Blog. Crítica a la teoría queer (*)
El concepto de capitalismo woke —también denominado posmocapitalismo o capitalismo postmoderno— hace referencia a una deriva del sistema capitalista caracterizada por la apropiación y explotación de causas sociales, culturales y medioambientales por parte de las grandes corporaciones y élites económicas. Este término surge en torno a 2018, popularizado inicialmente en medios como el New York Times, y se utiliza para describir una dinámica sociocultural que ha ganado protagonismo en Occidente, América Latina y Estados Unidos, reemplazando expresiones como “posmodernismo” o “neoliberalismo cultural”.
El capitalismo woke no es una etapa económica del capitalismo en sí misma, sino más bien su vertiente sociocultural, paralela al neoliberalismo como estructura económica dominante. Mientras que el neoliberalismo se enfoca en la privatización, la desregulación y la apertura de mercados, el capitalismo woke actúa en el ámbito cultural promoviendo una narrativa que aparenta ser progresista, pero que en realidad responde a los intereses de las grandes corporaciones. Este modelo integra estrategias discursivas y simbólicas que instrumentalizan causas sociales inicialmente legítimas para mantener y expandir el poder de la oligarquía en un mundo globalizado.
Entre las principales corrientes que se asocian con el capitalismo woke se encuentran:
1. El posmodernismo feminista: Un feminismo desvirtuado por intereses corporativos que manipula el discurso de la emancipación de las mujeres, transformándolo en una herramienta de mercado y control emocional. Las corporaciones lo convierten en una narrativa comercializada que se queda en lo emocional y en la superficie, pierde su capacidad de generar cambios estructurales reales al no señalar al capitalismo como responsable y promotor del sexismo imperante.
2. El catastrofismo climático: Este consiste en la explotación del discurso ambientalista por parte de las empresas para promover sus marcas y productos. Si bien la crisis climática es real, el capitalismo woke reduce su solución a acciones individuales de consumo o a inversiones en tecnologías que benefician a los grandes actores económicos, sin cuestionar la raíz estructural del problema.
3. La manipulación de minorías sexuales: Los derechos legítimos de las minorías sexuales son cooptados y transformados en un instrumento de control social, presentando su integración al mercado como un avance progresista, pero limitando su impacto a cambios superficiales y simbólicos muchas veces acientíficos y dañinos para el propio colectivo (como la ideología queer), que compra estos discursos creyendo que son progresistas.
4. Los movimientos migratorios: Se incentiva y manipula la migración como una estrategia para disponer de mano de obra barata y precarizada, blanqueando el neoesclavismo, sin abordar las desigualdades económicas globales que originan estos flujos de personas.
5. El fomento del individualismo: Este modelo refuerza el individualismo extremo debilitando estructuras colectivas como la familia, los sindicatos y otras formas de organización comunitaria, dificultando la construcción de resistencias al sistema. Antepone los deseos individuales al consenso, a la ciencia y a la razón.
El origen de estas dinámicas puede rastrearse hasta los años finales de la Guerra Fría, con una conexión indirecta con los movimientos de contracultura de los años 60, que en muchos casos fueron infiltrados o manipulados. Sin embargo, el auge del capitalismo woke se produce tras el fin de la Guerra Fría, en los años 90, cuando las corporaciones multinacionales consolidan su poder global. Estas corporaciones expanden el neoliberalismo económico mientras desarrollan, en el ámbito cultural, estrategias basadas en el posmocapitalismo.
Aunque algunos sectores críticos sostienen que estas corrientes son socialistas o comunistas, lo cierto es que todas ellas operan dentro de la lógica capitalista, sin plantear alternativas estructurales al sistema. Más bien, refuerzan la hegemonía del capitalismo al desviar las luchas sociales hacia terrenos que no amenazan su base económica ni sus dinámicas de poder y desviar la atención del impacto destructivo que el capitalismo de mercado tiene en la sociedad.
El capitalismo woke se caracteriza, además, por la unificación ideológica que ha tenido lugar desde los años 90, facilitada por la concentración de medios de comunicación y el control cultural de las corporaciones. En este contexto, las diferencias entre izquierda y derecha han quedado relegadas a cuestiones superficiales, ya que tanto los movimientos políticos como los discursos culturales predominantes están alineados con los intereses del gran capital.
A pesar de su aparente éxito, las dinámicas asociadas al capitalismo woke están comenzando a ser cuestionadas. Su carácter destructivo, tanto en términos sociales como culturales, está provocando una creciente reacción, especialmente por parte de movimientos conservadores y de países emergentes que rechazan estas narrativas. La izquierda debería haber sido la que denunciase este trampantojo, pero ya no hay izquierda en la primera línea de la política: esta ha sido cooptada por grupos que se autoproclaman de izquierda, pero cuyas acciones apuntalan en realidad las dinámicas del capitalismo, obviando los problemas reales de la clase trabajadora.
Aunque todavía tiene influencia, las corrientes del capitalismo woke podrían debilitarse en los próximos años, a medida que se cuestione su legitimidad y su impacto en la cohesión social y cultural y se evidencie lo acientífico y dañino de sus postulados.
(*) Texto de Adrian Zelaia, Pablo Pérez López y Alejandro Pérez Polo, que se basa en las publicaciones de Susan Neiman.