Francesco Cappello. Sinistrainrete.info
La guerra ha multiplicado los precios de la energía, ha provocado desindustrialización, inflación y pérdida de puestos de trabajo.
Si el propósito de la guerra, en el corazón de Europa, era levantar una barrera entre la Federación Rusa y Europa Occidental y entre esta última y China, se puede decir que Estados Unidos ha ganado su guerra contra Europa (ver mis Condiciones económicas de la guerra de Biden a Trump). Le han impuesto, entre otras cosas, la importación de sus sistemas de armas y su gas licuado de esquisto que les permite reequilibrar su balanza comercial y su posición financiera neta frente al resto del mundo.
Los precios del gas en Europa se sitúan actualmente por encima de los 100 €/MWh, cinco veces superiores a los precios de 2022. El conflicto, como todo el mundo sabe, comenzó en febrero de 2022. ¿Quién se acuerda de la invitación de Draghi a elegir su paz renunciando al aire acondicionado?
Algunos sacrificios para poder imponer sanciones energéticas a la Federación Rusa calificada de culpable de agresión militar contra Ucrania. Una narrativa propagandística completamente falsa.
El sabotaje de EE.UU. y la OTAN al Nord Stream fue el acontecimiento más paradigmático de este proceso de renuncia forzada por parte de Europa al apoyo energético ruso que había contribuido en gran medida a su desarrollo económico. Hoy en día, según Gas Infrastructure Europe, las extracciones de gas del almacenamiento se están acelerando en toda la Unión Europea.
La combinación de factores geopolíticos, la especulación y la creciente dependencia de las fuentes de energía importadas ha hecho que el panorama energético europeo sea cada vez más crítico e inestable, con repercusiones para la economía y los consumidores.
Una dependencia estratégica
Europa ha dependido históricamente de las importaciones de energía y materias primas. Su economía, ahora en camino a la financiarización forzada, siempre había sido una economía de transformación. Tradicionalmente ha incluido sectores de alto consumo energético, como el siderúrgico, el químico, el petroquímico, el papelero, etc. Estos sectores utilizan grandes cantidades de energía y combustibles fósiles para impulsar sus procesos industriales. No debemos olvidar el uso generalizado de hidrocarburos para actividades como la producción de fertilizantes y plaguicidas químicos, esenciales para la agricultura y, en general, para todo el sector agroalimentario y de producción animal, así como en el sector farmacéutico. En definitiva, no solo utilizamos los hidrocarburos para el transporte, la producción de electricidad y la industria, sino que, tal y como funciona la economía hoy, para bien o para mal, los transformamos literalmente en alimentos.
El aumento de los precios de la energía es uno de los factores más importantes que contribuyen a la desindustrialización como consecuencia de la pérdida de competitividad mundial, y muchas empresas europeas se han visto obligadas a cerrar o trasladarse a otras regiones del mundo (en particular, a los Estados Unidos(2)). La guinda del pastel llegó, de hecho, con la subida de los tipos de interés impuesta por el BCE, oficialmente para calmar la inflación, en realidad para apoyar al euro, obligado a perseguir los altos tipos de la Reserva Federal, que el banco central estadounidense tuvo que subir para defender el dólar de su uso en fuerte caída en los mercados internacionales. La subida de tasas (altos costes del dinero y por tanto de la inversión empresarial), junto con los costes de la descarbonización, están dando el golpe de gracia a las empresas.
En Italia, desde 2023, hemos registrado 20 meses consecutivos de descenso de la producción industrial en Italia, acompañado del despido de miles de trabajadores. Si desde principios de año se han despedido 232.000 trabajadores, que no han trabajado ni una hora y han perdido un total de unos 1.000 millones de euros de ingresos netos respecto a octubre del año pasado, los inactivos también han experimentado un aumento de casi 400.000 personas.
El papel de la especulación
El aumento de los precios no solo se debe al juego de la oferta y la demanda reales. El mercado europeo del gas, donde los precios se determinan en la bolsa de Ámsterdam, está especialmente expuesto a la especulación. Los fondos de inversión, muchos de los cuales son propietarios de las bolsas, han impulsado los precios a través de las apuestas al alza y los derivados relacionados. Esta “inflación especulativa” provoca una mayor inflación de costes al amplificar los impactos de la crisis energética, poniendo costes en los hogares y las empresas.
Tensiones geopolíticas y riesgos futuros
La guerra en Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia siguen afectando profundamente al mercado energético europeo. El contrato para el tránsito de gas ruso a través de Ucrania expira este año, y la posible interrupción de los suministros añade incertidumbre. Mientras tanto, Rusia ha diversificado sus mercados de exportación, vendiendo el 90% de su petróleo a China e India en 2023 (1). Gazprom planea aumentar las exportaciones a China a 100.000 millones de metros cúbicos por año en los próximos años, consolidando aún más los lazos energéticos con Asia.
Europa, por su parte, depende cada vez más del gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos, pero esta estrategia no está exenta de riesgos. La competencia con Asia por el GNL está elevando los precios, mientras que los suministros de Estados Unidos han demostrado ser poco confiables. Los aranceles a China son un arma de doble filo completamente inservible. Si Estados Unidos detiene las exportaciones, como apuntan algunas previsiones, Europa podría encontrarse en una emergencia energética.
Además, la escalada de tensiones en Oriente Medio, el conflicto en torno al Estrecho de Suez y, en particular, el posible cierre del Estrecho de Ormuz, que pondría en riesgo el 20% del suministro mundial de GNL y otros hidrocarburos, podrían provocar una nueva subida de los precios, agravando una crisis ya de por sí grave.
Europa en una trampa
A pesar de que las instalaciones de almacenamiento de gas siguen estando lo suficientemente llenas, la Unión Europea se enfrenta a incertidumbres a largo plazo. Además, los países europeos que han apoyado a Ucrania con armas, apoyo económico y más, podrían verse obligados a exportar gas a Ucrania para apoyarla, después de la destrucción de la guerra de su infraestructura energética, agravando aún más su situación interna. Ursula von der Leyen había declarado audazmente que la UE estaba dispuesta a sustituir completamente el gas ruso por el estadounidense, pero esta estrategia parece cada vez más descabellada e insostenible.
Mientras tanto, Rusia y Turquía están discutiendo la creación de un “centro de gas”, que fortalecería el papel de Moscú como proveedor clave para el mercado asiático, reduciendo aún más la dependencia de las ventas a Europa.
Un futuro incierto
A medida que Rusia se consolida como socio energético de Asia, Europa se enfrenta a una pérdida de competitividad industrial, un aumento del desempleo y la necesidad de revisar sus estrategias energéticas. Dado que los costes de la descarbonización pesan aún más sobre las empresas, muchos observadores temen una aceleración de la desindustrialización europea (3).
La ausencia de una solución estructural corre el riesgo de dejar a Europa vulnerable a futuras crisis, mientras se vislumbra en el horizonte un escenario en el que los países de la UE podrían volver a hacer cola para el gas ruso, como presagió recientemente el presidente serbio, Aleksandar Vučić: “En unos años, Estados Unidos dejará de exportar gas licuado, y entonces todo el mundo volverá a recurrir a Rusia”.
En tal estado, con una economía en completo desarme, el ejército heterogéneo europeo que sigue al habitual Draghi, un nuevo brancaleone de Norcia, querría hacer la guerra a la superpotencia atómica rusa, con el objetivo de conquistar sus inmensos recursos. ¿Qué? Endeudar a toda Europa. Es decir, construyendo una defensa europea común gracias a una deuda europea común en beneficio de las grandes finanzas especulativas de siempre de las que el mayordomo de las finanzas internacionales es el portador de intereses.