La convocatoria para el próximo 11 de mayo por “Más Europa”, así como su manifiesto firmado por los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, cargado de lugares comunes, ocultan la complicidad histórica de la UE y la izquierda liberal en el auge de la ultraderecha. Buen análisis del camarada Javi Parra, que no ha olvidado, como otros, que en el XX Congreso del PCE se aprobó un discurso alternativo sobre la UE…
Javier Parra. Mundoobrero.es
El reciente «Llamamiento por Europa», publicado por sindicatos mayoritarios y fundaciones cercanas a la socialdemocracia con motivo del 80º aniversario de la derrota del nazismo —no olvidemos que gracias fundamentalmente al Ejército Rojo—, pretende alertar sobre los peligros que acechan a los «valores europeos». Sin embargo, el documento no es más que un ejercicio de hipocresía política que omite deliberadamente cómo los ideólogos del texto han ayudado a alimentar durante décadas las condiciones que hoy permiten el ascenso de la ultraderecha en el continente.
Resulta significativo que el texto comience con un error geopolítico fundamental al confundir Europa con la Unión Europea. El continente alberga a 750 millones de personas repartidas en 50 países, pero la UE solo representa a 27 de ellos, dejando fuera a casi el 40% de la población europea. Rusia, por ejemplo, ocupa el 38% del territorio continental. Este “error” no es casual: refleja el eurocentrismo de una élite que solo reconoce como «Europa» aquello que se somete a sus dogmas neoliberales y a su alineamiento incondicional con Washington, aunque ahora, y de manera temporal, pretendan marcar ciertas distancias.
El manifiesto atribuye el auge de la ultraderecha a fenómenos recientes como la presidencia de Trump o la guerra en Ucrania, pero esta lectura interesada oculta que el monstruo reaccionario lleva años creciendo con el abono de las políticas de Bruselas. Baste recordar que en 2014 la UE apoyó el golpe de Estado en Ucrania que llevó al poder a fuerzas ultranacionalistas, las mismas que quemaron vivas a decenas de personas en la Casa de los Sindicatos de Odesa. Mientras tanto, en el corazón de Europa, la socialdemocracia alemana impulsaba las reformas que precarizaron el mercado laboral, el gobierno francés recortaba derechos sociales y el español mantenía los pilares de la reforma laboral de Rajoy.
La paradoja es evidente. Mientras la UE desmantelaba sistemáticamente las conquistas sociales de la clase trabajadora mediante privatizaciones, deslocalizaciones y políticas de austeridad, la ultraderecha crecía precisamente entre aquellos sectores más golpeados por estas medidas. El caso de España es paradigmático: entre 2000 y 2020 el país perdió el 30% de su tejido industrial según datos de Eurostat, mientras los sindicatos mayoritarios firmantes de este manifiesto avalaban políticas que destruían empleo y derechos.
El giro reaccionario no se explica sin comprender cómo la socialdemocracia abandonó a su base histórica. Cuando millones de trabajadores vieron cómo sus condiciones de vida se deterioraban, la izquierda institucional no ofreció resistencia al neoliberalismo sino complicidad. Fue la ultraderecha, no los partidos tradicionales, quien señaló un falso culpable: el inmigrante. Así, los mismos flujos migratorios generados por las guerras y el expolio neocolonial de la UE en África y Oriente Medio —desde Libia y Siria hasta Malí— se convirtieron en el chivo expiatorio perfecto para desviar la atención de los verdaderos responsables.
Hoy, cuando el manifiesto alerta sobre los peligros para la democracia, calla que la propia UE ha venido apoyando y financiando guerras y conflictos en el norte de África, incluso dando respaldo al Estado Islámico frente a gobiernos laicos pero no sometidos a la UE.
El texto no es un llamamiento sincero sino un intento desesperado por reescribir la historia. Los firmantes, algunos de ellos corresponsables políticos e ideológicos del desastre social, pretenden ahora presentarse como dique contra la marea reaccionaria que ellos mismos ayudaron a crear. Pero los datos son tozudos: en Francia, el 40% de la clase obrera vota a Le Pen; en Alemania, la AfD es primera fuerza entre los jóvenes; en Italia, Meloni gobierna con el respaldo de los barrios populares, y en España el apoyo a VOX crece especialmente entre los jovenes.
El «Llamamiento por Europa» no es el principio de una resistencia, sino el último estertor de una socialdemocracia que lleva años cavando su propia tumba. Como escribió Gramsci, en los tiempos del interregno, lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.