Crónica de una brigada solidaria en la pedanía valenciana de la Torre

Foto de la brigada solidaria en La Torre

Redacción. Diarilaveu.cat

València, 2 de noviembre de 2024.- A las 9 de la mañana salimos un grupo de vecinos hacia el barrio de la Torre, uno de los más afectados por la DANA. Somos una veintena, la mayoría bastante jóvenes, aunque algunas mujeres de más edad hacen subir la media. Cargamos escobas, palas, guantes y también agua y comida, aunque la prioridad es ir a ayudar a quitar barro y no tanto a llevar ayuda. Esta brigada ya está más organizada que la del día anterior. Somos un grupo más compacto y tenemos un objetivo claro. Sabemos a quién vayamos a ayudar, aunque no los conocemos de nada.

Nos desplazamos en bici por una València que todavía duerme la resaca del Halloween. Las despreciadas bicis se han convertido en el vehículo estrella para las tareas de ayuda. Permiten transportar gente mucho más rápidamente que andando, mucho más material y no colapsan las vías de entrada a las zonas afectadas, una de las obsesiones de los servicios de emergencia, y con toda la razón.

A medida que bajamos hacia el sur de la ciudad, cada vuelta se hacen más frecuentes los grupos de voluntarios, fácilmente reconocibles por los palos de escoba y las garrafas de agua. Cuando nos acercamos a la pasarela peatonal, el único acceso en la Torre que se mantiene abierto, la riada es enorme, emocionante, solidaria, motivada y en general muy joven. La tradicional desconfianza valenciana a las autoridades se ha convertido ahora en una directa desobediencia a las peticiones de no ir a las zonas afectadas a ayudar. La avalancha de solidaridad es sencillamente imparable y absolutamente transversal. Chicas con hiyab, scouts con fular, camisetas de Zoo y chándales con la bandera de España. Los orígenes, las lenguas y las ideologías quedan igualadas hoy con un objetivo más prioritario. Más primario si se quiere.

Barro y más barro

Tras una vuelta por la Torre, la brigada se mueve hábilmente por las calles todavía llenas de barro, coches del revés y pilas de muebles destruidos que los vecinos van sacando a la calle a medida que van limpiando las casas afectadas. El nivel de hasta donde llegó el agua es perfectamente visible en la raya de barro que marca fachadas e interiores. Aproximadamente 1,6 metros.

Llegamos a nuestro destino, la calle Ismael Blat, que por lo que dice la placa fue un pintor. Allí es donde los promotores de la brigada habían contactado previamente con los vecinos diciéndoles que los vendríamos a ayudar.

El espectáculo, como en todas partes, es dantesco. Es una calle pequeña, con casas de una planta a un lado y fincas más altas en la otra, y que se acaba en lo que imagino que antes sería huerta y hoy es una pila enorme de coches.

Cuando llegamos, los vecinos ya hace rato que trabajan. Cómo ha vuelto el agua, con mangas y escobas están sacando el barro de las casas, pero este inunda la calle y los colectores están atascados. Sin más nos ponemos al trabajo. Hay gente que ni se ha quitado la mochila. Se abren las tapas de las alcantarillas y empezamos a abocar toneladas de agua y barro. El trabajo es repetitivo y agotador y, sobre todo, desmoralizante. Por mucho de barro que hagas desaparecer parece que cada vez hay más.

Además, no hay ninguna dirección. No hay personal especializado ni técnicos ni ningún tipo de autoridad. Es solo gente autoorganizada. Estalla una duda. Un vecino cree que no se tiene que tirar el barro a la alcantarilla, que corremos el riesgo de atascar el colector. La cuestión parece revestida de su lógica, pero al mismo tiempo no hay demasiadas alternativas. ¿Qué hacemos con el barro? No tenemos forma de quitarlo, como tampoco tenemos como llevarnos las pilas de muebles deshechos, ramas, basura… ni los coches inservibles que llenan la calle. La propuesta de hacer montañas es complicada porque está demasiado líquido y hay motivos de sobra –incluso de salud pública, para actuar antes de que este agua empiece a pudrirse- para deshacernos del barro. Se intenta abocar agua a la alcantarilla para disolver el barro y evitar tirar objetos sólidos, pero tampoco es fácil. Hay demasiado barro, trabajamos todos bañados hasta los tobillos y a cada bajo que se abre, empiezan a abocarse nuevas cantidades inconmensurables a la mitad de la calle.

Desconocidos ayudándose

Unos vecinos abren un bajo que hasta ahora había estado cerrado. Dentro el panorama es desolador. Se trata de un aparcamiento con unos veinte coches que han quedado anegados. Todo está cubierto por una capa de un palmo de barro que se tiene que ir arrastrando con las escobas hacia la calle, pero allí empieza a acumularse y pronto ya no podremos sacar más. Desatascamos uno de los colectores e intentamos dar un paso entre el barro para que el agua y los elementos más líquidos vayan fluyendo. Hay un problema. La rueda de un coche aparcado hace un tope. Intentamos levantarlo, solo es moverlo unos centímetros. Imposible. Lo abrimos –la ventanilla estaba abierta- y le sacamos el freno de mano para empujarlo. Imposible. El coche está como pegado al barro. Nos cuesta un rato entender que, en realidad, el coche está lleno de barro y que pesa el doble o el triple que en su estado normal. Hay que buscar otra solución.

En un momento dado, una familia asoma la cabeza por el aparcamiento. Son un matrimonio con un hijo adolescente que llevan unos enormes cepillos. «¿Necesitáis ayuda?». No hace falta ni responder. Entran y se ponen a empujar el agua con los enormes cepillos.

Toda la mañana es lo mismo. No hace falta ninguna gran organización ni ningún conocimiento técnico para quitar barro, solo dos brazos y dos piernas. Nos damos cuenta que más de la mitad de la gente que estamos en esta pequeña y olvidada calle – en toda la mañana solo ha hecho una breve aparición una pequeña pala con volquete, pero que se ha ido poco después sin volver- hemos venido expresamente para ayudar, sin conocernos, sin que nadie nos lo pidiera. Una escoba y a trabajar.

A media mañana paramos a tomar algo y beber un poco de agua, mandarinas, galletas y frutos secos se reparten sin propietarios. La brigada, los vecinos y mucha otra gente que ha venido por su cuenta ya empezamos a hacernos amigos. Se intercambian números de teléfono y se explican historias. Escuchar los dramas de los que sufrieron un miedo terrible con la riada también es una forma de ayudar. La gente necesita ser escuchada, sentir que lo que ha pasado le importa a alguien. De hecho, el agradecimiento es total. Y, a mí, me viene a la cabeza aquella frase del Che Guevara que decía: «No creo que seamos parientes muy próximos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante». Y quien dice temblar de indignación, dice capaz de empuñar una escoba.

Compartir:

Deja una respuesta

Next Post

Trump/Harris: ¡votar la candidatura contra la que luego se pueda luchar mejor!

Sáb Nov 2 , 2024
Valoración de las opciones de voto a las presidenciales de EEUU del 5 de noviembre para quienes se consideren progresistas o de izquierdas. Cuando se acaben las votaciones, no será lo mismo tener que luchar contra la opción declaradamente fascista de Trump o contra los (seudo) demócratas de Kamala Harris. […]
Mural de Michelle Sawyer en Ybor City (Florida) conmemorativo de la Marcha de Mujeres Antifascistas de 1937.

Ver también

Boletín semanal de novedades

Recibe en tu email un correo semanal con todas las nuevas entradas publicadas en esta web

Sumario