La historia del movimiento obrero mundial no se podría entender sin la historia de sus partidos políticos y sus internacionales, que condensan o condensaron la experiencia de la lucha de clases a lo largo de siglos. La fecha del 22 de junio sirve como excusa para revisar algunas de las enseñanzas que dejó la Internacional Comunista o III Internacional a los trabajadores del mundo. Específicamente, el siguiente artículo revisita lo que aportó el III Congreso de esta, realizado en 1921. Discusiones útiles para un presente convulso a nivel mundial.
Periodismodeizquierda.com
Un cambio de situación
La época de guerra y revoluciones que se abrió en 1914 con la Primera Guerra Mundial, también, de forma dialéctica, propició las condiciones para que se dé una primera oleada revolucionaria en Europa. Es en este contexto donde se da el Octubre triunfante (1917), pero también una serie de revoluciones que no resultaron victoriosas: Alemania en 1918-19, Italia en 1919-20, años donde se produce el “Biennio Rosso”, como así también los procesos en Hungría y Baviera.
Los partidos comunistas nacen en este contexto, muchas veces sin conformarse como partidos sino simplemente como tendencia dentro de los viejos partidos socialdemócratas. La falta de musculatura de este movimiento político a nivel mundial, como las nuevas traiciones de la dirigencia de los partidos reformistas, que se constituían como colaboradores permanentes de la burguesía imperialista, son los elementos que dan cierre a la situación donde las clases dominantes se veían amenazadas por la toma del poder de los trabajadores.
Trotsky, en las Tesis sobre la situación mundial y las tareas de la internacional comunista, escritas para el III Congreso, definía la situación de la siguiente manera: “El primer periodo del movimiento revolucionario posterior a la guerra, que se caracteriza por su violencia elemental, por la muy significativa imprecisión de los objetivos y de los métodos y por el gran pánico que se apodera de las clases dirigentes, parece haber finalizado en gran medida. El sentimiento que tiene la burguesía de su poder como clase y la solidez exterior de sus órganos de estado indudablemente se han fortalecido. El miedo al comunismo se ha debilitado, si no es que ha desaparecido completamente. Los dirigentes de la burguesía alardean del poder de su mecanismo de estado e incluso toman en todos los países la ofensiva contra las masas obreras, tanto en el frente económico como en el político”.
De combatir el oportunismo a lidiar con el virus del ultraizquierdismo
El III Congreso de la Internacional Comunista se encontró con nuevos debates políticos, que surgieron luego de una gran batalla librada por los revolucionarios contra las tendencias centristas y reformistas. En el primer congreso algunas discusiones, planteadas por sectores reaccionarios, giraron en torno a la lucha política por reconstruir la II Internacional, la misma que se había quedado con el título de traidora tras haber votado en los distintos parlamentos de las potencias imperialistas los créditos de guerra. Sin embargo, se impuso la línea revolucionaria que bregaba por agrupar a la vanguardia en una internacional revolucionaria. Ya en el segundo congreso, para evitar el ingreso de esta corriente, donde se encontraban el Partido Socialista Independiente Alemán, el Partido Socialista Italiano, el Partido Socialista Francés, entre otros, la Internacional adoptó los veintiún puntos que establecían las condiciones para formar parte de la organización.
Los revolucionarios consiguieron la victoria contra esta tendencia, pero, hacia el interior de la internacional, se desarrolló otra corriente como subproducto de esta batalla política: los ultraizquierdistas. Una corriente que desconocía por completo el cambio de situación mundial que Trotsky había detallado en la tesis antes citada. Fueron una nueva barrera para la construcción de la dirección obrera e internacional que necesitaban las masas trabajadoras.
Como se refleja en el documento La evolución de la Comintern, el ultraizquierdismo planteaba que: “en vez de ganarse las masas desde adentro, por medio de la cooperación con sus organizaciones, sus luchas y experiencias, les plantea un ultimátum desde afuera”. Además, su postura sectaria también los llevó a plantear la negativa de participar de las elecciones parlamentarias y abandonar los sindicatos de masas para constituir sindicatos “puros”, sindicatos rojos.
Toda una visión política esquemática, errada para la nueva situación que se abría, donde primaba el reflujo del movimiento de masas posterior a la primera oleada revolucionaria. El corolario de esta corriente, que también apostaba por acciones aisladas y vanguardistas, se dio en Alemania en marzo de 1921. En base a su “teoría de la ofensiva”, lanzaron un llamado de levantamiento contra el Estado burgués, que no fue acompañado por el movimiento de masas y centralmente por los trabajadores alemanes. El resultado fue una derrota impuesta por el gobierno socialdemócrata, imponiendo un retroceso en toda la internacional.
“Hacia las masas”
A partir de lo sucedido en Alemania el III Congreso de la Internacional Comunista repudió el accionar ultraizquierdista y adoptó la consigna “hacia las masas”. Con la misma, se reconocía que: “(…) la primera gran oleada después de la guerra (1917-1920) estaba en reflujo y que se daba un respiro que era necesario utilizar para preparar mejor y más profundamente las luchas por venir”.
Lenin y Trotsky fueron grandes protagonistas en la polémica contra estos sectores. Ambos, en sus intervenciones, plantearon posturas opuestas contra quienes no veían que el centro de la orientación de la Internacional era pelear por la conquista de la influencia comunista en la clase trabajadora y las masas. Combinando el trabajo legal e ilegal, incentivando la propaganda, la organización de los partidos y la distribución de la prensa, pero, sobre todo, la inserción en la vida cotidiana de los trabajadores, en sus luchas y disputas políticas, defendiendo sus reivindicaciones para ganar influencia entre ella.
La síntesis de estas ideas planteadas por los revolucionarios rusos, se encuentra en un documento que la Internacional adoptó bajo el nombre de Principios guías para el desarrollo organizativo de los partidos comunistas, los métodos y el contenido de su trabajo.
Una táctica defensiva para la nueva situación: el Frente Único
Tras la nueva situación abierta, de ofensiva de la burguesía imperialista tras el fin de la ola revolucionaria, acrecentaba la miseria de las masas trabajadoras. Por tanto, las peleas para conquistar mejor calidad de vida estaban a la orden del día y funcionaba como catalizador para los revolucionarios, en el sentido de inmiscuirse en las luchas de su clase y acompañarlas.
Sin embargo, como las direcciones reformistas seguían siendo mayoritarias en la clase, los revolucionarios debían darse una política para poder conquistar mayor influencia y ganarse el rol de dirección. Es bajo estas circunstancias que surge la táctica del Frente Único, una táctica que se centraba en convocar a las direcciones reformistas, por parte de los revolucionarios, para golpear con el mismo puño, con un mismo programa, para responder a las necesidades de los trabajadores. Y, en el marco y transcurso de esas luchas, dejar en claro a la clase qué dirección terminaba siendo consecuente con las peleas hasta el final. Dejando a la vista de todos el rol traidor y burocrático de las direcciones socialdemócratas.
Esta táctica, de todas maneras, como remarcaba Trotsky, no significaba que los comunistas se fundan dentro del mismo frente, sino que debían mantener su independencia. El revolucionario lo definía del siguiente modo: “Participamos en el frente único, pero no podemos disolvernos en él en ninguno de los casos. Intervenimos como una división independiente. Justamente en la acción es donde las grandes masas deben convencerse de que nosotros luchamos mejor que los otros, que vemos más claro, que somos más valientes y más decididos. Así acercamos la hora del frente único revolucionario, bajo la dirección sin discusiones de los comunistas”. Toda una política opuesta por el vértice a la propuesta por el sector ultraizquierdista, y que, además, se encontraba al servicio de las necesidades de la clase.
Discusiones necesarias para el presente
Recordar a 103 años el III Congreso de la Internacional Comunista es de suma utilidad, más en un mundo polarizado donde ciertas expresiones de extrema derecha llegan a ser gobiernos, pero no a implementar sus planes a fondo. El contrapeso es un movimiento de masas que, con diferentes acciones de diversos sectores, disputa en las calles.
En este sentido, la experiencia arrojada por previos procesos de la lucha de clases tiene que servir como herramienta para las nuevas batallas del presente. Sin descuidar que nos encontramos en un mundo distinto, sigue primando la época capitalista imperialista de descomposición total del sistema, donde no hay salida al mismo si no es por la vía de una revolución socialista.
Los episodios mundiales, signados por guerras locales, huelgas históricas en algunos países imperialistas y levantamientos de la juventud en defensa de derechos democráticos, son necesarios de interpretarlos con la misma obsesión que tenían los revolucionarios de la Internacional Comunista. Es decir, hacernos parte, intervenir en ellos mostrándonos como los luchadores más fieles a las causas reclamadas. Tendiendo los puentes necesarios para alcanzarlos, aplicando la flexibilidad táctica necesaria sin perder el horizonte estratégico. Hoy para trazar un paralelismo sin forzar la comparación, nuestra tarea contra los elementos más reaccionarios del mundo, consiste en luchar contra una derecha que avanza sobre derechos conquistados de años, tal vez, en la calle, implementando políticas de unidad de acción con sectores del progresismo. Al igual que en la etapa anterior, siempre con el objetivo de desembarazar a la clase trabajadora de direcciones burocráticas y reformistas que, como la experiencia lo demuestra, siempre traicionan los intereses de los trabajadores.
En fin, comprender, como decía Lenin, que la tarea de los revolucionarios es la siguiente: “No se trata de predicar siempre al proletariado los objetivos finales sino de hacer progresar una lucha concreta que es la única que puede conducirlo a luchar por esos objetivos finales”.