Feminismo para la transformación de la sociedad

Escrito breve de introducción por su autora del libro “Femminismo bastardo”, obra que trata de explicar por qué el feminismo no es un proyecto de derechos para las mujeres sino un camino de transformación de la sociedad…

María Galindo. Comune-info.net

Atreverse a leer sobre feminismo

La última vez que estuve en Buenos Aires, al final de mi charla sobre “femminismo bastardo”, una joven con aire inocente me preguntó qué bibliografía tendría que leer para hacer feminismo. Relató con tristeza que en su facultad no había libros sobre feminismo y que, aparte de Silvia Federici, no había encontrado nada. Fui un poco torpe en mi respuesta, la pregunta tenía mucho sentido pero me enfureció porque, a mí, me parecía un insulto. Le dije, sin pelos en la lengua, que si no hay lectura en tu facultad, tal vez deberías dejar esa facultad vacía.

Pero me sentí mal, sé que fue un golpe injusto, sé que mi pareja se fue con un mal sabor de boca, por eso quiero disculparme públicamente con ella y pasarle esta bibliografía feminista imprescindible.

Al mismo tiempo, aprovecho para pasarles esta bibliografía adecuada para el próximo curso que daré sobre feminismo en cualquier lugar de encuentro, esquina, librería, casa autogestionada o barrio.

Te propongo que leas el cuerpo de tu madre, sus estrías, sus arrugas, sus dolores y molestias, su vergüenza, sus inhibiciones, sus tics nerviosos, sus arrebatos de ira y melancolía, que se expresan a través de sus pupilas y párpados, en sus pestañas o en su nariz. Lee sobre su pelo blanco, su calvicie, su frente y sus tetas caídas.

Les propongo que salgan a leer la calle, sí, salgan a leerla no a caminar, a leerla. Lee sus colores, sus olores, su orina, su suciedad, sus paredes, sus aceras y recoge, como si fuera material arqueológico de gran valor, todo el cansancio que se acumula en sus rincones.

Les propongo que lean el dinero que tocan, los 100, 300, 500 pesos con los que ya no pueden hacer nada con él, pero no lean las palabras escritas en los billetes o incluso las cifras que están impresas en ellos de Eva Perón, Sor Juana Juana Azurduy, lean en cambio las huellas que contienen, las huellas de quienes intentaron gastar ese dinero antes que ustedes, Comprar pan, pagar una deuda, ahorrar para el alquiler.

Te sugiero que leas sobre los lugares imprescindibles de tu ciudad como la cárcel de mujeres, la plaza, el mercado. ¿Te imaginas si, leyendo la cárcel, pudieras entender a las mujeres que viven allí, cuánto conocimiento maravilloso podrías adquirir? ¿Quiénes viven allí, qué piensan, qué imaginan, cuál es el concepto de libertad con el que se despiertan?

Te propongo que tomes un autobús o el metro y te sientes en uno de esos asientos gastados y dejes que los verbos de los que se sentaron allí antes que tú penetren en tu en busca de algo que nunca han conocido, verbos como deseo, verbos como búsqueda, verbos como esperanza. Lea el asiento y siéntese en el asiento hasta que le pique el ano tanto como lo entienda. Descubrirás que los objetos tienen una vida, acumulan historia y conocimientos que debes aprender a revelar.

Te propongo que leas la vida, la realidad, el barrio, los ojos de las mujeres, sus bocas, sus ropas, sus uñas.

Te propongo que leas los objetos que componen la arquitectura de nuestra vida cotidiana, la bolsa para hacer la compra en el mercado, su olor y cuánto se consume, la cafetera, la cocina, el suelo de la entrada.

Te propongo que te leas a ti mismo en profundidad.

Y que con esta bibliografía imprescindible llegas a mis cursos de feminismo para despatriarcalizar la sociedad. […]

El feminismo como alianza ética y no ideológica

Todos los movimientos políticos de la historia han tenido que lidiar con la disidencia, en mayor medida si se han convertido en movimientos de masas. En el caso del feminismo, partiendo del hecho de que no hay un solo feminismo sino muchos feminismos como diferentes miradas, diferentes prácticas políticas, diferentes composiciones sociales, el disenso es una constante y este es su mayor poder político. No estamos de acuerdo, no pensamos de la misma manera y, a pesar de ello, convergemos en lo que llamamos feminismo y cuya definición y límites no son propiedad de nadie. Este es el mayor poder y, aparentemente, al mismo tiempo, la mayor debilidad. El feminismo es la palabra que nos envuelve y nos acoge políticamente, pero cuyos límites se diluyen y cuyas raíces son muchas.

La idea de que hay una sola verdad -y que toda verdad se expresa en antagonismos basados en una lógica formal que afirma que lo positivo para ser tal es lo opuesto a lo negativo, lo negro es lo opuesto a lo blanco, el bien al mal- nos mantiene en una lógica binaria donde la complejidad no es posible, es incorrecta e indeseable. donde no es posible que coexistan no solo tres, sino cinco o cincuenta y cinco posibilidades y combinaciones de todo. […]

Lo que te propongo es, ni más ni menos, cambiar la matriz de discusión del “qué” al “cómo”, no para sustituir un solo contenido por un solo camino, sino porque si la única forma de pensar es introyectada, la forma de hacer las cosas es siempre, inevitablemente, múltiple y diferente. Es en la forma de hacer las cosas que siempre hay muchas posibilidades, recetas varias, combinaciones infinitas. […]

La convergencia feminista

Entonces, ¿cómo construir una convergencia feminista? ¿Cómo construir un punto de cohesión, de contención o ese algo que nos une a todos? […]

La disidencia enriquece, la no uniformidad de los feminismos enriquece, pero necesitamos un punto de convergencia, un hilo que nos conecte como movimiento planetario. Un hilo que nos permita leernos y reconocernos sin perder las diferencias, sin reducir las diferencias a una sola matriz, a una sola posibilidad, a una sola genealogía. Necesitamos un punto de convergencia que sirva de espejo y que represente lo que yo llamo el sentido de una época para nosotros y para todas nuestras luchas, el sentido de una época utópica, larga, amplia, que contiene y agita, provocadora, seductora, sediciosa, sedienta, que no minimice ni relativice ninguna lucha, que no perciba ningún tema como hegemónico y que no implique señalar una sola vanguardia.

Ni la igualdad entre hombres y mujeres, ni los llamados derechos de las mujeres, funcionan como tales porque ambos han sido tragados por el sistema, por el capitalismo, por el neoliberalismo, por la lavadora de la historia que los ha convertido en retórica que puede ser desechada tras el uso conveniente del político de turno. Ni siquiera luchas específicas como el aborto o contra los feminicidios han jugado ese rol porque son luchas circulares, reiterativas que, en un juego de lo macabro, comienzan donde terminan y, a pesar de ser fundamentales, reducen nuestro sentido político y se convierten en instrumentos de negociación para uso del Estado y de los partidos políticos.

Terminamos justo donde no queríamos estar, terminamos siendo negociados con fuerzas conservadoras, por estados que nos chantajean una y otra vez.

Permítanme decirles que la despatriarcalización es esa palabra, es ese lugar, es esa clave, es ese concepto que puede abarcar, crear cohesión, abrirse a un nuevo sentido de época, identificarse como una utopía general dentro de la cual bordar contenidos, así como un sentido colectivo en el que inscribir prácticas y conocimientos. “Despatriarcar”, es decir, en forma de verbo, es lo que a las feministas nos gustaría hacer y lo que las feministas hacemos con la familia, con la tierra, con la comida, con el trabajo, con el arte, con la vida cotidiana, con el espacio, con la salud, con el sexo. El nuestro no es un proyecto de derechos, es un proyecto de transformación de estructuras y despatriarcalización, ya que el horizonte de una época refleja precisamente esto. Es una gran puerta donde todas nuestras luchas pueden ser caóticas.

La despatriarcalización es también un movimiento sediento e insaciable que no puede ser devorado ni negociado por intereses, grupos o gobiernos.

Feminismo intuitivo vs. academicismo

Esta es otra de las contradicciones presentes dentro del movimiento: un feminismo académico con teóricos que salen de las universidades y que construyen y utilizan un discurso académico, que se presenta como el núcleo filosófico del propio feminismo. Hablo de un feminismo eurocéntrico, que importa discusiones y se alimenta de la legitimidad de la academia norteña, en contraposición a un hipotético feminismo “sin discurso propio” que, excluyendo la movilización y la calle, no tendría más remedio que consumir ese feminismo académico.

Lo que propongo es que el feminismo callejero tenga un nombre y que se llame “feminismo intuitivo”; no responde a una educación ideológica y no responde a una lectura académica, sino que responde a una decisión existencial y a una lectura directa y vivencial del propio cuerpo, de la calle, del barrio, de la cárcel, de los tribunales, del desempleo.

No se trata de un feminismo carente de discurso, sino de uno cuyos protagonistas son voces silenciadas, sin lugar ni micrófono. Es el feminismo intuitivo el que está llenando manifestaciones, asambleas y desestabilizando el patriarcado. Este feminismo intuitivo necesita escucharse a sí mismo, necesita espacios de toma de decisiones para poder conectar con el cuerpo actoral. No necesita foros de expertos a los que ir a escuchar, sino espacios que otorguen habilidades de reconocimiento y escucha de forma horizontal. Se trata, por ejemplo, de lo que hemos llamado Parlamentos de Mujeres en Bolivia, en los que hemos generado la capacidad de escucharnos sin necesidad de representación y de búsqueda de acuerdos, sino construyendo colectivamente un complejo mosaico de distintas visiones que se integran a través de su complejidad.

Las alianzas éticas y no ideológicas nos empujan a repensar las alianzas no explícitas que son las que hoy circulan sin ser discutidas, como las siguientes: alianzas identitarias, cuando hablamos, por ejemplo, de un feminismo indígena cuyo sentido de convergencia es una presunta esencia indígena antiblanca; alianzas generacionales que terminan instalando una mirada gerontocrática sobre las jóvenes o, por el contrario, un rechazo generacional a las mayores; alianzas victimistas, construidas en torno al dolor como lugar de enunciación política y que repiten una y otra vez el mismo discurso (feminicidio, acoso o violación), pero que no trabajan en otros horizontes o no replantean esos mismos lugares a partir de la idea de rebeldía; Alianzas territoriales que no se conectan más allá de un contexto geográfico. Todas estas alianzas pueden ser legítimas, pueden ser espontáneas, pueden ser coyunturales. La cuestión es si son subversivas, si nos permiten repensar los feminismos y construir nuevos lenguajes y nuevos marcos conceptuales que no son el marco de los derechos, ni de las leyes, ni de las cuotas, ni de la inclusión sino, en cambio, de la revolución. […]

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