Redacción. Posicuarta.org
Mario Draghi, antiguo directivo de Goldman Sachs, expresidente del Banco Central Europeo y fugaz primer ministro tecnócrata de Italia, fue designado por la Comisión Europea hace un año para elaborar un informe sobre la situación actual de la economía del continente. El objetivo era doble: obtener un diagnóstico completo y prescribir las políticas económicas necesarias para afrontar un futuro que, a tenor de la situación de sus economías centrales, no parece muy halagüeño para la UE. Hace unos días se presentaron las casi 400 páginas del texto final, titulado El futuro de la competitividad europea (disponible aquí), con grandes alharacas en todos los medios. ¿Es tan extraordinario, rompedor y esperanzador como algunos quieren hacernos creer?
En la parte descriptiva y analítica del texto, nos encontramos con un trabajo profuso y detallado, repleto de estadísticas y gráficas, con gran cantidad de información valiosa e interpretaciones meritorias sobre la pobre dinámica de acumulación capitalista europea a lo largo de las últimas dos décadas. Sin embargo, las conclusiones alcanzadas distan mucho de ser originales, inéditas o novedosas. En realidad, son un lugar común desde hace mucho tiempo.
En cuanto a las medidas que aconseja tomar, es cierto que se diferencian de las recetas del austericidio de la UE de la década pasada. Pero, a pesar de que algunos economistas «progresistas» de renombre (como Piketty) se congratulan del cambio de rumbo que el informe parece augurar, (ver aquí), no se trata más que de un trampantojo para salvar los muebles al capital europeo a costa de la clase trabajadora.
Las causas del problema
Según el informe, el principal problema de la economía de la UE es el débil crecimiento de la productividad. Frente a Estados Unidos y China, los capitales europeos llevan años fracasando en su intento de mantener un ritmo adecuado de avances técnicos y tecnológicos que les permitan ser competitivos en los mercados mundiales.
En primer lugar –y como elemento más importante– Europa debe reorientar en profundidad sus esfuerzos colectivos para reducir la distancia con Estados Unidos y China en innovación, especialmente en tecnología punta (A, p. 2). Europa necesita un crecimiento más rápido de la productividad para mantener tasas de crecimiento sostenibles con las que afrontar una demografía adversa (A, p. 19).
Draghi destaca varios elementos importantes, como la dependencia energética y de materias primas del continente, agravada por la invasión de Ucrania y la tensión internacional, el creciente proteccionismo comercial que afecta a economías tan abiertas como las europeas, el envejecimiento de la población y la disminución de la fuerza de trabajo, etc. Pero la clave central está en la escasa inversión y la consiguiente escasez de capital para investigación, desarrollo e innovación. A esta cuestión dedica el capítulo 2, núcleo central del texto.
En la UE, la inversión productiva es baja (B, p. 280). La raíz de la débil posición de Europa en tecnología digital se encuentra en una estructura industrial que genera un círculo vicioso de baja inversión y escasa innovación (A, p. 24).
Pero ¿por qué pasa eso?
Draghi no ofrece ninguna respuesta convincente a esta pregunta. Sólo identifica causas superficiales e insuficientes: falta de financiación debida a la fragmentación del sistema bancario en la UE y las carencias de los mercados europeos de capital (A, p. 59)., «excesiva» regulación bancaria, tamaño relativamente reducido de los capitales europeos para competir en el mercado mundial debido a un proceso de concentración y centralización débil en comparación con los EE.UU. y China, falta de inversión pública (A, p. 25) y carencia de universidades y centros de investigación suficientemente orientados a las necesidades de la acumulación capitalista (A, p. 24-25). Acusa a los capitales europeos de seguir enfrascados en industrias maduras con menor potencial para seguir mejorando la productividad, a diferencia de la apuesta de las empresas americanas y asiáticas por sectores de alta tecnología (A, p. 24).
Ni el informe ni el paradigma económico convencional que lo nutre se plantea seriamente explicar las causas profundas de la falta de inversión. Que es perfectamente comprensible si se utilizan las herramientas de la crítica marxista de la economía política, que nos explica con claridad cómo la inversión depende fundamentalmente de la evolución de la rentabilidad y de las expectativas de beneficios del capital. Y como la tasa de ganancia ha caído mucho más en la UE que en los EEUU, es lógico esperar una dinámica de inversión más débil.
¿Qué propuestas?
Draghi propone una inyección de financiación para el conjunto de la economía comunitaria de 750- 800.000 millones de euros anuales (cerca del 4,5% del PIB conjunto de los 27) cubiertos con la emisión de deuda pública mancomunada (enésima versión de los sempiternos y jamás existentes «eurobonos»). Ese flujo de dinero serviría para financiar directamente a las empresas europeas según una planificación indicativa mínima que tendría como objetivo fomentar mejoras de la productividad incentivando ciertos sectores estratégicos y animando a las empresas a invertir más y mejor.
¿Qué problema tiene todo esto? En primer lugar, lo más evidente: la estructura de reglas presupuestarias de la Unión, con sus techos de gasto, su procedimiento de déficit excesivo y sus semestres europeos, impide de raíz este tipo de políticas fiscales expansivas basadas en la deuda. Además, ni Alemania ni sus adláteres aprobarían jamás algo así, como ya ha dejado claro, por ejemplo, el liberal Christian Linder, ministro alemán de Hacienda (ver aquí). Por tanto, lo que propone el informe no es más que un brindis al sol.
No obstante, hay algo mucho más importante que eso: no estamos hablando de nada que se parezca a una política industrial planificada o coordinada por parte de los poderes públicos, sino de una financiación incrementada para los capitales privados. Una iniciativa que considera que el problema es la falta de capital y no las pobres expectativas de ganancia, que es lo que realmente ocurre.
En realidad, mucho más allá de este simulacro de política expansiva tan caro a los keynesianos, y aun sin un diagnóstico claro, el informe deja entrever la clave de la cuestión cuando se adentra en otras “debilidades” del capitalismo continental que suelen identificarse con un supuesto modelo social europeo. Lo que lleva a la necesidad perentoria de aumentar la tasa de explotación para tratar de contrarrestar esa caída de la tasa de ganancia que comentábamos y que está lastrando la inversión.
¿Soluciones? Aumentar la precariedad laboral y la privatización de los servicios públicos
Con las mismas recetas de cualquier otro economista convencional, aunque con la retórica típica de la UE con la que aliñan los ataques a la clase trabajadora con la excusa de que no hay otra forma de asegurar el “modelo social europeo”. Según esto, es imprescindible fomentar la movilidad de la fuerza de trabajo (B, p. 265) —para satisfacer mejor las necesidades del capital y aliviar presiones al alza sobre los salarios derivadas de la escasez relativa de mano de obra cualificada—, mejorar el sistema educativo y fomentar los currículos enfocados en la gestión empresarial (B, p. 272) —para someterlos cada vez en mayor medida a las necesidades del capital—, fomentar las pensiones privadas para aliviar las tensiones provocadas por el envejecimiento y para nutrir en mayor medida los mercados de capitales (B, p. 281) —lo que beneficia a la banca privada y fondos de pensiones, agrava las desigualdades y atenta contra el principio de solidaridad intergeneracional de las pensiones públicas—, aumentar la “sostenibilidad” de los servicios públicos —para justificar los recortes, aumentar la mercantilización y estimular las privatizaciones, reduciendo con ello el salario indirecto—, simplificar la “excesiva” regulación que dificulta la innovación y la actividad empresarial —para maximizar la libertad de explotación del capital—, etc.
El informe afirma explícitamente que “[Las propuestas planteadas] no deberían conducir a políticas de (…) represión salarial para reducir los costes relativos” (A, p. 9). Y también que las condiciones laborales de muchos asalariados europeos deberían mejorar, puesto que “las malas condiciones de trabajo dificultan la atracción de mano de obra” (B, 266). Comentarios en los que algunos quieren ver en el texto un cambio radical de rumbo y el fin de la gestión neoliberal del capitalismo. Pero no deja de ser un saludo a la bandera para apaciguar a sindicatos y partidos de izquierda. De hecho, Draghi sólo menciona esta cuestión en una pequeña frase en las primeras páginas y jamás vuelve a tratarla a lo largo del extenso informe, lo que da una idea clara de la nula importancia que le concede a este punto, que es absolutamente central para comprender la dinámica de acumulación. La palabra «salario» (wage) aparece ocho veces en el texto completo, mientras que el término «competitividad» (competitiveness) es utilizado en 619 ocasiones.
Como buen banquero, Draghi también recomienda avanzar en la Unión Bancaria (para favorecer la concentración y centralización de los bancos europeos) y también en la consecución del Mercado Único (para eliminar cualquier posibilidad de control al movimiento de mercancías y servicios por parte de los Estados), así como profundizar en la desregulación del sistema bancario (para facilitar la especulación financiera, con el consiguiente aumento del riesgo de crisis).
Para liberar al capital privado, la UE debe construir una Unión de Mercados de Capital genuina (…) Para incrementar la capacidad de financiación del sector bancario, la UE debería tratar de revivir la reavivar la titulización y completar la Unión Bancaria (A, p. 61).
Un aumento exponencial de los gastos de defensa
Además, el informe recalca la necesidad de incrementar el gasto militar y de estimular la industria armamentística europea con la excusa de la necesidad de «seguridad» y del empuje a la innovación que suele caracterizar a este sector. A ello dedica un capítulo completo de los seis que tiene el primer documento, con tal insistencia que se puede afirmar que se trata, a partes iguales, de un intento de keynesianismo militar y de una forma nada disimulada de atender a las exigencias de la OTAN y de los Estados Unidos.
La industria europea de defensa no sólo adolece de un gasto militar bajo, sino también de una falta de orientación hacia el desarrollo tecnológico (A, p. 55). El sector de la defensa es, además, una palanca clave de innovación para el conjunto de la economía (B, p. 159).
Para concluir
El informe de Draghi no propone nada sustancialmente distinto a lo que ha venido haciendo sistemáticamente la Unión Europea desde sus inicios: un ataque sistemático a los logros sociales y laborales de la clase trabajadora europea, combinado con una política exterior plenamente sometida a los intereses de los EEUU.
Por mucho que así lo pretendan diversos medios y economistas de la izquierda institucionalizada, que rápidamente deducen del informe la definitiva defunción del modelo “neoliberal”, estas recetas están en las antípodas de cualquier cambio de ciclo. Su único objetivo es sostener al capital europeo mediante dos palancas: una financiación pública masiva a las empresas basada en la deuda y una nueva vuelta de tuerca a la política de ajuste permanente que ha caracterizado a la Unión Europea desde su nacimiento. Nada bueno puede esperar la clase trabajadora europea de un plan como este.
Sólo la planificación económica en beneficio de la mayoría trabajadora y la expropiación del capital pueden salvar a la vieja Europa de su continuada decadencia.