000 para la guerra de Ucrania) frente a los 777.22 que aprobó de gasto «extra» en 2023 (podríamos sumarle los 2.675,98 que aprobó en abril de 2023 para equilibrar el ardor guerrero de este año).
Se trata, como he señalado en otras ocasiones, de gasto extraordinario en parte para aplicar en 2024 y en parte comprometido para anualidades posteriores, una forma de incrementar nuestro gasto plurianual y la deuda pública militar.
Lo representamos en la siguiente gráfica con el mes de abril más desvaído, dado que el de este año no ha hecho más que empezar.
Algunas conclusiones
Ofrezco dos tipos de conclusiones. Las primeras se refieren al propio gasto militar y su descontrol. Las segundas intentan alimentar el debate que en tantos lugares se está desarrollando acerca de la respuesta, tanto inmediata como de índole estratégica, ante esta creciente remilitarización social.
En cuanto al gasto militar:
1) Como se ve, es un gasto desmesurado, insostenible y, lo que es peor, generador de una deuda abrumadora que recaerá sobre la sociedad en general y sobre las generaciones futuras. Aunque solo sea desde este punto de vista se lo debían hacer mirar estos gobernantes que nos han caído en desgracia y su claqué.
2) Dado que hay un cierto cacaero partidista de oposición al gasto militar (y dicho sea de paso, que no van a hacer nada para reducirlo), debería ir acompañada la pose como mínimo de exigencias que el actual marco parlamentario permite, como por ejemplo: auditar el gasto militar total del estado para aflorar el gasto previsto y ejecutado dentro y fuera del ministerio de defensa y su correcta dimensión, incluyendo el gasto anual, la deuda que amortizamos y se puede imputar a este, el gasto plurianual, los créditos extraordinarios y el uso del fondo de contingencia, las partidas que el Estado destina a la industria militar, ya sea para fabricar armas y otros chismes, ya para su internacionalización o en concepto de ayudas, subvenciones, créditos u otros.
3) Del mismo modo debería auditarse el despilfarro y la duplicidad militar y se debe discutir la existencia de programas y partidas del mismo.
4) También deberían auditarse las operaciones de injerencia militar en el exterior, tanto en sus partidas de gasto y acciones, como en sus objetivos y en términos de cuánta paz han alcanzado a llevar al planeta (en teoría para lo que se supone que se hacen). No es comprensible que algunas de las ya finalizadas, como Mali o Afganistán, hayan pasado al cajón del olvido sin que nadie levante un dedo.
5) Se debe promover un debate abierto y libre sobre el coste de oportunidad de todo este tinglado. En dicho debate deben participar las articulaciones sociales más dinámicas y la sociedad en su conjunto y debe poner sobre la mesa el tipo de sociedad a la que nos acerca esta recrecida militarista y el propio desarrollo humano y ecológico urgido de ambiciosos cambios de rumbo.
A su vez se me ocurren varios puntos que tienen que ver más bien con la urgencia de articular la energía política suficiente para parar esta deriva. Para ello, me parece que el actual contexto de rearme y remilitarización obliga a una contestación social radical.
A) El movimiento pacifista, si es que esto existe, debe volverse en el actual contexto más ambicioso, antimilitarista y desmilitarizador para ser creíble y superar la mordaza de perplejidad, desmoralización y despiste actuales.
B) Deberíamos tener la energía para promover de forma inmediata iniciativas y dinámicas de lucha social en contra de la militarización, del rearme, el gasto militar, las industrias militares y los ejércitos, y exigente en la conquista de necesidades sociales y ecológicas relegadas y en el cambio radical de rumbo de nuestras sociedades.
C) A las mismas hay que incorporar propuestas de desobediencia, como puede ser la llamada a la objeción fiscal o a la insumisión a la investigación y producción de armas, la conversión de las industrias militares bajo control democrático de los trabajadores y enfocada hacia alternativas de satisfacción de necesidades humanas y enfocadas a la seguridad humana.
D) Del mismo modo han de incorporarse propuestas de acción, señalamiento, boicot y presión social que afecten directamente a los intereses de los mercaderes de la muerte, de la banca armada que los financia, de los políticos que los apoyan, de las universidades y entidades de la sociedad civil que convenian con ellos y de todo el entramado de intereses de los que se valen.
E) Debemos amplificar la mirada a todos los aspectos securitarios en marcha y oponernos a su desarrollo.
F) En el medio plazo debemos tener la audacia y la capacidad creativa de proponer estrategias sociales y políticas de desmilitarización y de trans-arme que quite poder al militarismo en sus diversos planos y dimensiones y simultáneamente empodere de forma alternativa nuestras luchas sociales contra las verdaderas agresiones que sufre la sociedad, la vida y el planeta.